Yo era el elegido.
Una gran multitud de compatriotas ansiaba ocupar el puesto
reservado para el elegido, y de entre todos aquellos ciudadanos quisieron los
hados que la pequeña media luna se apareciera en mi cuerpo de recién nacido. Aún
llorando, la comadrona cuchicheó un par de plegarias en voz baja, le mostró mi
virtud al doctor y me montó en un coche urgente hacia el ministerio.
Nunca más volví a ver a mi madre, pero estoy seguro de que
ella lo comprenderá.
Era la madre del elegido, y allá dónde esté su vida ha de ser
dulce como la miel. Ella parió al salvador del país, la esperanza de todos los
desamparados que la gran depresión había dejado por el camino. Millones de niños
desnutridos, hombres que algunos años atrás habían regentado negocios de
barrio, pequeñas fruterías, colmados, cuadrillas de operarios dedicados al
mantenimiento de las instalaciones de los edificios, y que ahora se veían
abocados a rebuscar comida en los cubos de la basura o hacer cola con sus
familias en la cola de los comedores sociales, mujeres mercadeando con sus
cuerpos en los pestilentes muelles del barrio pesquero.
- ¿Dormiremos esta noche debajo del puente, mamá?
- Sí, cariño, pero hoy será más divertido, verás -y muchas,
infinidad de conversaciones como esta ocurrían día a día durante la larga
eternidad que siguió al expolio al que se vieron sometidos los ciudadanos del
país. La desesperación entre los hombres y las mujeres de los barrios y las
plazas era un miembro más de la familia, todos tenían a alguien que, como
sucediera tiempo atrás en las guerras, estaba en la primera línea del frente de
la miseria.
Doble miseria, ya que la solución era conocida por todos. El
remedio que debía acabar con los sufrimientos que crecían sobre la tierra no
era un misterio insondable como los que mortifican a quienes pretenden entender
los orígenes del Universo, ¡qué va! Era algo mundano, al alcance de la mano,
estaba pensado y expuesto en conferencia pública, escrito negro sobre blanco,
lo irradiaban a todas horas los medios de comunicación de la prensa leída o
sentida. Mera cuestión de tiempo que las gárgolas de mil cabezas, la envidia,
la vanidad, la codicia y la usura, serpientes crueles que disfrutan viendo
sufrir a quienes han de heredar la tierra, fueran sacadas de su madriguera y,
en público y vengativo juicio, abrasadas en el fuego del infierno.
Pobres hasta de espíritu, la democracia es lo único que el
dinero no ha podido robarles. Orgullosos de ella, incluso en los momentos de
zozobra siguen fieles a los postulados democráticos, y votan seguir chapoteando
entre el fango de los cerdos o volar libres librándose del yugo y las flechas
que los esclaviza, y orgullosos acuden a
depositar su papeleta el día que conocen como "de la fiesta de la
democracia", y hacen multitud de programas especiales con conexiones
en directo y entendidos que hablan de lo que tanto entienden, y cuentan votos,
y cuentan derrotas.
Porque siempre pierden, y como cerdos siguen revolcándose en
su mugre.
Lo dicta la maldición,
pero la leyenda, al nacer yo, volvió a la boca de todos. Había
nacido el elegido, el del glúteo señalado, aquel que ha de decantar la balanza
de la fuerza, retorcer las leyes de la física y la química, sepulturero de lo
nuevo y mamporrero de lo que está por venir, ya se ve una sombra en el
horizonte, un tiempo nuevo, tiempos de grandes cambio con brisas frescas que
mecen las cabelleras de rubios eunucos y elevan a las vestales que corren por
las playas como delicadas bailarinas del ballet del ejército rojo.
- ¡Él nos librará de esos cabrones!
- Mil matará con su espada de fuego y su puño de milhombres
-susurran las universitarias a mi paso. Creen que no escucho sus palabras, pero
mi superoido es infalible. Ninguna palabra escapa de él, y por ellas sé sus buenos deseos y la esperanza que tienen depositada en mi persona.
También, disfrazada, la sana envidia que despierta mi posición,
el no ser ellos los tocados por la vara del capricho, no poder disfrutar de las
muchas medallas que poseo, no recibir los halagos que se me dispensan, no beber
las mieles de las que yo disfruto. No ser leyenda, no pasar a la historia de
los hombres, no vivir eternamente.
Porque yo soy quien ha sido elegido para luchar contra el
dragón que come doncellas y calcina bachilleres, el monstruo que se baña en el
sudor de los jóvenes de nuestra patria, incompletos y esclavizados, privados
por el cancerbero del averno al que tanta atención dedicaron cuando no era más que
un desvalido lisiado desdentado al que poder sacar rédito político en su camino hacia la
gloria. Desagradecidas, las hienas caducas han olvidado los
sufrimientos de sus hijos y nietos para con su bienestar social, las protestas
por la dignidad de sus pensiones, las sentadas que tantos glúteos... estos,
pero, no elegidos como el mío... congelaron durante los asaltos a las plazas, a
los bancos preferentistas, a las farmacias que reclamaban el copago al
mostrarles la receta del médico especialista. Víctimas de la demencia y la
senilidad, prefieren no agradecer la dedicación de quienes vienen detrás según
dicta el ciclo de la vida, y se aferran al Antiguo Régimen fascista en un postrero intento por
privar a las nuevas generaciones de las bondades del futuro del "otro mundo es posible", condenando a la sociedad moderna y sobradamente preparada al fango de los
cerdos, a la náusea de esta depresión injusta en la que vivimos.
Yo vine a vosotros para desequilibrar la balanza.
Nací para dar el último empellón a los viejos.
Yo soy leyenda.
---
Robert Neville, en la Sala X.
Yo soy leyenda.
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Robert Neville, en la Sala X.
2 comentarios:
Estamos gobernados por un nutrido ejercito de políticos capadores que han conseguido hacer de nosotros una caterva de eunucos necios e idiotizados. Lo tenemos claro.
Eso ha hecho con nosotros, Javier, idiotizarnos. A los jóvenes que nos han de suceder, mejor ni pensar qué han hecho con ellos. Ver cómo razonan es descorazonador, imaginar el futuro que les aguarda da pánico.
Y risa, por qué no decirlo.
Un saludo, y Feliz 2016.
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