Andamos, estos días, algo liados en El Ejército de los 12
Monos. Maniobras, como siempre. Cuando duerme aún el gallo, petate al hombro y
hacia campos más áridos, en este caso gran urbe, a dar barrigazos y maratonianas
caminatas sin agua ni sustento. En esta ocasión, a bordo de verdes trenes de
ridículos convoyes, cabeza pegada al helado cristal, viendo correr la pradera,
la costa azul turquesa y tierra, tierra, tierra....
Vino a mi cabeza el estío, sus siestas, una serie de
reportajes de La 2, unos créditos finales y Antonio Machado y sus caminos
soñados, aroma de pino verde, encinas viejas...
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero,
Llega un momento en que el carraspeo del tren queda mudo,
silencio de una luz que amanece la ensoñación que da forma a la ristra de árboles
fugados, meras imágenes de las estaciones pasadas, una a una, en línea, hasta
llegar a este momento único, que ya no es, sino será... y así hasta el
infinito, sea alta velocidad o regional borreguero... árbol a árbol, derribo a
derribo, ciudad tras ciudad, acumulando polvo en los zapatos de piel curtida de
cicatrices de mil espinas que supuran con los primeros fríos de invierno.
Acumulando fango en el rostro, soldados.
Fango que son medallas.
... la espina de una pasión;
logré arrancármela un día:
ya no siento el corazón.
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