Yo tenía un sueño de España… pero ese sueño murió hace tiempo. El que me acunará esta noche, será mejor. Mi guía en los Años Oscuros. Y vivirá por siempre jamás. Ej12Ms

31 ago 2018

Minaretes rurales


Anochece.
Todos los días son buenos para santificar las fiestas. Los viernes, también. Todos.
Las últimas luces del día se agarran al horizonte rural, campestre, quizá temiendo perderse bajo las tinieblas del ostracismo de la razón que se abre paso sobre la profanada tierra; con uñas y dientes a la tenue línea del horizonte que recortan las lindes, los cortijos y las porquerizas que tan característico olor dan a la región... santa morada... alabado sea tu nombre, oh amada hacienda.
El aire que recorre las calles como un fantasma es seco; el ambiente sereno; van encendiéndose por aquí y por allá las mortecinas luces de las fondas, se entremezcla el repiqueteo de los hielos en los vasos con el remover de las fichas del dominó -a diez céntimos la partida; ningún lugareño se hará rico jamás mediante los juegos de azar-, bajo techo se respira el áspero humo del puro rancio, es constante el carraspeo de flemas amasadas a lo largo de la jornada, en el huerto, sobre el John Deere, mezclanza de cebolla y mistela, inquina e ignorancia.
Algunos niños juegan a policías y presos. Unos, con tubos del papel de aluminio hechos porras; otros blanden libros de leyes viejas, papeletas y urnas; a veces cantan canciones prohibidas en su imaginario mientras las madres los observan y, entre ellas, observando la coreografía escenificada por la pequeña soldadesca normalizada, cuchichean ensoñaciones en las que anhelan haber parido un futuro héroe de la neopatria expoliada... un politiqués comisionista, periodista televisivo, delantero-centro blaugrana, el yerno con el que mojan las bragas las maduras del café con leche la noche del baile de cocas.
Pasa un coche despistado. En una esquina libre de botella de agua micciona un perro mestizo.
La sombra de un despistado apestado serpentea hábilmente evitando ser visto.
Anochece, y el reloj del campanario autóctono toca arrebato.
Los altavoces carraspean, silban, se acoplan los agudos con el empezar de la cinta magnetofónica.
Anochece.
Todo es silencio pueblerino y amarillo antiniebla plastificado cuando una voz inicia el rezo desde el minarete de la casa de la villa -casa de grandes puertas, las piernas siempre abiertas para el relato- llamando a los feligreses a orar por el pueblo elegido, todo unido haciendo fuerza hasta la victoria final, que no será otra que la consecución de la libertad añorada de la patria imaginada.
Anochece en el villorrio del entrecejo, el ron quemado y la butifarra blanca al son de la melódica voz en off del almuédano con cargo de funcionario público, y la iglesia del nazionalismo defecado por la "renaixença" cierra los ojos para visualizar con claridad las enseñanzas de los padres de la patria pequeña, saboreando sus designios, haciendo suyo su sacramental odio a las Españas, sentimiento que es dogma y credo en el que se fundamenta su existencia aquí en la tierra, este valle de lágrimas tractoriano que, ahí está la voz mística que lo reproduce y recuerda, pronto ha de finar trayendo, a este mundo, el reino -o republiqueta- de los cielos.
Anochece y todos clavan la rodilla al suelo, ensanchado el gaznate, jarabe de palo para tener felices sueños. Un beso a los niños, bendiciones papá y mamá, soñad con querubines alados rubios,decoradlos con un lazo para regalo.
Alabada sea la moreneta teñida de amarillo limón.

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Dies Irae, Monos.

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