Yo tenía un sueño de España… pero ese sueño murió hace tiempo. El que me acunará esta noche, será mejor. Mi guía en los Años Oscuros. Y vivirá por siempre jamás. Ej12Ms

3 dic 2017

Purgatorio


Es un completo desconocido, un extraño que se coló en el ascensor del hotel de la ciudad más viva y a la vez más triste de este terruño perdido en la noche de los tiempos. Mayor, más mayor que yo, con las arrugitas que perfilan los ojos, la barba rala y el aroma resignado que destilan quienes se han cansado de esperar una luna que nunca llega.
Me miró distraído mientras pulsaba el botón de la última planta, chascó la lengua de un modo misterioso. "¿Española?", preguntó con una sonrisa. "Seguro", se contestó a si mismo fijando la mirada en el reflejo borroso que devuelven las puertas de los ascensores. Todo quedó quieto en el cubículo. Sólo corrían las luces anunciando las plantas que iban quedando a nuestros pies.
Al salir, en la cafetería que abre a los huéspedes el espectáculo de la ciudad postrada, tomamos uno doble con hielo. Me contó sus años pasados, el absurdo del color de los mosaicos con los que su esposa quería redecorar los baños de un hogar desconocido, los hijos invisibles que jamás llamaron a su puerta... Palabras y más palabras que sonarían a lamentaciones en boca de otro, pero que dichas por él adquirían un cariz de irónico estoicismo. Sonreía como si las mayores catástrofes del universo apenas fueran bromas puestas ahí por dioses caprichosos.
Bebimos más... y yo toqué el piano. El segundo de Rachmaninov. Mis dedos contraídos pasaron inadvertidos entre el público silente desperdigado por la sala, abducido por la música lenta y el pensamiento confuso de los solitarios de medianoche.
Yo cerraba los ojos mecida por la música igual que en mi estudio, transportada a mi paraíso privado. Al abrirlos de vuelta a la ciudad muerta, al purgatorio del Jack Daniel's con hielo, a la existencia desierta, ahí estaba él, con los suyos del color de la miel, mirándome... mis manos, los dedos largos y atribulados, mis mejillas sonrosadas, contemplando la carne de mi cuerpo hasta atravesarlo más allá de los cristales de la última planta de un hotel de gran lujo, fijo el pensamiento en una realidad ajena, distinta, igualmente irónica, con la eterna sonrisa que le acompañó durante los tres días que compartimos un hogar común en el que poco importaban los colores de los azulejos.
Llegaba el fin de la velada. A lo lejos, detrás de los bocados que los altos rascacielos daban al horizonte, despuntaban los primeros rayos de un nuevo y esperanzador día para el común de los mortales que corretean por las calles pavimentadas de la gran urbe... a cien mil kilómetros bajo nuestros pies... cuando él agarró el micrófono, cuchicheó una petición al encargado de la antesala del infierno y, tras un carraspeo y unas gárgaras en alcohol, entonó las primeras estrofas del "more than this"... el más que esto... más que esta maldición sempiterna, esta tara grabada a fuego en la piel, este pecado original que llevamos sobre nuestros hombros los pobres desgraciados que seguimos fieles a los pilares sobre los que se levanta el espíritu de España.
Él cantaba, y la letra sonaba tan bien, tan sincera...
El cantaba. Yo lo miraba, embelesada por los fantasmas del espíritu imperecedero que aguarda en las mazmorras de nuestra nostalgia... y ambos brindamos para que el amor no tuviera final, pobres almas en pena...
... mientras la arrogancia de los cruasanes anunciaba un destierro inminente.

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