- ¿Dónde va usted? ¿No ha visto los negros nubarrones
anunciando tormenta?
Jean Paul Gaultier... Juanpa es tan sólo para los amigos más allegados... se sobresalta al escuchar la voz gruesa, gira la cabeza a su
izquierda, levanta la mirada perdida del suelo y repara en la presencia del
propietario de la misma, un señor de unos cincuenta años, metro sesenta y cinco,
aproximadamente, de abultado sobrepeso y calvicie galopante.
- ¿Me ha oído, joven? -vuelve a rugir la garganta-. No debería
estar aquí, y menos ha descubierto.
Otra cabezada sirve para comprender dónde se encuentra después
de una caminata de unas tres horas por las calles de la ciudad. Apenas
eran las cuatro de la tarde cuando, acabado el café y el cigarro de la
sobremesa, decidió salir a pasear, deseoso por sentir el espléndido sol que anuncia
verano a la vista. Recorre las calles anchas franqueadas por palmeras mustias
del marítimo -con sus tiendas abiertas de par en par a la espera de la presa
incauta que ha de caer hipnotizada ante tan bellos colores-, tuerce por la
calle Mayor y los cien afluentes que vierten en ella sus aguas, sin apenas tráfico,
y el silencio se apodera de la senda, más fúnebre con cada paso, iniciada la
cuesta del calvario, adentrándose después de varios recodos en las callejuelas
añejas de historias y leyendas, donde el aire hierve a orines de más allá del
Siglo de Oro, asidos por la fuerza de los siglos a los muros de piedra que
observan el huir de los días, las olvidadas fuentes vertiendo agua que nadie
osa ya beber, la Plaza del Rey y doña Urraca al fondo del retablo, sentada en
su banco de piedra justo al lado de los altos cipreses, aguardando la liquidación
mientras murmura plegarias que tan solo ella conoce.
Sí, Juanpa, estás deambulando entre las tumbas del
cementerio.
- ¿Qué dice usted, buen hombre? -contesta Jean Paul Gaultier
después de un breve silencio en el que ha estado reajustando la sinfonía entre
su cuerpo físico y la mente volátil-. ¿Acaso me atacarán los muertos? ¿Me darán
caza si no llevo sombrero? No hay lugar más seguro que este, viejo sepulturero.
Como la tarde soleada había sucumbido al fresco del atardecer, cualquier alma caritativa habría prestado una chaqueta fina al chico atendiendo
al temblor de sus hombros, pero Juanpa no tiene frío, ¡qué va! Es el miedo la causa de que castañeteen sus dientes. Sus buenos pensamientos han quedado
atrás, hipnotizados entre las garras de los bellos colores de las tiendas de
primavera-verano, y el hueco resultante, amenizado por el silencio de la
reflexión del estoico casco histórico, ha sido rellenado por las aguas
desesperanzadas de una alma atormentada que, como un fantasma enloquecido, recorre las
viejas calles de la ciudad mientras su espíritu vaga perdido entre el mar de contradicciones de un mundo ajeno a toda razón.
- No te salvará el sombrero -contesta el grueso señor mientras intenta revivir un puro mediante cortas caladas. Levantó sus ojos
hacia Juanpa, clavó sus pupilas en sus pupilas, transmitió una sensación de
calidez y serenidad al atemorizado joven y, suavizando la gravedad que
anteriormente había mostrado su voz, carga con su pala al hombro... Jean Paul
Gaultier acierta: es sepulturero... y dice:
- No te salvará casco de soldado ni yelmo de caballero,
chico. Han sido ellos quienes te han traído hasta este funesto paraje, y, visto tu rostro, lo han hecho por la vía rápida. Ya ves lo inmenso de su poder. Obsérvate, comprueba cómo han truncado tu felicidad
convirtiéndola en pesadumbre y congoja... y no actuando a tus espaldas, sin que tú supieras nada de lo que ocurría, no... Ha plena luz, mientras vives, eres embadurnado con sus problemas
imaginarios, inyectado por enfermedades ajenas a tu salud de hierro, movido por
un maestro de marionetas que, acabada la función, te guarda en un cajón junto
al resto, bajo llave, ajeno al mundo que se abre justo cuando terminan los sueños. Ajeno a la
vida, a la libertad, al inmenso goce de vencer al miedo real, no ese impostado en el que os refugiáis para permitiros el lujo de creeros capaces de darle esquinazo a eso de ahí abajo, chico... este hueco... el agujero de la fosa.
- ¿Qué haces, muchacho? ¿No has entendido nada de lo que te
he dicho? -espetó apenas se había alejado un par de metros de un Juanpa que
reflexionaba, excitado como un jovenzuelo, acerca del sentido de las palabras dichas por el
sepulturero-. ¡Esfúmate! ¡Corre! Están al caer. ¡Míralos, ahí vienen... y
disfrazados de pájaros! Hazme caso, chaval... ¡corre!... que no te atrapen sus picotazos, impide que te apiolen en un fatal golpe de gracia, despójate de esa bastarda sombra que ha estado
apesadumbrándote durante el camino hasta traerte a esta lúgubre tierra de
muerte y derrota. Ponte a cubierto, resguárdate de ellos, mañana será otro día
de lucha. No le pongas las cosas fáciles. Hagamos que se miren al
espejo. Devolvamos la contradicción. Sembremos la duda.
Creemos suspense.
---
El Sepulturero es Alfred Hitchcock, de cuya muerte se cumplen hoy 35 años.
Juanpa... bueno... él es uno que pasaba por ahí.
2 comentarios:
¡Magnífica Entrada Querido HEREP!¡Hacía Tiempo Que No Me REÍA TANTO, Ni Tan A Gusto!
Como Bien Dices, EL TERROR Es La Mejor ARMA Y Siempre Acaba POr Volver Como El Péndulo INEXORABLE, Contra Quien Lo Maneja Y Lanza...
¡Sigamos Pues Sembrando El MIEDO AL FUTURO, Pero ADECUADO A LOS CANALLAS QUE DEBERÁN PAGARLO!
Un Abrazo GENIO.
Un Brindis Por La JUSTICIA VERDADERA.
Y Que "LIMPIEZAS ASMODEO SA", ATERRORICE Y SE LLEVE A SUS DESHECHOS Y ESCORIAS A DONDE DEBEN ESTAR.
Mientras Tanto, NOSOTROS "A VERLAS VENIR" YPREPARADOS PARA LO QUE SUCEDA.
¡GOLFOS Y TRAIDORES FUERA!
Y
¡¡RIAU RIAU!!
Se atisba una terrorífica formación de aves de rapiña acercándose por el horizonte, Old, y vienen todas a degustar la carne putrefacta de lo que queda de España. La valentía de los años pasados ha dejado paso a la cobardía del bienestar, el "bienpensar" y el "bienaplaudir" las gracias del amo de turno.
¡Que venga Asmodeo, vea y juzgue!
Un abrazo, querido Old.
Brindemos por la limpieza en seco y la refundación de España.
¡Riau!¡Riau!
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