Me despedía el pasado sábado escribiendo acerca de un viaje
en pro del descubrimiento del paraíso de la Micronesia de los mares del sur, lugar
donde la vida pasa al vaivén del taparrabos, escasos chelines dan para una
supervivencia digna y las vistas, hipnóticas de día y perturbadoras de noche,
bien merecen ser la última imagen que disfrute todo bicho viviente, incluida la
orden del simio.
A eso fui, soldados, pero... ¡ah, la gran ramera en su
tela!... tomé la vía andorrana, el cortijo de los Pirineos, creyendo que
aquellas gentes harían la vista gorda en caso de desvelarse mi secreto, que no
era otro que los cinco billetes de 20€ (cantidades bajas, números no-correlativos)
guardados en el petate, con los que me disponía a hacer frente a los gastos
varios que pudieran surgir en el largo trecho hasta el Edén.
Acudió un policía, me ordenó hacer cuatro sentadillas
vergonzosas y, cuando ya me creía libre de tanto escarnio político-fiscal, el
agente de la autoridad competente, vista la luz, abrió el bolsillo más grande
de mi ínfima maleta hallando los cinco billetes. Una sonrisa se dibujó en su
tez, de oreja a oreja, sádica, y sus ojos condenatorios parecían disfrutar
imaginando qué torturas estaban a punto de caer sobre un servidor...
... simple Mono venido a más...
... tan diferente, tan nauseabundamente distinto a los
Hombres Ilustres con quienes el agente competente acostumbra a tratar -previa
reverencia y ofrecimiento de fuego para el cigarrillo- durante la mayor parte
de su imprescindible jornada laboral oficial en las dependencias de la Institución
correspondiente.
Hombres Ilustres entre los que figuran presidentes de todas
las naciones del Universo, narcotraficantes que lavan billetes de sangre,
traficantes de armas que blanquean sus dineros de blanco satén, ratas que
comercian con carne, sudor y lágrimas. Hombres Ilustres que venden humo,
rediseñan Ítacas nacionalistas totalitarias o coleccionan coches para fardar de llavero...
ahora un Ferrari, después un Maseratti, otro Aston Martin... ¿mañana le dejaré dar
una vuelta, agente?, te dicen, eh, hijo de la gran ramera que me tienes en un
cuartucho porque, según tu sapiencia, intentaba evadir cinco billetes de 20€
que llevaba metidos en el fondo del petate... ¿eh? Eso le dicen, Monos, los
Hombres Ilustres, y mientras el pendejo contempla la obtusa espalda del Hombre
Ilustre que se aleja soñando ser él, y repartir billetes como él, y dormir con
modelos de pasarela como hace él, y esnifar esa alita de mosca que pican para él,
y entrar en un garito cualquiera y que aplaudan como le aplauden a él, y sonreír
como él sonríe, y mirar con el desprecio que él mira, comprueba, introduciendo su mano enguantada en
el bolsillo del pantalón oficial, ese billete que ha de certificar que el
Hombre Ilustre conserva intactas las habilidades de sus finos y escurridizos
dedos, por no hablar de su generosidad innata.
Es en esas que aparezco yo, pobre de mí... y soy tan diferente...
Así que, Monos, resumiendo: toda la operación se ha ido al
traste. La culpa es de la inquina del agente fiscal de Andorra, pétreo, fiel a
sus obligaciones... incorrupto... que apareció desde las sombras del paraíso
fiscal armado con todo el peso de la ley de los Hombres Ilustres.
Siento no poder confirmar la existencia del paraíso.
Es nuestro sino caer aquí, en España.
(Deo gratias)
2 comentarios:
Vaya con tanto mangante de cuello blanco que viajan a Anddorra,el burocrata de turno,se puso la medallita a costa de un valiente especimen del planeta de los 12 monos, jejeje,un abrazo,
Las leyes déspotas están hechas para los pobres infelices, Agustín.
Jamás debí salir de mi jaula.
Un abrazo.
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