Yo tenía un sueño de España… pero ese sueño murió hace tiempo. El que me acunará esta noche, será mejor. Mi guía en los Años Oscuros. Y vivirá por siempre jamás. Ej12Ms

31 mar 2011

Club de lectura


Ayer me regalaron dos libros. Como siempre, abrí el paquete con gran ilusión mientras, mentalmente, estaba ya buscándoles un lugar en mi biblioteca.

Uno era la Biblia de Jerusalén, que no sé muy bien en qué se diferencia de las demás biblias, y que siempre digo que tengo que leer… y el otro el Diccionario de la Real Academia Española, en su 22ª edición.

Aún me los estoy mirando los dos, contemplando sus bordes, las hojas, las letras minúsculas… Los huelo pues siempre me ha gustado el aroma del papel en los libros nuevos. Un aroma fresco, joven, lleno de ilusión ante lo que esas páginas van a explicarme.

Paso de ponerles etiquetas o subrayarlos pues nunca me ha gustado marcar los libros. Tan sólo en mi etapa de estudiante me dedicaba a hacer dibujitos en todos y cada uno de los espacios en blanco que encontraba y ahora, pasados varios años, cuando abro alguno de esos libros, me quedo perplejo ante las tonterías que podía llegar a tatuarles. Tan sólo en los libros de poesía no me duelen los ojos cuando veo los tachones en lápiz: sin esos tachones, mi imaginación iba a darle un sentido disperso al verso y el autor, aún en la distancia, me maldeciría.

Me gusta leer, y me atraen toda clase de libros. Todos. Los buenos y los malos, los entretenidos y los plomos, los grandes, los pequeños, letra arial, letra calibrí, de Historia, Filosofía, política, ensayo o novela, juvenil o clásica…. Los que no me agradan una vez leídos, los coloco en el estante de mi biblioteca donde se lee la etiqueta: bodrio, pero nunca se me pasó por la cabeza tirarlos, quemarlos a lo nazi o intentar ahogarlos en un cubo de agua.

¡Y qué decir cuando, andando por la calle, me cruzo con una librería! ¡Qué explicaros cuando veo los libros tan brillantes y tan bien puestos! Poco. Tan sólo deciros que entro y los miro. Posiblemente no compre ninguno y, probablemente, ni tan siquiera los toque. Sólo mirando los títulos, los autores y la forma en la que están ordenados ya podría pasar toda la tarde.

Encontrar una librería abierta significa el final del paseo.

Luego, cuando uno no lee literatura sino que contempla agrupaciones de letras que se colocan alegremente ante los ojos, se puede encontrar la palabra haber sin ache, o la abreviatura de por qué formada por una equis y una cu. Eso si antes no te ha saltado un ojo ese acento colocado a discreción o no has perdido el aliento mientras esperas llegar a la siguiente coma o punto.

Ahora me miro el diccionario y intento aprender alguna palabra nueva u olvidada para luego utilizarla de modo correcto, en cada frase que escriba, sea con el móvil, en el ordenador o mientras estoy en el trabajo. Paso de escribir mal. Ya hay bastantes que lo hacen así que el daño que hagan al español no va a depender de cómo escriba yo.

Y digo español, que no castellano porque, aunque nuestra Constitución dice, en su Artículo 3, que “el castellano es la lengua española oficial del Estado”, para mí el debate es una memez. En Francia se habla francés, en Alemania el alemán, Italia e italiano, Rusia con su ruso… ¿Y aquí en España? Aquí no. Aquí se habla el castellano, no vayan a molestarse los nacionalistas y hagan una sentada en la Plaza de San Jaime. Además, mentándolo de esta manera, sugiriendo veladamente a Castilla, es más fácil para ellos montarse sus realidades virtuales sobre reyertas históricas y otras milongas. Pero no… eso es una tontería… agua pasajera… memeces que no alteran nuestra vida, hombre…

Y cada vez más hundidos en la miseria.

Señores, tengo dos libros más para poner a la cola en mi lista de lectura así que me ausento para leer algo bueno y dejar de hacer el ridículo.



Voy a leer.

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