Miércoles, 22 de agosto de 2012. Temperatura, 32 grados
Celsius. Humedad relativa del aire, 89%.
Monos, perdonadme. Estoy tan fundido como un helado caducado…
como los fusibles de una atracción ambulante de autos de choque… como una
descomposición de chocolate digna de cinco estrellas Michelin…
Tan derretido como este MP3 que, loco de lipotimia, no paro
de trastear arriba y abajo… buscando una canción refrescante en este verano del
año del Apocalipsis maya, azteca… inca…
Como ustedes gusten.
Y mientras trasteo… mientras sobrevivo a la sobrecarga de
esos otros fusibles que tengo en la cabeza… acabo de tropezar con un artista de
esos que, desconocidos para el común de los mortales, siempre dejo que acabe
sus canciones.
Con él no hay zapping que valga.
Conocí de él allá por la segunda mitad de la década de los
90, cuando me dio por quemar las cintas de Nirvana. Una tarde, revisando fotos
y demás parafernalia grounge, me encontré con una instantánea del finado Kurt
Cobain en la que aparecía con una camiseta de dibujos simples y aniñados. Así,
a través de una foto, es como conocí a Daniel Johnston.
Así es como encontré al amazing Daniel Johnston, rey de los
Infiernos… vencedor de la lucha contra Lucifer.
Las cintas, de forma imperceptible, cambiaron de un vivo que
decidió morir, a un muerto que se aferraba a la vida. Casi sin querer. En silencio.
Una mañana sonaba uno y, a la tarde siguiente, sonaba otro. Algo habitual si
nos paramos a pensar un poco.
Entre amigos, os confesaré que siempre he tenido un imán
bajo la piel. Una fuerza poderosa y electro-mecánico-magnética para atraer, no
el metal, sino la locura… la excentricidad… la originalidad en estado puro. Y eso,
amigos, no es cosa habitual en este mundo en el que nos ha tocado vivir… caduco…
donde lo nuevo es un pétalo caduco y en las estanterías de las librerías de
postín no se vende algo asombroso desde hace un siglo largo.
En las bodas, en las clases, en las fiestas… siempre,
siempre, siempre, el tarado… el tullido… el bufón a los ojos de la masa… ése
venía a mi vera, junto a mí, explicándome sus pesadillas o sus crisis
maniaco-depresivas. Ahora, aprovechando este momento que me regala mi desfallecido
entendimiento, me vienen a la mente tantas caras… tantas miradas… sonrisas
esquizofrénicas bajo ojos que irradian tanta paz…
Yo siempre los he escuchado. Quizá por eso, por una
invisible predisposición a escuchar locuras, cualquiera podía adivinar dónde me
encontraba cuando llevaba tiempo… llevo tiempo… desaparecido. Allí, en la
esquina, charlando con el guillado de… de… no sé. No recuerdo su nombre.
Daniel… fogonazo de originalidad… tiene un cuadro
maniaco-depresivo. Bipolaridad permanente, o algo así. En una palabra: el tarro
no le funciona bien. No carbura. Si escucháis cualquiera de sus canciones… si
degustáis el video que acompaña esta entrada… si os atrevéis a conocerle en The Devil and Daniel Johnston… comprenderéis que algo no funciona en la cocotera
del superhéroe de la Era Nuclear. Mirada perdida, sonrisa bobalicona, ojos
inocentes… cejas profusas y descuidadas… barrigón, tembloroso, desquiciado…
Todo lo contrario a este mundo nuestro, siempre fiel a las
reglas, a lo políticamente correcto, a la servidumbre… al ¿qué pensarán?
¿Podríais ser mis amigos? ¿Valgo? No. Daniel suda de todo eso. Su piel, como
sucedería si descansase diez horas bajo un Sol como el que aprieta hoy, expulsa
ese excremento que cría su entorno social.
Él es un loco. Un demente mental atrapado en ese
psiquiátrico en el que los hombres que manejan los hilos suelen encerrar a
aquellos que, a través de una idea nueva, un dibujo libre, una visión
resplandeciente, ponen en peligro el Sistema que estos saqueadores
profesionales han construido para el Mundo. Para SU mundo.
Daniel Johnston es otro Mono más.
Hoy le dedico estas sentidas letras. Antes de lanzarme en
pirueta mortal inversa desde esta peña mediterránea, le doy al Intro y os
confieso que sintiendo sus canciones, yo… el Comandante en Jefe… me inyecto en
vena la creencia de que la Vida es un regalo… un presente que se me dio para,
hasta mi último suspiro, extraerle todos los sabores.
Lo sé.
Mientras caigo hacia la fresca agua no puedo hacer más que
darte las gracias, Daniel. Tu mirada… tu despreocupación… tu tullida e infantil
forma de afrontar su mundo… el Mundo… tus conversaciones en la Sala X… junto a
la lumbre en lo más crudo del Invierno…
La locura, Monos, siempre es bienvenida en El Ejército de
los 12 Monos.
(Hay más fuera que dentro)
En una época de cirugía social universal, la locura es un
acto revolucionario.**
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** Versión libre de una cita de George Orwell.
4 comentarios:
Holaaaa Herep. ¡Coño no se que decir!.
Cuidadin con el caloron y la humedad que son letales amigo.
Saluditos.
Bueno tranquilo, es sana locura, lo justo para no salir a inflar a yoyas a más de uno.
Armate de capuzones y líquidos isotónicos. De momenteo ;)
El calor y la humedad son letales, Zorrete. Tienes razón. Hacen que le cueste a uno hasta pensar.
Un abrazo, campeón. Espero que la recuperación marche a toda vela.
Siempre es sana locura, Candela.
Para tener malas intenciones tampoco hace falta estar loco.
Llevo tres días a remojo permanente. Hoy, en cambio, parece que empiezan a calmarse las temperaturas.
Veremos si continúa.
Un abrazo, y feliz domingo.
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