Cuenta la historia que hace mucho, mucho, mucho tiempo, en
un lejano país de un extraño continente a la deriva en un mundo raro, los
hombres que por allí pacían, en eterna paz y armonía vivían, disfrutando de los
dones que brotaban del fértil sustrato hercúleo.
Alimentos, materias primas, manufacturados, sentimientos ...
No bien llegaba la época de las lluvias, el trigo rompía la
superficie de las tierras emergiendo verde, puro, con ese áspero olor que
caracterizaba los kilómetros y kilómetros de hectáreas del mar dorado. No bien
seco estaba el cáñamo en las factorías humanas, una interminable hilera de productos
iba siendo empaquetada para distribuirse entre la ciudadanía, expectante, que
utilizarían los artefactos varios para uso y disfrute personal.
Así las tiendas rebosaban de panes elaborados con toda clase
de cereales, las estanterías repletas de bebidas de todos los sabores, eternas
colas en los comercios... y las ciudades crecían, tornándose peatonales los
centros urbanos, destinados al comercio de fin de semana... tranquilo, en
familia, mirando escaparates, comparando precios mientras se degustaba un
batido en el puerto, atracado en el océano virtual de la Red, que todo lo
engloba y bendice...
La vida se engalanaba de luces en Navidades... de luces
durante la fiesta del santo patrón local... de luces de artificio en tu
mirada...
Era costumbre, al caer un diente, intercambiar el caduco
marfil primerizo con un espectro del mundo de la fantasía: el archifamoso
Ratoncito Pérez. El aprendiz de dentista, a cambio, nos dejaba una gominola...
un coche... un "pinta y colorea"... y todo se volvía magia,
riendo los infantes e instaurándose, en los padres, esa mirada bobalicona...
"¡Oh!"... Melosa, pringosa de dulce, confitura inyectada en vena, parecía la escena...
Otro episodio más en un mundo pintado con óleos de miel.
No el único, ¡faltaría más! Los Reyes Magos del Oriente, el
Papa Noel del Polo, el hombre del saco que te perseguirá si no te portas bien, la
Lotería de Navidad... ¡qué sueño, el de aquella noche de invierno!... alguna
herencia, el golpe de suerte que nos debe la Providencia, una carambola
galáctica que nos honre... un don guardado en el baúl de la familia...
Sueños. Felicidad. El mundo en calma, los pájaros piando
sobre las ramas, niños riendo, jóvenes magreándose en el asiento de atrás de un
Ford, degustando el placer de la vida que sigue plácida.
Todo emanaba armónicamente sin cesar tras cobrarse el
precio... su precio... escaso... pagado mediante la fuerza del brazo y el
ingenio de la mente. Así, armado con tales herramientas, el hombre creaba,
plantaba, encontraba la música soplando caracolas, volaba a lomos de dragones
de aluminio inoxidable... y todo era posible, inclusive la magia del aprendiz
de padre, de mirada bobalicona.
La Energía no se crea ni se destruye. Se transforma
De aquel Mundo raro, pero, hace mucho, mucho, mucho tiempo.
El tiempo pasó y el impulso se perdió, allí fuera, cruzado
el umbral de la cueva.
La cartera se secó, exprimida por la tarifa en aumento, y
las fuentes se fueron secando. Desapareció el músculo del brazo y el entramado
gris de la mollera, reseco, volvióse espongiforme, huyendo el filtro de la
originalidad y la evolución. Se secó la miel en las patas de las abejas,
mientras nosotros, apicultores, asistíamos incrédulos al borrado tristón del
capricho en la lista de la compra, ahora rápida y de supervivencia, ahogada por
la escasez de proteína monetaria y nutricional.
El mundo raro nos robó la Energía, relegándonos a pellejo
cosido a los huesos. No desapareció, ni quebró la fábrica que le daba forma, no...
y perdónenme la risa al imaginarme esto último. La Energía, fue, simplemente, acaparada...
expropiada... en oligopolio de aristócratas cambia-capas, maestros en el arte
de la demagogia filosófica de la democracia moderna y el chantaje sentimental a costa de una ciudadanía aniñada que espera, nerviosa, que se le caiga pronto otro diente
de leche.
Robaron la savia, la fuerza, el pensamiento crítico... y le
pusieron el precio del escándalo, de la servidumbre... el precio de la
esclavitud.
De aquello hace mucho tiempo. Mucho. Demasiado.
Fue cuando decidimos no pagar el precio, y volvernos para
adentro...
... a la realidad de la oscura cueva.
4 comentarios:
Lo único que cura el tiempo es el jamón.
Sin duda tu relato es el sueño habido en una noche de crudo invierno, aunque en realidad todos los que hemos soñado algo semejante,al despertar nos encontramos con la más cruda realidad que describes.
Por eso alguno de nosotros preferimos regresar a nuestra respectiva caverna mental, lugar en el cual se forjan los sueños que nos impulsan a vivir con un mínimo de esperanza y un máximo de dignidad.
Feliz Navidad para ti y tus 12.
... y el jamón todo lo cura, Javier.
Un saludo.
Decía Orwell que la ignorancia es la fuerza, José Luís, y todos sabemos cuánto de bien se vive en la ignorancia... sin preocuparse por el por qué de las cosas, sin dudas existenciales, sin ese rum-rum-rum del cerebelo...
Sí. Hay veces en las que envidio a los ermitaños, allá en sus montes perdidos.
Un saludo, y Feliz Navidad.
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