Este tío de ahí arriba responde al nombre de Aron L. Ralston.
Muchos no sabréis quién es, pero su historia viene al caso
de un suceso que ocurrió hará poco más de una semana en las tierras del Mohamed
IV, primo hermano del Bourbón gastronómico emérito, y que tuvo como
protagonistas a tres espeleólogos españoles que fueron a recorrer senderos del
Atlas marroquí. Sus nombres: Gustavo Virués, José A. Martínez y Juan Bolívar
Bueno. Este último, Juan, único superviviente de una expedición que culminó en
tragedia, con el cañón de Wandas como telón de fondo. Un resbalón, una cuerda
de seguridad y un cadáver instantáneo. El otro -triste tragedia- quedó aferrado
a la vida mediante un hilo delgado, frágil, que acabó rompiéndose después de
una serie de desafortunadas coincidencias catastróficas, siempre parejas a la
práctica de cualquier deporte de riesgo.
Vuelvo a retomar la vida y obra de Aron Lee, el barbudo de
la foto, inmortalizada para la posteridad gracias a la película de Boyle, donde
asistimos a la epopeya del chaval que quedó atrapado en las escarpadas paredes
de Utah, sólo con su navaja multiusos mellada, arma blanca con la que, tras una
eternidad de agonía y desesperación, serró la piel, los tendones, la carne y el
hueso para poder liberarse del abrazo de la roca desnuda.
Todo durante el transcurso de "127 horas".
La espeleología es una afición peligrosa. Muy peligrosa.
Adentrarse en las cavidades del planeta Tierra, infiltrarse por las grietas de
un planeta demasiado grande comparado con las pulgas homínidas venidas a más,
penetrar en las profundidades del misterio con un mono azul, un casco-linterna
y un ovillo de cuerdas y pasadores, tiene sus riesgos, Monos, y más si estas
excursiones se hacen en lugares remotos como pueden ser las paredes de Utah o
los picos del Atlas, desérticos, deshabitados más allá de donde alcanza la
vista, todo pasto de cabras, inmensa planicie de matojo, piedra y casas de
adobe donde el teléfono es venerado como un Dios todopoderoso.
Los espeleólogos españoles lo sabían. Estoy seguro de ello.
Como Aron Lee, eran conscientes del riesgo que acompañaba su aventura... pero,
a diferencia de lo sucedido con el montañés useño, nuestros compatriotas
eligieron un país del Tercer Mundo (siendo generosos) donde las ambulancias no
tienen aire acondicionado ni rueda de repuesto, las heridas se suturan con el cordón de las botas y
el boca a boca está en desuso porque no hay sanitario magrebí que deje pasar la
oportunidad de meter lengua.
De esta forma se entiende que los equipos de rescate... perdón
que me ría... llegaran pasados unos días, que no tuvieran ni pajolera idea de
qué hacer para rescatar a los españoles caídos y que José A. Martínez, el
espeleólogo herido, muriera después de ser zarandeado junto a la camilla en la
que los rescatadores habían tendido su roto cuerpo. Al superviviente, por
siempre marcado por la tragedia, todavía le quedaba una bonita caminata de varias
horas por las tierras moras, rumbo a lo impredecible, postre último del deporte
de riesgo.
Y aquí paz y después gloria... como con Aron Lee, su
cuchillo, su muñón y su leyenda.
Ahora bien, como no es oro todo lo que reluce, no podíamos
cerrar sin mencionar al Gobierno del Reino de España, una vez más, y el sonrojo
y la vergüenza que producen, en El Ejército de los 12 Monos, la cobardía
disfrazada de desidia que desprende su actuación en todo este aquelarre...
porque el Gobierno de España, sea del color y la forma que sea, jamás alzará la
voz en defensa de los intereses de la Nación (y sus hijos) frente al primo
hermano del Bourbón gastronómico emérito, no vaya a enfadarse el Sultanito y nos
envíe a ese millón de moros que, al otro lado de la verja, esperan órdenes para
ocupar las ciudades españolas de Ceuta y Melilla. ¡Faltaría más! Es mil veces
mejor guardar silencio, agachar la cabeza, apretar bien el esfínter y seguir
colaborando en la acción humanitaria que se desplaza a bordo de las pateras o
entre las ruedas de los camiones que cruzan, día a día, el maldito Estrecho.
Para eso somos "Uropeos", civilizados y
solidarios a más no poder.
4 comentarios:
No falla. Tal como dices los gobiernos de turno son idénticos en la entrenada BAJADA DE CALZONES ANTE EL MORITO MAGREBÍ.
Aparte de tener una aficion por algo tan peligroso como,la que les ha llevado a la muerte.La actuacion de las austoridades de Marrueco en este asunto es detestable.Un dia me gustaria que le metieran un par de pepinos al palacio del satrapa que gobierna Marrueco,un abrazo,
Me espanta pensar el motivo de esta complacencia con el Sultancito, don Javier, aunque me puedo hacer una idea de las razones, todas pésimas.
Un saludo.
El Sultancito es ese primo del emérito gastronómico, y ya sabemos cómo es de permisivo con la familia.
De los pepinos, hombre, el patio se le está revolviendo un poco, así que haría bien preocupándose de sus asuntos y reforzando sus alianzas.
Un saludo, neozelandés.
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