Corría el año 1851 cuando el terrateniente Roy Whitman,
hastiado por las peleas y enemistades acaecidas entre los trabajadores de su
rancho californiano de reses y demás cuadrúpedos debido a la frustración y la
galantería no ejercida, marchó con una carreta y un billetero bien cargado
dirección a los centros poblacionales más allá del desértico lejano oeste en el
que residían con la intención de, como buen agasajador y vendedor de
submarinos, hacerse con un puñado de mujeres con las que apaciguar los encendidos
ánimos de sus asalariados mediante el siempre pragmático sacramento del
matrimonio.
Se hacía famosa, de esta guisa, la caravana de mujeres que
cruzaría montañas y ciénagas en dirección al edén mutado en rancho vaquero.
Ciento cincuenta y tantos años después, en la poblada y
vieja piel de toro antaño conocida por su furia y coraje, España, otra caravana
de féminas, ataviadas con sus gafas de sol a la moda, el pelo de color
frambuesa rollo chica ye-ye, uñas arcoíris, macuto de influencer y pañuelo
morado aferrado al gaznate, ha saltado a las portadas de los periódicos de la
farándula merced a su viaje desde los más recónditos parajes sureños hacia los
jardines y sombras del palacio de San Telmo, morada de la taifa andaluza,
paraje de las tres culturas donde los dineros no son de nadie y las vacas se
asan con billetes de quinientos euros.
Iban montadas a horcajadas sobre los asientos de lujosos
autobuses cinco estrellas. Bugas de esos que alardean de retretes con la tapa bajada,
papelerita para detritos mensuales y asientos reclinables donde descansar las espaldas de
tanto ajetreo viajero... y, como las pioneras californianas de antaño, cantaban
y lanzaban a los cielos sus plegarias y anhelos al compás de las palmas y el zapateado de suela plana.
...Ooooh, altísimo... danos un marido fiel, un esposo
cariñoso, un hogar dulce hogar con hijos, oh altísimo...
¿Así cantaban, así, así... así cantaban que yo las vi?
Caaaaa.... Son ciento cincuenta años, Monos, y aunque se trate de un suspiro de
los dioses si hacemos la escala temporal desde el gran petardazo cósmico, mucho
ha cambiado desde aquellas jornadas vaqueras, y más lo han hecho los cánticos,
las ideas y, por descontado, la épica.... porque allí donde las useñas
atravesaban barrancos y valles de la muerte montadas sobre caballos y carros
afrentando peligros en busca de la libertad individual y el futuro laborioso,
aquí las paladinas de la modernez viajaban fletadas por sus amos a lo largo de amplias y asfaltadas
carreteras a no más de noventa kilómetros hora so amenaza de multa
administrativa, por no mencionar la desavenencia de los deseos: allá unas pedían
marido, hogar y futuro; acá las otras, más modernas y liberadas de los yugos de la
superstición gracias a los aires gnósticos que soplan en Occidente, sólo
berrean a coro por un negrata ilegal que las complete, café con leche y pastas
para desayunar o una paguita de una mano amiga con la que sobrevenir el mundo
heteropatriarcal y asesino y rasurador de piernas y sobacos e ingles al láser
que anda al acecho. Una dádiva, mujer. Una renta básica democrática de
izquierdas y feminista, que ya se sabe que el otro mundo es posible ha
de hablar clitoriano, o no será, lo diga Agamenón, su porquero o la decisión
libre expresada en las urnas.
Caravana de mujeres hacia la primera línea del frente en
defensa de la servidumbre, la insignificancia positiva y el sectarismo totalitario de la
cueva ideológica con tinieblas de moralina bastarda. Años transcurridos en los
que el rifle Winchester al hombro de las pioneras ha dejado paso al dildo con estrías
lubricado con hedor a rancio sobaco peludo de las autodenominadas defensoras de las esencias mujeriegas.
Signo de los tiempos modernos, y a todo color.
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