¿Qué ha sido del jinete y su caballo...
... qué del cuerno y su reclamo?
Han pasado como lluvia en las montañas, como viento en la pradera.
Los días se apagan en el (o)este, tras las colinas, sumidos en la sombra.
Rey Théoden de Rohan
Sombra larga, oronda, perfilada por triste anochecer, de un caminante que atraviesa las sendas suntuosas, los paseos marítimos desérticos, las cañadas antaño reales a paso trotón, mecánico, ligeramente desvencijado; responde al nombre de cientocincuentaycinco allá en las tabernas del mal beber y el mejor vivir, siempre afín a las prebendas, a las mamandurrias y al beso mafioso de quienes degollan caballos durante el desayuno en nombre del diálogo tolerante, la voluntad popular y el futuro incierto.
Recortada en el frío azul del cielo que clama tormenta, bajo los últimos destellos de una luz aún no violentada por la defenestración de la oficialidad del sereno, la aberración del Estado hecha carne... la felonía del Derecho hecha verbo... pasea la sombra, apeada de su montura, del cobarde silente.
No hay arenga. No hay toque a arrebato. Las legiones sucumben ante el desconcierto de un pago cierto a traidores y enemigos. La defensa de la Ley se descompone bajo los ácidos del espurio interés de unos pocos que han de reír la desesperación ulterior de muchos. Cual marejada del otoño inmortal, la negra noche va y viene devorando rocas que convierte en polvo. Cual crepúsculo del honor, la muerte final, buena, brilla como un destello cada vez más cierto.
Pasea la sombra, como un fantasma que recorre el día postrero, y todo se funde al negro.
Ante ella, sin embargo, no tiene cabida el miedo.
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