Yo tenía un sueño de España… pero ese sueño murió hace tiempo. El que me acunará esta noche, será mejor. Mi guía en los Años Oscuros. Y vivirá por siempre jamás. Ej12Ms

30 ene 2018

Salomónico


Un brote de sarna ha estallado cerca del Cuartel General.
De la multitud de sarnas que poblaron este planeta azul que flota en la inmensidad de la nada desde que se hizo la luz, hay uno, un tipo... el sarnazo independentista catalán... que es especialmente ladino. Te llega a través del ambiente, por el aire, y, una vez infectado, los bichitos, los microbios, van horadándote la piel, la dermis y la epidermis poniendo huevos y larvas y una infinita prole de mierda que interactúa con el sistema nervioso del pobre diablo que la sufre y al que se está devorando mordisquito a mordisquito provocándole el innombrable picor que tanto asusta a las viejas que la vivieron allá cuando la guerra. El escozor. La ebullición.
Y se sabe que, a diferencia de las demás sarnas, con esta está prohibido buscar alivio en bálsamos o afiladas uñas: los malditos ácaros, lejos de morir aplastados bajo la rabia nerviosa del huésped, saltan y corretean y brindan con sus fluidos de invertebrados porque adoran a esas zarpas como a dioses, hierros que aran la piel disponiéndola para la nueva cosecha. Al poco, del millón de pulgas nacen otros diez, y del brazo la infección pasa a del cuello para abajo, multiplicándose la tortura y el espasmo constante del comido en vida, rebozado como una croqueta por un ultramillón de larvas come-hombres. Punto próximo a la erupción.
Sin duda, este es el peor sarnazo, el que recorre como un fantasma las tierras del noreste español.
Por suerte, cinco mil años de medicina humana... un suspiro de dioses... han servido para hallar el remedio a esta negra parca, a esta peste mundana. Ivermectina. En vena. Y la fuerza de voluntad necesaria para soportar la provocación a flor de piel, y la determinación necesaria para aplicar la fuerza de choque hasta el final, hasta darle pal pelo al último microbio del sarnazo.
Erradicar, de una vez para siempre, su recuerdo.
Voluntad, fuerza y determinación.
Después miras alrededor y piensas en el brote cercano y sopesas las virtudes de quienes están llamados a contener la epidemia haciendo uso del tratamiento cierto y eficaz -al gobierno y allegados, los médicos leguleyos, la socialmemocracia de este Gran Teatro del Mundo-, y piensas que, con los primeros aguijonazos, arrastrándola, te arrojas con toda esa mierda de sarna al fuego.
A purificarte.

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