Amanece un nuevo día, pero al despertar Berta se siente
cansada.
Su físico resiste el convite de la edad, pero la mente se ha
vuelto pesada, honda, un abismo. Dientes, ducha, el traje de faena, unas gotas
de colonia, jamás tuvo mejor aspecto, lozano, pero sus ojos despiden el
claroscuro de la fatiga al mirar, faltos de brillo, mate inquietante.
Ayer se acostó con otra puñalada en el hígado, justo después
del pomelo de la cena. Un reportaje, la mentira mil veces repetida en horario
de máxima audiencia y el pesado fantasma del estigma ha sobrevolado el nido de
su cabeza, al ataque. Defender la ley produce monstruos, Berta. Pasará, verás...
pero anoche también estuvo aquí, a la verita suya, mientras leía asombrada las
algaradas que se habían producido en el barrio durante la madrugada. Los periódicos
oficiales titulaban un editorial al unísono, clamando justicia por las
afrentas, los agravios, los saqueos sufridos desde la edad de las cavernas, y
Berta, revoloteando sobre su figura, sintió la sombra del verdugo, con su
guadaña afilada como la hoja de la guillotina.
Permaneció con ella al sorprenderse mirando con desdén, tras
las cortinas, los cuatro gatos que se manifestaban en la calle, o en la barbacoa
que organiza el equipo de contables de la empresa de tu marido cuando finaliza
la liguilla entre departamentos, sentada a la mesa de la fanfarronería y la
pretensión, un millón de ideas necias desmenuzadas en infusión de cerveza con
las que salvar el mundo de su próxima destrucción.
Sintiéndose insultada, menospreciada, acusada de un expolio
que los propios ladrones han inventado, sonreía tras el negro de sus gafas,
soportando golpes en silencio, segura de que todo ha de pasar, como los pájaros
que vuelan. ¿Qué supone una mala palabra, qué ha de cambiar un gesto
involuntario, unos número en una servilleta de papel?
Dos chavalas pateadas en la calle, a la vista de todos,
defendiendo la ley hasta que aparecen los monstruos, y Berta ha cerrado los
ojos con fuerza a pesar de haber olvidado rezar en un intento por apartar el
ente del hecho diferencial de su pensamiento; un piquete ensalzado a la categoría
de héroe tras zarandear a la propietaria embarazada de un bar, y la sombra del
patíbulo sobre el que un tribunal firma la orden de expropiación de la propiedad
privada de vida y obra ha convertido su paladar en un desierto árido. Hay
huevos lanzados contra las ventanas de los vecinos, matones haciendo listas a
jornada completa, altavoces mediáticos de lobotomía civil conectados durante
las veinticuatro horas del día al enchufe nuclear de la hacienda pública, y
tantos han sido los fantasmas desenterrados, tantas fosas buscadas, dibujadas,
inventadas... tantos los cuervos criados... y, a pesar de este repleto reino de
Hades sobrevenido, destacando, por encima de ellos, el terror de Berta, inamovible, sordo a
las súplicas que lo invitan a partir; es cada vez más real, pronto palpable de
seguir a este ritmo constante.
Temerosa, por las noches no es tan fácil dormir.
Es por eso que su rostro parece fatigado en el espejo del
ascensor al salir de casa rumbo al trabajo. Anda somnolienta, desubicada, una
vida confusa entre tanta farsa infinita.
La puerta a la calle se abre, y, derecha-izquierda, le caen
dos sopapos rápidos de realidad.
Pasarán, pasarán, dice frotándose las mejillas.
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En la Sala X, por poco Hanna no os ha alcanzado el corazón.
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