Las
miradas sorprendidas de los nuevos empleados de temporada se clavan en mi
doblegada espalda nada más cruzar las puertas automáticas del supermercado. Los
chicos, las chicas… los estudiantes en tiempo de nieves que hoy cambian sus
libros y pupitres por verdes delantales, pantalones negros de infinitos
bolsillos y zapatos de seguridad, no están acostumbrados a verme entrar cada
mañana a la misma hora, mientras el Sol se despereza aún de su descanso
hemisférico.
- Buenos
días, señora Smith.
- Buenos
días, hijo.
Con
Kevin eso no pasa. Lleva mucho tiempo
como encargado del Seven Eleven. Mi memoria ya no es lo que era, pero
diría que el chico ya trabajaba aquí estando Steve en vida. Granitos en la
cara, una sombra rebelde bajo la nariz, la típica rudeza sureña… Sus formas y
hábitos han ido cambiando con el paso de los años y de aquel chiquillo hoy
queda más bien poco. Tenía razón mi padre cuando decía que el trabajo
dignifica. Sí señor. Se ha convertido en un hombre de provecho, el mozo. Y
que dure por muchos años, dice cuando se molesta en cruzar tres o cuatro
palabras con ella.
Y
que lo vean mis ojos, pienso para mis adentros cuando le escucho hablar tras esa sonrisa
suya tan auténtica.
A estas
horas de la mañana el supermercado siempre acostumbra a estar vacío. Mejor. Así
no tendré que hacer cola ni entablar conversaciones con vecinas del barrio que,
en estos instantes, nada me apetecen. Paso a paso voy atravesando pasillos y
estantes en busca de aquello que he venido a comprar. Al fondo. Las estanterías
que contienen mi anhelo están siempre al fondo. Algún malpensado podrá decir
que ahí están mejor… más escondidas… pero es llegar al sector caqui y el
atrevido interlocutor se dará inmediata cuenta de su error. Rodeadas de luces,
de pantallas de TV donde se presentan los últimos modelos y de un pequeño
ejército de empleados siempre prestos a cantar las glorias del nuevo estriado o
del nuevo cerrojo, uno podrá decir cualquier burrada, pero jamás argumentar que
las estanterías de las armas están escondidas.
Las
relucientes Colt, el inmortal Winchester, las estilizadas Beretta, los robustos
Heckler & Koch… una colección de negros M16… pistolas, recortadas,
semiautomáticas, fusiles Barrett M82… En un frontal reluce un cartel
fosforescente anunciando Kalashnicov en oferta… 2 por el precio de 1… y justo
al lado, un enorme cesto con pequeñas piñas negras no aptas para el consumo
alimenticio.
Conocedora
de todos y cada uno de los recovecos de la zona de la armería, mi vista no se
detiene contemplando el género más que lo justo y necesario, posándose de forma
innata en aquello que he venido a buscar: una Smith&Wesson .357Magnum. Ahí
está. Magnífico. Reluciente. Todopoderoso. Cuando murió mi marido, John,
nuestro hijo, se coló un día en casa y tras registrar todos los cajones, se
apoderó de nuestra Magnum de toda la vida. Esa que le regalaron justo el día de
nuestra boda. El chico me dijo que le hacía gracia así que, ¡cómo negarme!
Todo ha sido curarse la cicatriz de la operación de varices de la semana pasada y salir a
por otra al supermercado.
Steve
siempre tenía nuestro viejo revólver dentro de la fina caja de madera de roble
en la que venía envuelto el regalo, y ahora que vuelvo a tener una sobre las
manos constato que se me había olvidado cuánto pesa esta obra de ingeniería
elemental. Tal y como haría un experto, sopeso la pieza, compruebo el pulido
del cromado, el mecanismo de percusión. Una chica de unos veinte años que me
mira desde unos metros a la derecha se ruboriza cuando, tras contemplar la boca
del cañón, levanto la vista cruzándose nuestras miradas.
¿Qué?
¿Crees que mis viejas manos no serán capaces de empuñar una pistola como es
debido? ¿Crees que un retroceso de tal calibre me lanzará por los aires?
Bendita
juventud. Yo, a sus años, ya tenía plastificado mi carnet de la Asociación del Rifle. Fue otro regalo de mi padre, por mi mayoría de edad. Recuerdo que él, un
viejo marine condecorado en Guadalcanal, me llevaba todos los sábados por la
tarde al campo de tiro. Pasábamos horas y horas disparando a sombras negras
sobre blanco papel, entre risas y sándwich vegetales.
No dejes nunca que nadie te prohíba tu
derecho a portar un arma, me decía mientras limpiábamos las escopetas en el porche trasero. Nos lo garantiza la Segunda Enmienda,
cariño. Los malos siempre las llevan.
La chica
se marcha tatareando la melodía que escucha por su Ipod, rumbo a la sección de
cosméticos. Los
malos siempre las llevan. Las palabras que aquella tarde
pronunció mi padre retumban en mi cabeza mientras observo cómo se aleja por los
pasillos.
Sí que tenía razón, padre. Como siempre.
Anoche un
perturbado se coló en un cine disparando a diestro y siniestro. Posiblemente compró
su arsenal en algún badulaque iraní de la Séptima. Quizá, si hubiera tenido
dinero suficiente, se habría dado un capricho con alguna piña
granadina de estas, y la cosa habría acabado mucho peor. Pero me da a mí que,
de no haber tiendas de armas, podría haber comprado cualquier modelo en el
mercado negro… abajo, en la esquina del callejón, donde se ponen los perros
falderos de las bandas... por mucho menos dinero… o marcada con algún delito de
pena capital…
Pero si
en el cine alguna anciana como yo hubiera llevado una de éstas en el bolso,
otro gallo cantaría. Un par de agujeros de plomo y listo. Se acabó el problema.
Se acabó el aprendiz de supervillano.
Sí, me
la llevo. Compraré una cajita para tenerla guardada y la dejaré en el estante
más alto del armario de mi dormitorio. Ahí estará segura. Podría dejarla en la
mesita pero últimamente vienen mucho a visitarme mis nietos, y ya sabéis cómo
son los niños. Todo lo tocan y todo lo quieren. Una pistola… un pedazo de
hierro frío e inerte que ni da los “buenos días”, ni las “buenas tardes”, ni se
sienta a tomar pastitas de té con el club de lectura… Algo estéril e inofensivo
como una pistola, es demasiada tentación para un niño.
Tanto como
para un loco… pero, ¡hay tantas cosas que están en manos de locos! Una pistola
no te hará daño por la espalda. No te escupirá plomo mientras colocas la compra
en el maletero de tu coche o te desvelas a altas horas de la madrugada para
bajar al estanco a comprar tabaco. Quien la empuña sí. Esa sombra que aferra el
arma con mano temblorosa será quien te obsequie con un billete para el otro
barrio. La pistola, como tantas y tantas cosas, se debe a su mano. Ésta es la
única responsable.
La mano
es quien debe rendir cuentas… sea de cuerdo, de loco, de aprendiz de mafioso o
de Harry el Sucio.
Todo sale
según mi plan. No hay nadie en la caja así que en apenas treinta segundos ya
habré pagado y podré salir del establecimiento con mi flamante arma de defensa
masiva. Je, defensa masiva. Está bien la ocurrencia… y es bien cierta. Con ella
podré defenderme de los masivos ladrones nocturnos, de los masivos violadores
callejeros, de los masivos aprendices de Hijos de Sam que pueblan nuestras
barbacoas dominicales… ¡A ver quién se atreve, conociéndome! ¡A ver quién desenfunda
más rápido que esta vieja carcomida por el reuma!... ¿Serás tú, chica? ¿Será la
cajera? ¿Será el sinvergüenza corrupto del sheriff? ¿Será…
Un
segundo. He tenido un destello de lucidez. En el porche… limpiando la escopeta
con mi padre… Oirás voces que clamarán por su prohibición, por derogar leyes
que ampara nuestra Constitución, en nombre de la paz, del sentido común y de la
corrección política. No las escuches. Son esos mismos criminales de los
callejones y los zulos… los mismos que intentarán arrebatarte tu libertad y
dignidad mediante leyes y sanciones… los mismos que privándote de tu legítimo
derecho a la defensa, te violarán igual que violan las leyes que horas antes
redactaron sobre papel mojado… los mismos delincuentes que, por obra y gracia
de sus ilegítimas armas, han dejado atrás la chupa y la banda para abrazarse a
la corbata y la casta. ¿El hurto? Se convirtió en multimillonaria estafa. ¿La
extorsión? Será llevada desde el Congreso. ¿La impunidad? Ellos mueven los
hilos de la Justicia. Son parásitos, hija mía…
… y los
malos siempre llevan armas.
6 comentarios:
Pues sí, los malos siempre las llevan.
El problema es que un arma es para usarla, de lo contrario es mejor no tenerla. Además una persona normal siempre tendría escrúpulos a última hora y saldría perdiendo, igualmente. Aunque, nunca se sabe en qué circunstancias nos puede poner la vida.
esa escritura, tan poderosa y fulminante como siempre.
saludos blogueros
Por supuesto. Si alguien tiene un arma para, en caso de peligro, mostrarla como señal de advertencia, está perdido.
En una pelea, si alguien saca una navaja, tiene que tener bien asimilado que su adversario también puede sacar una.
Pero cuando a alguien se le prohíbe la opción de luchar en igualdad de condiciones, la cosa ya viene manipulada de fábrica.
Esos escrúpulos de los que hablas, Candela, son eso que nos diferencia de las bestias... pero, para acabar con ellas, debemos dejarlos a un lado.
Un abrazo, y que pases un buen día.
Gracias, José Antonio.
Un abrazo.
Y los Malos, Siempre Llevan Armas... Y Las Usan Cuando, Donde y Contra Quien Quieren, Hermano Herep, Sobre Todo Si ESTÁ DESARMADO...
Por Cierto ¿Sabías Que los QUE SÍ LLEVAN ARMAS POR AQUÍ, Son LOS POLÍTICOS,LOS JUECES Y FISCALES Y AlGÜN QUEOTRO PERSONAJE VIP, CON DERECHO A COCHE Y ESCOLTA?
Un PUEBLO QUE TIENE ARMAS Y SABE MANEJARLAS, NUNCA SERÁ TOREADO SIN PELIGRO PARA QUIEN LO INTENTE...
Ergo, Vayamos al SUPERMERCADO y COMPREMOS JUGUETES, QUE ESTAS NAVIDADES "NO HABRÁ PAGA DE NAVIDAD" PARA LOS POBRES Y LOS SUJETOS A "NÓMINA ESQUILMABLE"...
Ya Va Siendo Hora De Que los BUENOS, SE ARMEN TAMBIÉN, HERMANO HEREP-
Un Abrazo.
Un Aplauso-
y
¡A LAS ARMAS, QUE ESTÁN DE REBAJAS!
y
¡¡RIAU RIAU!!
Querido Old,
No había visto tu comentario hasta esta raquítica mañana, amigo... pero, ¡qué decir cuando tus letras no dejan espacio para nada más!
Tan sólo una cita que no se muy bien de quién es, pero que simplifica todo en apenas tres líneas:
"El control de armas no es por las armas. Es por el control".
Un abrazo, camarada. Tengamos las nuestras bien prestas, y escondidas.
Un abrazo, un brindis y un hasta pronto.
¡Riau!¡Riau!
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