... tequila, sexo y marihuana. Welcome to Tijuana, con el
coyote no hay aduana.
Ni Panamericana, que eso es de gringo del otro lado del
charco, y nosotros somos europeos molones, con cien mil años de Historia a
nuestras espaldas, debate concienzudo y filosófico, unos edificios muy viejos en las plazas mayores de los pueblos y un futuro esplendoroso
gracias a las futuras generaciones instruidas en nuestra antiquísima
Universidad, fábrica de mentes ampliamente preparadas, capaces de resolver
cualquier misterio sobre la geografía universal, no como los vecinos de más allá
del Atlántico, que no sabrían colocar España en el mapa.
Americanos.... buffff... con su bomba atómica o su Silicon
Valley, estercolero de nanotecnologilipoyeces y microfantasmadas imperialistas,
cuna de la discriminación racial y la contrarreforma de los estados sureños,
auténticos lodazales de cuáqueros que regalan M16 a sus hijas al cumplir seis
años... Toma, Nicole, el rifle de la Barbie... para que salgan a
patrullar la frontera de Tijuana.
Salvajes.
Nosotros somos europeos, y nos reímos de esa nauseabunda
condición del "homo americanus", tan neandertal y simiesco de
ovalada mollera, incapaz de alcanzar el raciocinio necesario para enfrascar al
Mundo en dos Grandes Guerras, por no hablar de las mil contiendas previas en
todos y cada uno de los rincones del Viejo Continente, donde vecinos luchaban
por veleidades y siempre en nombre del Señorito, aristócrata impostado que
cambió sus palacios fastuosos por los edificios que hoy se erigen como sedes
gubernamentales del Ministerio de la Verdad, arrastrando en la mudanza a la
corte sumisa de lo que anteriormente fueron damas y querubines y ahora son esos
seres de infinita soberbia que atienden al nombre de políticos.
Así que, de Panamericana, nada. Nosotros, europeos, tenemos
la Paneuropea, con sus curvas y cambios de rasante serpenteando por las tierras
de los tulipanes, los viñedos de la Toscana, la magna Roma... y el hollín
mugriento aferrado a la piel de los lores de Manchester, hijos de la Pérfida y
su hidra de cien cabezas. Montado en coche o en autobús, cantando canciones
mientras Ivette aporrea la guitarra española, la aventura aguarda al final de
la carretera, cerca del Mar Mediterráneo, puerto desde el que embarcó Jaime I, el Conquistador, de casta europeo también, pero de una Europa más antigua,
añeja, por suerte olvidada, con lo que ahorramos el escarnio de ser tildados
como voceros de la Contrarreforma, o revisionistas, o agoreros antipatriotas.
El velocímetro echa humo, la serpiente de asfalto rodea
cuatro cerros olvidados y, al fondo, el gran azul. Welcome to Salou. Bienvenidos
a la Tijuana europea. Tenemos tequila, sexo y marihuana en pensión completa,
solo poniéndoos la pulserita. Para cosas mayores, coja la carta, elija un menú,
y pida... ¡tequila!... no tenga miedo. Las calles de la capital de la Costa
Dorada están repletas de "coyotes" ávidos de servir como guías
a través de las fronteras de la ilegalidad, y conocen todas las sendas
secretas, ¡vaya si las conocen!, habilidad que los torna invisibles a la
autoridad, aunque nunca está de más llevar un billete de veinte en el bolsillo,
por las molestias, que todos sabemos la dificultad de hacer la vista gorda,
agente.
Cruzando la frontera, la Tijuana del Mediterráneo, teta
repleta de néctares y polvos mágicos que vuelven a los hombres dioses y
convierten a la ciencia en micción detrás de un coche aparcado. Capital donde
nunca se pone el Sol y jamás amanece, siempre podrás bailar descalzo sobre los
adoquines, nunca oprimido, invencible como el primer Superman que se descolgó
por los balcones o el aborigen que realiza saltos rituales en la piscina del
chamizo. Nunca es tarde para disfrazarse de primate, ajustarse la falda de la
muñeca chochona con la que jugabas de niña o calzarte a tres desconocidos que
pasaban por allí con las bragas en una mano y el mapa del tugurio en la otra,
buscando la playa, buscando la fresca agua, desorientadas en tamaño aquelarre
de disciplina y tradición europea.
Solo un zumbido leve, imperceptible, distorsiona el ritmo de
la degeneración paulatina, y este ruido no es otro que el sonido que producen
las manos del usurero en plena fricción enloquecida. Por encima del color rojo
de las sangre que se desparrama en las refriegas, el verde viscoso de la bilis
ensuciando las calles, el marrón mojón que decora los camastros de los chamizos
de la maldita pulsera y el arcoíris de humillación y vergüenza con la que los hijos
de España asisten a esta afrenta que sufrimos en nuestra propia tierra... por
encima de estos colores, Monos, solo el verde del dinero, fresco verde lechuga.
Barato.
Nunca el paraíso en la Tierra fue tan barato.
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NOTA. Manu Chao sonando en la Sala X.
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