Hay momentos que se quedan grabados en la mente. Palabras,
gestos, un aroma furtivo en el que flotan instantáneas del pasado... viejos
desamores, amigos de la infancia, compañeros de trabajo, la familia, papá y
mamá... la cuales, a lo largo y ancho de una vida, van moldeando un carácter único,
personal e intransferible, y que a veces vuelven a nosotros para que no
olvidemos quién somos, qué hacemos y el motivo último.
Esta tarde he recordado palabras de mi padre dichas cuando
yo apenas levantaba un palmo del suelo. Era un sábado por la mañana en el que
él libraba. Corrí a despertarle, desayunamos y nos fuimos al supermercado,
dispuestos a solventar cuanto antes las tareas de la casa que teníamos
asignadas. Fue allí, en la inmensa superficie repleta de gente, en un pasillo
flanqueado por cereales chocolateados y papel de cocina, donde mi padre soltó
su frase, cruel:
No me sueltes la mano, hijo. Si te pierdes no me
reconocerás entre tanta gente.
El hombre del saco, a partir de aquella sentencia, pudo
darse por despedido. La causa supina de mis pesadillas fue, desde entonces, una
amalgama de figuras extrañas con caras difusas, confusas como las señoritas de
Aviñón, extrañamente deformes con grandes narices de elefante y largos
colmillos de lobo, arriba, y tigre, abajo. Mitad hombre mitad demonio, esos
seres que no iba a reconocer, me perseguían todas las noches justo cerrar los
ojos, alargando unas fauces horripilantes que pretendían agarrarme y
arrastrarme a su infierno particular... un mundo raro... donde los justos e
inocentes se cuecen en enormes calderos, entre terribles sufrimientos, mientras
los falsos profetas vitorean desde las gradas, maldiciendo al idiota que osó contradecir
los postulados del otro mundo, posible, de las tinieblas. Hierve, cínica,
hierve, gritan los desconocidos a la pobre mujer que es feliz con sus
arrugas y que ahora, a más de mil grados la sopa, contempla cómo estas se
diluyen en el caldo justo a la vera... ay, vera, verita, vera... del esqueleto
blanco del profesor que enseñaba a sumar y restar. ¡Hereje!, se puede
leer en las pancartas que a él iban destinadas unas horas antes, en la función
de mediodía con precio especial para jubilados.
Noche a noche me enterraba bajo centenares de mantas,
deseando que por obra de un encantamiento la lana se convirtiera en una cota de
malla mágica de los tiempos de Durin I, único escudo válido contra los demonios
de la noche que acechan al otro lado de las sábanas, con rostros desfigurados
por la mentira y la demagogia populista y bienintencionada, siempre prestos a
arrastrarte al paraíso deseado que anuncia la propaganda de la información
moderna emitida por TV, todo riqueza compartida como el vino en las bodas,
salud universal más allá de Orión, y amor... mucho amor, a precio asequible, en
todos los rincones de la Pacha Mama.
Viaje con nosotros, si quiere gozar... y el tranvía
del deseo que parte fletado por Marxismo-Leninismo, s.a., cuya única
parada es el caldero de los mil grados centígrados, tiene el aforo completo
como si de un tren hindú se tratase. Todos quieren alcanzar el paraíso perdido,
aunque este no sea más que un infierno soso de verdura podrida, huesos de rata y agua
sucia. Sopa, al fin y al cabo, y cientos saltando en ella tras varios
tirabuzones, contentos a pesar de que, como las arrugas de la joven que se sabe
adulta, toda su magia se ha disuelto en el insípido brebaje igual que hace el
plástico al arrojarlo al fuego.
Hoy me doy cuenta que, involuntariamente, me solté de la
mano de un mundo en el que, padre, me encuentro perdido y que, comparándolo con
aquel Sábado, se me hace irreconocible.
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ACTUALIZACIÓN. Parece ser que no hubo cirugía, sino triple capa de chapa y pintura. Cáspita, ahora que me había hecho a la idea de que la desconocida que me visitaba por la noche era la buena de Uma.
7 comentarios:
Muy inteligente y entretenido relato sobre las vivencias infantiles convertidas en obsesiones que en la vida luego se reproducen.
La Infancia esa edad,que te marca los pasos a seguir al perder la inocencia.Aunque siempre deseamos volver a aquel maravilloso tiempo,saludos,
Nos la ha dado con queso a todos, pero para mí que algo sí se ha hecho en el morro...envejecer es duro para todos, pero más si eres señora y has sido agradable de mirar y encima trabajas en lo suyo (la que salió ganando mucho fue la vicegallina de ZP ;) para que luego digan de los cirujanos plásticos)
Es durante la infancia cuando se forma el carácter de las personas, don Javier. Quizá sea esa la razón de la importancia que se da al control del "sistema educativo".
Un abrazo.
La industria de la imagen es una inmensa picadora de carne, Maribeluca. Como diría el jefe de la "vicegallina", lo importante es quedar bien en la foto... sea esta en importantes despachos o en exclusivas alfombras rojas.
Por suerte, Uma sólo se descontroló con el maquillaje. Sopesé incluso arrancarme los ojos ante el adefesio.
Un abrazo.
...yo vengo por Uma, y me alivió pensar que el remedio era irremediable con un frotar y lavar. Nunca he visto mujer que le siente tan bien un chandal amarillo y desenfundando una Hattori Hanzo.
Saludos amigo.
Ya quisiera yo una Hattori de esas, tomae. No habría sandía que se me resistiera.
Un abrazo, figura.
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