De pie, con la mirada baja, su figura impone cierto respeto.
Alto, robusto, con su corte de pelo característico, esa anilla anudada al óvulo
de la oreja... siempre vestido de negro riguroso... Amedrenta, su figura, sí...
recortada por el cielo gris tristón que amenaza con una lluvia fina, temerosa
ante la posibilidad de romper la estampa que, al filo del acantilado, dibujamos
un puñado de personas, no más.
La nota que recibiste en tu correo electrónico hará un par
de días lo dejaba claro: el lunes, a las 18:35h. en el Mirador de
Llenguadets... sí, sí, hombre... las Dos Tetas de toda la vida. Lo enviaba
Paco, con copia para los cuatro monos que, a tu alrededor, asisten, como tú...
como yo... al acontecimiento. No hubo más palabras. No hacían falta.
En verdad os digo que jamás han hecho falta.
Ni ahora, aquí reunidos, se rompe el silencio de la mar
rompiendo contra el saliente rocoso, ahí abajo, donde el azul pierde su fuerza
desbancado por el blanco de la espuma rabiosa. Está Raúl, el maestro sin nivel
C... y Sofía, la camarera del bar reconvertido en prostíbulo... amén de Paco,
el escritor de... de... bueno, no recuerdo de dónde vino Paco, sólo sé que es
escritor y que, cuando hay algo que decir, él es quien, de forma harto
sorprendente para mí, mero idiota, junta tres o cuatro letras de la forma más
armoniosa que hayan escuchado jamás mis oídos.
Y Gloria... Daniel... el viejo Tomás...
De lejos, quien nos viera, pensaría que no somos más que una
panda de colgados... o brujos, bajo la lluvia, haciendo ofrendas a los dioses
paganos en un aquelarre incomprensible para cualquier mente dominada por la farándula,
el cotilleo televisado o la ideología políticamente correcta. ¡Loco!, me
llaman no pocas veces, bien lo sabes. Incluso con la mirada, cuando algún tipo
de amistad impide la sinceridad que otorga la confianza. Con el tiempo hemos
aprendido a distinguir ese brillo de miedo en el rostro, no os preocupéis. De
igual forma, también hemos aprendido a inmunizarnos ante las afrentas...
... aunque dudo que estas pudieran habernos hecho daño
alguna vez. Quizá de niños, cuando nos sabíamos diferentes pero no alcanzábamos
a comprender el por qué de la diferencia. Quizá durante aquellos años, nuestros
sentimientos, fueron más vulnerables.
Sonríes. ¿Te divierte recordarlo, verdad? Ha pasado mucho
tiempo desde aquello. Demasiado tiempo, preciosa.
Entonces, aún llorábamos. Nos quedaban lágrimas guardadas en
la recámara, como balas anónimas que un vaquero solitario, de improvisto,
dispara hacia el entrecejo del forajido del pueblo, terror de prostitutas y
viudas alegres. Con el tiempo, pero, aprendimos que nosotros no éramos los más
rápidos de la ciudad, se nos atragantaba el tabaco mascado y las botas, de
duras, nos sembraban de callos los pies.
Jamás salvamos a nadie, fuera puta o doncella.
Tiramos nuestro revolver una noche larga, negra y fría... y
la recámara quedó libre de lágrimas.
Me miras, te miro. Me murmuras algo con un pestañeo, y te
contesto con un ligero movimiento que tensa mis labios. Un soplo de aire mesa
mis cabellos, desarrapados, y experimento cómo se hiela hasta el tuétano de mis
huesos.
Pssss... Héteme aquí, en un entierro... y lo único que
siento es frío.
La negra figura cuya sombra eclipsa el brillo de las
incipientes estrellas, sin previo aviso, parece ladear la cabeza, buscando los
ojos azules de Paco. Querría deciros que, al encontrarse, saltaron esas chispas
que tanto caracterizan las novelas románticas que ocupan las cabeceras de los
grandes almacenes... pero no. Ni chispas, ni celestiales trompetas tocadas por
querubines alados, ni una mariposa descarriada... Nada. Una pausa ligera, una
mirada sostenida, y un abrazo que fina como se acaba el efecto de toda droga
habida y por haber.
Paco no ha preparado letra alguna...
... y el silencio, otro más entre nosotros, vuelve a tomar
voz.
El hombre de negro se mueve, descubriéndose eso que abraza
sobre su pecho. Geométrico, grande, de heladas paredes, bien podría decirse que
se trata de una urna fúnebre... pero no. Muchos la conocen así... urna...
pero esta, a diferencia de las biodegradables al contacto con la mar, o esas
que bien parecen ánforas revestidas con mil colores y que descansan sobre el
poyete de la chimenea mientras unos familiares... tristes... las contemplan con
la vana esperanza de que la ceniza no esté muerta, sino de parranda... no son
opacas, más bien transparentes de metacrilato puro y duro, con vértice afilado...
y no van repletas de polvo gris... polvo sois, y en polvo os convertiréis...
Con gesto brusco, el hombre de negro rompe el sello,
abriendo la urna. Se hace tarde, murmura su voz dentro de mi
cabeza. Imponente, alza sus largos brazos hacia el flujo de la brisa del Norte,
lanzando al Cielo su regalo... y algo que no es gris pero que bien podría
parecerlo, echa a volar de manera torpe, entre tirabuzones y volteretas dignas
del mejor de los aviones de papel.
Y de papel son estas cenizas... o papeletas. Papeletas
dobladas e introducidas en sobres anónimos. Papeletas electorales que, mecidas
por el viento que todo lo puede, desaparecen justo llegada la noche, igual que
hacen los sueños que soñamos despiertos antes de irnos a la cama, vencidos por
la realidad del subconsciente.
Sueños de paja. Sueños que no valen nada.
Sueños de ceniza.
Todos miramos cómo se alejan esos papeles hacia el infinito
de la ignominia, última parada. En el lecho rocoso del acantilado ya descansa,
vencida por la gravedad, una urna cuadrada, transparente, con una rajita
en el lomo superior... al igual que una hucha infantil... al igual que una
hucha infantil donde el inocente rapaz de turno deposita esos anhelos futuros.
Poco a poco, mientras la bandada de pájaros de papel
transita hacia su reposo de invierno... largo y duro Invierno, este que nos
traen los Años Oscuros... vas quedándote sólo en el Mirador de Llenguadets. No
hay despedidas, como tampoco hubo bienvenidas. Uno a uno, los fieles, van
desfilando hacia la tenue luz de la farola que ilumina el aparcamiento. Ella, él,
el viejo... el hombre de negro, interminable ceño fruncido...
... tú también te vas...
... mientras yo sigo al último de esos fúnebres pájaros de
alas cenicientas, intentando averiguar cuál era su canto. ¿Dignidad? ¿Honor?
¿Justicia, quizá? ¿Qué prometiste, moribundo? ¿Qué dejaste atrás, miserable?
¿Cuántos te llorarán contemplándote ahí, en tu urna, deseando que no estés
muerto... que sea un espejismo... que la Democracia de la que tanto hablan no
sucumba como el más paupérrimo de los mortales?
No seré yo quien te llore en este gélido Noviembre del 2015,
mala pécora. Nosotros ya no lloramos. No hay revolver, no quedan balas... no
hay vírgenes a las que salvar.
Ja... Héteme aquí, de entierro... y sólo siento frío...
aunque cada vez menos.
4 comentarios:
Ya lo digo yo y nunca me cansaré de repetirlo. Pasamos de una dictadura sin votaciones a votar una dictadura... No es algo baladí pues si fuésemos inteligentes, ya haría tiempo que habríamos conjurado en fuerte aquelarre esta Democradura...
Un saludazo.
Circunstancias familiares me llevan de cráneo pero cuando quiero distraerme leyendo algún blog, no lo dudo: ¡herep de los primeros y nunca - tampoco hoy - me defraudas amigo y camarada mío!
Un abrazo
Asun
Todo es un paripé, CS... pero todo proceso revolucionario me da cierto picor, amigo. Las cosas siempre pueden ir a peor y mucho me temo que, de triunfar las corrientes que se entreven por las calles españolas, saldremos del fuego para caer en las ascuas.
Aunque, tarde o temprano, sea para bien o para mal, el vaso acabará rebosando... y por eso rezo.
Un saludo.
Asun,
Lo sé.
Y desde aquí te mando un abrazo y mis mejores deseos para vos y para los suyos.
Un abrazo, tarraconense.
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