En el infinito universo de superhéroes auspiciado por Stan
Lee, hay uno que, desagradecida imaginación, pasó desapercibido a su mente
creacionista… y éste sí, a pesar de carecer de poderes arácnidos, mitológicos o
derivados de la ingeniería mecánica, puede ser considerado como el primigenio,
el auténtico héroe de carne y hueso hacedor de mil hazañas y protagonista de
innumerables poemas épicos a modo de un Aquiles del tercer milenio.
No viste capa, leotardos o calzoncillo slip. Tampoco usa
máscara ni va armado con un martillo, por no mencionar que sus uñas son de queratina
y no de irrompible adamantium, o que su piel es de un color pálido y
blanquecino muy distante del verde gamma hulkiano. Nada de eso cuenta en el
haber de este superhéroe común, que va a pelo, aunque la epidermis al fresco
viento para este soldado de invierno –y ahí radica su excepcionalidad- se ve
revestida, ya durante su niñez gracias al tejer y tejer de sus progenitores, de
una fina –pero resistente- fibra sintética que lo convierte en impermeable a
los entresijos de la tormenta perfecta que arrecia en este globo azul que flota
y flota en la inmensidad del espacio desde el instante iniciático del gran
petardazo. Invisible traje de neopreno que, con el paso de los años, ha ido afianzándose
y apelmazándose a su cuerpo debido a una profunda sed de conocimiento y una
punzante angustia vital en un mundo raro.
Impermeableman, el
superhéroe… y el separatismo tractorio, todo, su antítesis, archienemigo, iracundo
villano por excelencia dentro de todas las variantes que forman la patrulla
zurulla de la progr(h)ez surgida del huevo cósmico de la serpiente.
Sus hazañas habrían formado colecciones de cómics maravillosas,
increíbles, dulces sueños para los jóvenes que se reconfortan cuando la bota
del Bien pisotea la ponzoña del Mal. Pósters en las paredes. Películas dignas
de elogio si la pordiosera industria de la cosa patria obviara el monotema
guerracivilista… pero ¡qué decir si sólo hay un Impermeableman al que le resbala tanta desmemoria histórica! ¡Qué
contraponer a una camada de revolucionarios que llevan aferrado a la piel el lapo
del rencor y la revolución pendiente! Ay, ay…
De esto, de gargajos mocosos, nuestro héroe sabe mucho, pues
él –y su fina capa sintética contra la ignominia- ha ido curtiéndose en
bragadas luchas contra villanos del ridículo tamaño de Don Gargajo, profesor de
gimnasia en las vedrunas de Tarraco hoy aferrado al butacón de diputado en
Cortes y que, recientemente, ha protagonizado la hombrada de esputar a un
Ministro del Reino de España: Don Gargajo, llegado el momento de la clase
matutina, estando en el radio de acción de sus míseras lecciones sectarias y
nauseabundas, también hinchó los carrillos con la intención de soltar su flema
mortal cual víbora memócrata contra nuestro Impermeableman,
allá por los epílogos de los noventa, cuando su sonrisa soberbia y altiva
embelesaba a las virginales quinceañeras que correteaban a su alrededor en el
patio escolar y su verborrea revolucionaria aún destilaba cierta verosimilitud
en las mentes influenciables de los jóvenes mocosos al narrar esos sueños
húmedos que alberga todo fantoche antifa en
las jornadas de convivencia auspiciadas por las monjitas sumisas de la iglesia
catalana…
… pero, ay-ay, Impermeableman,
el gran desconocido... En su piel, en su ropa, por su pelo -milagros del
conocimiento y el saber histórico del superhéroe misántropo actual-, resbala…
resbala… resbala hacia las alcantarillas de las que jamás debió haber salido
todo ese veneno, esa ponzoña, tamaña infamia de villano de tres al cuarto.
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