Yo tenía un sueño de España… pero ese sueño murió hace tiempo. El que me acunará esta noche, será mejor. Mi guía en los Años Oscuros. Y vivirá por siempre jamás. Ej12Ms

21 jun 2018

In vino veritas


Estaba ayer en el bar de la esquina. Era una tarde más. Imposible enumerar cuántas he pasado sentado en la barra, contemplando los números de la lotería colgados de los estantes o los voluptuosos pechos de las mujeres dibujadas en los encendedores que se venden a euro y medio la unidad, devanándome los sesos en un encendido e introspectivo debate acerca de la veracidad de tamaña anatomía... ¿será posible?... ¿será palpable?... extraño a euro y medio el par, monos... pero, ayer, en el bar de la esquina, la cerveza no estaba lo suficientemente fría para mi gaznate. Una subida de tensión tuvo la culpa y, pecador, pedí uno de esos champús enlatados cero-cero...
... y otro mundo, imposible, se abrió ante mí.
Uno en el que, para empezar -y para mi espanto- Fran, el dueño con el que me crié lanzando limones secos en las guerras de guerrillas de la niñez, se había convertido en un chino de la China popular de ojos rasgados con tres o cuatro hijos correteando entre los taburetes, las sillas y una parroquia que, desquiciada, le echaba coñac a los cafés en un burdo intento por evadirse de esa realidad que yo sufría en aquellos momentos. Miré el aparato de rayos catódicos buscando la evasión y la victoria, pero el fútbol mundial no era tal, sino una concatenación de noticias irreconocibles para el abstemio pobre de espíritu. Hablaba, un periodista de cuyo renombre no quiero acordarme, de unas jaulas en las que habían encerrado a unas criaturas migrantes que no habían tenido la suerte de cruzar el ancho mar a lomos del coyote de las oenegés, pero lo que veían mis ojos eran imágenes de un tiempo pasado convenientemente tergiversadas para ser usadas como escarnio del míster azufre del siglo veintiuno useño. Intercaladas con intermitentes dóbermans ladrando y amedrentando a la mancha humana aún escéptica por los influjos del falsario gurú de la información, un corro de tertulianos lanzaba exabruptos directos al mentón del presidente de la cosa al que, para sonrojo de los intelectuales allí reunidos, saludaba un Rey de España inhumano y falaz que, según la horda licenciada, había olvidado su empatía hacia la humanidad universal en la caja fuerte donde se guardan las joyas de la corona.
«¡Falsario!», escupí con todas mis fuerzas contra la jauría de la mentira, y el chino, temeroso por el cariz que podía tomar mi abstinencia y la seguridad de su negocio arrendado y libre de impuestos, pulsó dos o tres botones hasta dar de bruces con la camada de los lacis-nazis y demás plañideras de la republiqueta orgásmica, los cuales, sollozando, iban repitiendo una tras otra las consignas primigenias de su dolor, véase el expolio, el estado opresor, el fascismo por doquier y lo bueno que es ese cuerpo policial que pasó de SA a SS tan sólo uniformándose con el traje coqueto de perro de escuadra. Habían conexiones en directo con los oráculos sitos en los cuatro puntos cardinales de la Patria, y en todas, todas, todas, aquellos seres sobrehumanos, haciendo gala de sus conocimientos en las más diversas materias, azuzaban el llanto victimista de los yayos y yayas de la tricentenaria frustración... y cómo lloraban, monos... de estar borracho quizá hubiera sentido lástima, aunque la experiencia y el vago recuerdo etílico más bien me retrotrae una sensación de profundo asco.
«¡Ratas!», volví a gritar arrojando la rodaja de limón a la TV. De nuevo, el chino, pasando del amarillo lazi al blanco positivo, cambió el canal de manipulación masiva para, ¡ingrata realidad la de este mundo imposible y cruel!, parar en el canal pornográfico por excelencia. Esta vez, sin embargo, las felaciones no eran a rabos descomunales y lo que, hasta esa tarde me había parecido envidiable, tornose ante mis ojos libres de alcohol moral en un juego de cama entre el derecho a la información y ese presidente usurpador que a estas horas ha hecho ventosa con sus posaderas en el butacón de mando de este tugurio nacional que amenaza ruina pero que hasta ayer... ¡oh, milagro etílico!... se vestía con los ropajes de la democracia perfecta del mundo posible que se está construyendo sobre los cimientos de la embriagada inconsciencia. ¡Cómo engullían sus gargantas profundas! ¡Qué cabalgata, jinetes del apocalipsis! ¡Otra de almejas, empoderados de la tierra!
«Joputa, nos estás jodiendo el apaciguamiento aceitoso», espetaron los feligreses del bar hartos de soflamas y sedientos de pax hispana regada en sabroso caldo de flores destiladas. «¡Échalo del casino, Hermenegildo!», azuzaron al chino cudeiro, pero no hizo falta que este adoptara la posición de la grulla para que un servidor, este último de los monos venidos a menos, dejara un billete de cinco euros sobre la barra y, paso a paso, cruzara el umbral que separa un mundo raro, imperfectamente posible, de la dimensión desconocida en la que pace el rebaño bajo la atenta mirada del pastor de mentes dementes y serviles.
Habrán otros garitos -y realidades-, aunque dudo que sean más veraces.

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