Ayer tuvimos jornada de puertas abiertas en el Cuartel General.
Durante todo el día, muchas personas que dejaron de ser
desconocidas a medida que iban pasando las horas y las presentaciones, pudieron
desfrutar de las instalaciones de las que gozamos en esta milicia clandestina
de monos venidos a más. Para los críos alquilamos inflables y un par de payasos
de los de antes, esos que visten como Pennywise, pero sin dientes afilados.
Llenar de agua la piscina también fue un acierto, convendría
decir. Fue un caluroso día de Julio, cambio climático mediante. Treinta y pocos
grados, lo nunca visto en el litoral mediterráneo desde la gran caída del
pedrusco que volatilizó a los dinosaurios.
Hicimos paella marinera. Mono Ferrán le tiene agarrado el
punto. Recibió muchas felicitaciones y, según confesó al finalizar la noche,
cuando reposábamos del largo día degustando un cubalibre a la fresca de la medianoche,
había tenido que espartar a un par de adolescentes que le habían estado
atosigando para que les confesara la receta.
De quién eran hijas, el zalamero, no quiso decírmelo.
En el Ejército de los 12 Monos no somos de los que dejan
comida en el plato, y como nuestro estrellado cocinillas es más de práctica que
de teórica a la hora de ajustar las medidas de los ingredientes, el sobrante
que no quisieron llevarse los invitados al partir lo he echado a los perros
callejeros que pululan por los alrededores del cuartel.
De regreso, he vuelto la vista a los contenedores para
observar a los canes husmear la pasta de arroz, lamer la cabeza de las gambas,
mover el rabo en lo que he querido creer un gesto de agradecimiento...
... y, sonriendo, me ha venido a la cabeza lo fieles que son
los perros, y la podredumbre infinita que anida en el corazón espurio de los
jerifaltes de Greenpeace, ese grupúsculo que acude raudo cuando la cámara del
fotógrafo a sueldo enfoca hacia la bóveda de central nuclear que ha de ser
violada pero que permanece en silencio ante lo bloques de hormigón lanzados en
aguas gibraltareñas.
Un perro cosido a pulgas lamía arroz dichoso, y mi
pensamiento ha buscado refugio en la carta que los científicos han remitido a
los matarifes de la paz verde... y corazón rojo... donde se cantan las verdades
del barquero, o del banquero, o del petrolero que financia al ejército que
blanquea los sueños de los sátrapas ecológicos de salón mediante varios millones de financiación al año.
En ella, negro sobre blanco, el testimonio del gran engaño,
la sempiterna vendetta de los miserables, la sentencia a muerte de los
desfavorecidos disfrazada con los fastuosos ropajes de la pachamama, el
multiculturalismo del verano del amor fraternal o la primavera silenciada de
malaria y la adoración del dios vegano, ducho en botulismo, desnutrición y maltusianismo
filosófico.
Un perro me ha mirado. Ojalá pudiera hablar, parecían
indicar sus ojos. Te agradecería este arroz pastoso que reconfortará
mi estómago.
Ojalá pudiera hablar, he pensado yo.
Hay perros que son más nobles que los hombres.
2 comentarios:
Un bonito relato de un caluroso dia de Julio,para mi faltaba algo de sangria en la mesa.Sobre los infelises perros lo has bordado,un abrazo,
Me alegra que te haya entretenido, Agustín.
Un abrazo.
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