Lupita es su nombre de guerra, de calle, por el que la
conocen todos los chulapos de la Tercera, en el barrio del Rosal, acá en la
capital del Reino, villa de Madrid. Cuando empezó en este negocio antiquísimo,
tuvo que cambiárselo por motivos de marketing comercial: a nadie le gusta
encamarse con una lumi llamada Josefa. Suena a hombre, a vicio, produce
escalofríos... así que, ni corta ni perezosa, optó por un nuevo baptismo que le
abriera las puertas del gremio.
Su vida, como la de cualquier otro perdedor profesional, ha
sido dura. No entraré aquí a desmenuzar cada una de sus miserias. No es
necesario. Como reza el refrán, a buen entendedor pocas palabras bastan. Todos
conocemos a almas como Lupita, o hemos oído hablar de personas que viven en el último
de los escalones, abajo junto a la portería, desde donde sube ese agrio olor a
pescado en descomposición, algo nauseabundo. Vejaciones, palizas, impagos... algo
común en la vida de cualquier mujer de la calle.
Conocí a Lupita una noche, a la salida de un garito del
centro. Era tarde, hacía frío y, mientras esperaba en la parada del taxi, ella
se acercó para pedirme fuego. Un rápido vistazo a esas botas altas, la falda
corta y la mirada triste me permitieron deducir que, esa noche, también iba a
dormir sólo... a no ser que quisiera pagar. Lo siento, no, le dije con un
movimiento de mis ojos. Ella hizo ademán de entenderlo a la primera, aunque,
según me dijo después, en el autobús que nos llevaba al Rosal, donde también vivía
un servidor... vivía, y vive... su turno ya había acabado. Según qué noches,
prefería volverse pronto para casa. Hay días en los que el destino te aguarda
para jugarte una mala pasada, me confesó.
Era muy guapa, Lupita. Mucho. El viaje duró apenas veinte
minutos, desde la parada de El Greco hasta la Avenida del General Silvestre,
pero fueron suficientes para que, incomprensiblemente e inevitablemente, me
enamorara perdidamente de ella. Una vez despojada de su careta de mujer de todos, Josefa se convertía en una persona dócil, noble, dicharachera... y un
poco resignada, todo hay que decirlo. Pero era lista, sabía de libros, de cine
y, si el trayecto hubiese durado un poco más, habríamos acabado hablando de música
y bailes, lo sé.
Nos hicimos una autofoto de esas... un "selfie",
creo que dicen los modernillos... y, ahora que he descubierto que se marchó a
otras tierras, la guardo como oro en paño. Esos veinte minutos, su brazo
rozando mi brazo mientras iban sucediéndose las calles y las luces de neón,
aquella sonrisa que tintinea en mis recuerdos, fogonazos que bastaron para caer preso de su
embrujo... bastaron para que, desde aquel funesto día hasta esta mortecina
mañana, mi mente no pudiera pensar en otra cosa, buscándola, buscándola por las
calles desiertas o en las paradas de autobús de toda la ciudad.
Lupita se marchó uno o dos días después de nuestro
encuentro. Ahora lo sé. Me lo dijeron unos obreros de la ampliación del
metropolitano. Ni cartas, ni palabras, ni nada. Madrid, su Madrid, la había
condenado al hambre. Desde hacía tiempo venía anunciándose en la prensa un gran
proyecto que había colmado de ilusión a muchas personas que, por aquellas
fechas, malvivían por la capital. Hoteles, casinos, salas de convenciones....
dinero, fichas, drogas, putas de alta costura esperando clientes en las barras de
los bares de vanguardia, donde sirven excelentes cócteles paridos allá, en la otra ribera
del Atlántico...
... EuroVegas, dirección Madrid...
Al fin, Lupita, un golpe de maldita suerte, amor mío.
Pero, ¡ah, desgraciada, qué ilusiones más efímeras las tuyas! El
vaso de agua fresca, en un santiamén, quedó vacío, y esa ensoñación de trabajo
pasó como se esfuma el recuerdo de tu feliz infancia. Al poco de conocerse el
proyecto, legiones de estómagos agradecidos salieron a la palestra, alzando sus
voces al cielo maldiciendo aquel sucio dinero que estaba por venir, manchado de
sangre y polvo blanco. Al alba, un ejército enfrente, formado por beatos,
envidiosos, egoístas y demás moralistas del tres al cuatro, Lupita, agarraron
ese futuro incierto que se abría ante tus pies y, de una apuñalada de demagogia
barata, lo arrojaron al más profundo de los abismos.
Triste suerte la tuya, amor, que siempre has tenido que
sufrir los golpes bajos de un pueblo desagradecido que, como el maricón que te
abofetea tras un canje carnal que se torna suplicio y tortura, siempre te ve como un
trapo sucio, una colilla tirada en la acera, un gato espatarrado en el arcén de
la autopista. Moralina de bestias que, tras dejar a la esposa y a los hijos en
la misa de tarde, se acercan a ese barrio donde campean las putas y menudean
los camellos, a 60€ el gramo, señor... y disfrutan de sus vicios, que para eso
son suyos, y de nadie más.
No tengo ni idea de si leerás estas líneas, pero esta mañana
me he despertado contemplando aquella foto que nos hicimos juntos. Me gustaría
romperla para que también ahí dejaras de estar apresada y pudieras volar libre,
pero no puedo. Es el único recuerdo que tengo de ti. Además, sonríes... y yo
también sonrío. Supongo que habrás ido a Tarragona, donde se anuncia un
proyecto similar al que acabó en ruina aquí. BCNWorld, se llama ahora el invento. También allí dicen
que se construirán mil hoteles, dos mil casinos, otros tantos centros de
convenciones e incontables puestos de trabajo donde tú, y muchas como tú, podrán
ganarse la vida sin temer que la cacería de brujas las conduzca de cabeza a la
hoguera. Las hordas de la demagogia populista, esta vez, se han abstenido de
pregonar los favores políticos para que la Ley se amolde a los empresarios mafiosos de anteayer, hoy convertidos en santificados mecenas... y allí, en las tierras mediterráneas, los gurús de la corrección política no hablan de la droga que vendrá, las venéreas
que se cultivarán al por mayor o el hedor a podredumbre de los billetes verdes...
y también es lógico, sí, pues en la tierra del oasis y el Mátrix virtual de la excelencia y la raza superior, nada es lo que parece y lo que es... la droga, las putas, la depravación,
el vicio, el delito y los pecados capitales... ya pertenece a la realidad cotidiana... ya son, por así decirlo, de la familia.
Que tengas suerte, Josefa.
Que tengamos suerte todos.
4 comentarios:
Nada Salvo Un Enorme APLAUSO, Querido HEREP. TÚ YA LO HAS DICHO TODO.
Un Abrazo.
Un Brindis Por La VERDAD QUE LIBERA.
Y
¡¡RIAU RIAU!!
Con "selfie" o sin, tu pasaje también es de muchos...
Lo he dicho todo, pero aún no se ha dicho la última palabra, Old. Verás como acabarán sorprendiéndonos, y ahí estaremos.
Un abrazo, y otro brindis por la verdad liberadora. ¡Riau!¡Riau!
Si vieras el "selfie" cambiarías de opinión, Jordi ;P
Un saludo.
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