La historia de los Pérez no tiene nada fuera de lo común.
Como ellos, en la provincia que habito, puedes encontrar mil
familias sin tener que levantarte de la bancada, todos chatos, todos morenos,
todos mirándote con esos ojos curiosos pero cansados. Generación tras
generación han pisado las calles asfaltadas de la capital, contemplando las
arrugas que el tiempo ha ido arando en el rostro de las avenidas y los
edificios. Nada escapa al minutero. Tampoco el hormigón, el cristal o el acero.
Hombres trabajadores nacidos de mujeres todavía más
trabajadoras, las generaciones van sucediéndose una detrás de la otra acompañando
al inexorable ritmo atómico del reloj con una melodía sencilla y relajante, armonía
reflejada en el pentagrama de la Providencia. No es extraño comprobar cómo los
oficios han pasado de padres a hijos, los vestidos de novia vuelven a brillar
en los jóvenes cuerpos de las hijas, los ancianos meciéndose en la cochambrosa
silla del porche de casa, frente al jardín que da a la calle principal. Ahora
pasa la viuda del sereno, doña Margarita, apoyada en su bastón de cedro y la
anciana que se mece en el porche, dejando la calceta sobre su regazo, la saluda
con brío alzando una temblorosa mano artrítica.
Ayer niñas, hoy viejas.
Sin perdón.
El nacimiento de un bebé siempre conlleva reflexiones de
este tipo. Unos nacen, otros mueren, y los pájaros se quedan piando. Ayer nació
una pequeña criatura en casa de los Pérez y la anciana, que se ve achacosa
mientras vuelve a enfocar su cansada mirada entre la lana y la aguja, se ha
levantado más pesada, con los hombros más alicaídos, sabedora de que ya es abuela
y eso, según reflejan los libros, empieza a ser sinónimo de fiambre. Pronto sus
manos sucumbirán a los temblores y se acabarán las bufandas de lana igual que
se esfumaron las mantillas el día en que el Dr. Amor le diagnosticó las
cataratas. Sólo será un bulto a la espera de que la experiencia, el
conocimiento y la sabiduría que ha ido adquiriendo a lo largo de sus rápidos
años de vida, una mañana cualquiera al despertar tras un hermoso sueño de
infancia, dejen paso a la terrorífica nada de la memoria que se esfuma diluida
como niebla bajo el Sol gracias a esa broma macabra que es la
senilidad.
Antes de que las lecciones se borren y el conocimiento vital
se desvanezca, pero, los abuelos han dado cumplimiento a la tradición. A
escondidas ruega a Dios haber tenido tiempo suficiente para realizar el rito
iniciático con el que fue bautizado su esposo, y el padre de su esposo, y el
padre del padre del padre de... Ruega con fervor a la Moreneta y mañana, cuando
vea a su yerno llegar del trabajo, le pedirá que la acerque a la montaña mágica
para encender un cirio y rezar en voz baja. Quimet la acompañará a
pesar de los reniegos y la maldiciones que acuden a su boca cuando le habla de
cosas de curas. Blasfemias que no son más que pura bravuconada de tasca para
quedar como un machote con los vecinos. A la hora de la verdad, leal y fiel
como un perro. Tradición y costumbre, nada más. Tradición y costumbre para con
nuestros antepasados. Él vendrá. Cuando llegue se lo propondrá, y no habrá
posibilidad de negativa. Imposible. Además, seguro que entra por la puerta eufórico, con
una amplia sonrisa en el rostro, incapaz de decir que no a la honorable abuela. Sus ojos, detrás de las gruesas lentes que
humanizan un rostro manchado, vidriosos, mirarán a su esposa anciana arrugada
como una uva pasa mientras agita el carné.... ¡Ya lo tengo, Dolors! ¡Ya es
socio del Barça!... exultante. El abuelo cumplió la ley no escrita... la
ley innata... la ley del silencio que se transmite de generación en generación,
impertérrita, sangre viva y vital que alimenta una idea.
El recién nacido está vacunado. Ningún microbio fascineroso podrá apalancarse jamás en su
cuerpo. Ya tiene el anticuerpo que todo lo puede y todo lo vence. Alabado sea.
Y líbranos del mal, amén.
Como dije antes, la historia de los Pérez no tiene nada de
especial.
Como ellos, en la provincia, legión.
4 comentarios:
Preciosa historia por lo sencilla y bien contada. Y con pleno conocimiento de lo que es el avance de la edad en los ancianos.
Qué triste sino el de algunos que terminan con la cabeza perdida y sin consciencia de qué hacen ni con quién hablan. Es terrorífico.
Tengo la sensación de que en otros tiempos no les daba tiempo a los seres humanos a llegar a ese estado porque se morian antes.
Recuerdo que cuando yo era jovenzuelo los de 60 años de edad eran muy viejos. Hoy esa edad es perfecta actividad mental y laboral, y viejos lo son los de 90 años.
Entrañable, Herep.
Buen artículo
Los avances médicos alargan la vida de las personas, pero poco puede hacerse cuando los males se apoderan de la mollera, querido Javier.
Quizá con el tiempo se venderán, pero no se muy bien en qué se habrá convertido la humanidad.
Un saludo.
Merci, Enrique.
Saludos.
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