Desde la lejanía allende los mares, la civilizada y mejor preparada de la historia población española ve tales prácticas con una mezcolanza de repulsa y preponderancia, tachando tal práctica de barbarie tribal. Craso error, pues por estas latitudes sacar a los muertos de sus tumbas siempre estuvo muy en boga entre ciertos sectores del populacho progresista. Ya en tiempos arcaicos dedicó largas jornadas desenterrando reyes, párrocos y demás gente eclesiástica con parecidas intenciones de paseo y aplauso... amén de las ocasiones en las que la voluntad no pasó de intención debido a la negación de familiares gruñones -como en el caso del famoso poeta- o porque, simple y llanamente, las doscientas mil fosas anunciadas sobre el papel mojado no pasaron, en la cruda realidad, de ser meros osarios de perros, gatos y demás animales de granja.
Sirva de ejemplo la intención actual de dicha progr(h)ez de rebuscar entre su mortaja la momia del General Francisco Franco y todos aquellos que, junto a él, en paz y sosiego, descansan en el Valle de los Caídos para uso y disfrute de la parroquia beata de la cofradía de la revolución pendiente -y aplastada- que encabeza el mismísimo pater familia monclovita, Pedro Sánchez el Usurpador, quien, a sabiendas de que su pontificado pasará sin gloria pero con mucha pena, pretende resarcirse y labrarse un nicho en la Historia siendo aquel que cerró, tras ser saqueada cual pompa fúnebre faraónica a manos de ladrones de medio pelo, mediante un aquelarre festivo de corros, puños en alto y fanfarria populista, el sarcófago de la Guerra Civil española.
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