No bien abrió la tienda, los grupúsculos que se agolpaban
enfrente entraron en tropel. El interior está bien iluminado, amplio, minimalista. Cuatro
sillas pequeñas y angulosas descansan en el recibidor junto a un mostrador
color crema donde aguarda paciente la enfermera-recepcionista, detrás de una
maceta con un helecho, vestida de un verde claro hospital de la buena esperanza impoluto. La higiene ante todo. La prevención, básica. Hablamos de cosas
importantes, muchachos, y con el comer no se juega. Nadie quiere bichitos
corriendo por ahí abajo.
Llama la atención un
fabuloso cuadro abstracto colgando de una de las paredes y una ánfora romana
sacada de las profundidades del MareNostrum. Imitación, por supuesto... aunque
la vista, finalizado el reconocimiento primero, gira rápidamente hacia el
pasillo que lleva a la Sala de Especímenes, según indica el cartel indicativo.
La joven habla desde detrás del mostrador, ¿El Sr. y la
Sra. Smith?, pero nadie escucha ya nada. Ha pasado el tiempo de las
palabras, guapa. Han visto el camino hacia la tierra prometida, allí, cruzando
las tinieblas postreras, y no existe dios que pueda hacerles olvidar la promesa
que rezaba el anuncio del periódico, aquel sábado, durante el desayuno. Puedes
hablar de plazos, de pruebas, de riesgos... puedes repetir hasta cien veces el
montante en oro o en plata de ley... puedes bailar desnuda, pero ya no podrás
distraer su atención.
Desiste.
Levántate y cumple con tu trabajo. Hazlos pasar, uno a uno o
de dos en dos, ¡da igual!, todas las opciones están contempladas en la carta
del menú.
Tras pocos pasos, se atraviesa el pasillo del claroscuro. Se
pueden distinguir media docena de imponentes cuadros decorando las paredes.
Parecen diplomas académicos, pero no se distingue bien el nombre o la firma, y
tampoco importa. No había tiempo para palabras, menos para mojigaterías. Una
puerta se observa al fondo. ¡Ahí está, ahí está! ¡Qué emoción, amor! Todos
los deseos tras cruzar el umbral.
Patricia Vernon, según se lee en la letras bordadas en azul
de su bata, abre la puerta...
... y el brillo del jardín paradisíaco deslumbra a propios y
extraños. De incontables hectáreas de dimensión, el edén tiene las paredes
forradas con infinitos estantes de recia madera de nogal, lo que hace que se
respire confort, calidez, como en el hogar. El suelo, de parqué radiante,
invita a descalzarse, saltar, correr entre los árboles del jardín, contemplando
las ramas de estantes que se estiran, y estiran, y estiran hasta mucho más allá
de lo que el hombre pudo imaginar en sus sueños descabellados.
En la punta de los dedos, creciendo como fruta fresca, un
gran elenco de cabezas vivientes de la flor y nata del elitismo humano
universal observándoos sonrientes, hablándoos cuando os aproximáis a ellas. Yo
soy Franklin, inventor. Yo Lancaster, antiguo trapecista. Yo Agustina de Aragón,
martillo de franceses. Cada una tiene una historia dispuesta a ser contada
y repetida según el gusto del consumidor. Hay tiempo, no desespere. Póngase cómodo,
la tienda es grande y nueva, busque lo que más se adecua a sus intereses.
Estante arriba, estante abajo, se puede saborear más de un
café gratuito. Los clientes deben pensarlo bien, sopesar todas las variables:
quizá ése cantante famoso, a pesar de haber sufrido tuberculosis; o la señora
simpática del tercer estante, totalmente inmune al resfriado, las vegetaciones
y la migraña. Si se tienen aires de grandeza, la opción de cromosoma de Mao o de
Ibdi Amin puede no resultar descabellada, aunque ser padre de un estratega
militar... un Patton, un Rommel, el bueno de Millán...
¡Ooooo, qué terrible dilema el de elegir el mejor ADN para el futuro hijo!
4 comentarios:
Los avances están bien siempre y cuando no se pierda de vista la ética y el ser humano se convierta en mercancía de supermercado...estamos bordeando la línea.
Sigues haciendo LITERATURA de la buena. Excelente la escritura que esculpes a golpe de ingenio y bien hacer.
Hoy por hoy suena a ciencia-ficción, pero dentro de unos años puede ser una realidad que, mucho me temo, tampoco traerá nada bueno, Maribeluca.
En ocasiones es más fácil explicar algo con una pequeña narración, don Javier. Además del desahogo, la práctica.
Un saludo.
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