Los chicos, atrás, ven a la princesita esa de la larga
melena descolgarse de su torreón en busca del príncipe azul, desenchufados a
través de los auriculares, pero Berta... ella... siempre me hace lo mismo: no
llegamos a los tres cuartos de hora de viaje que ya está acurrucada en el
asiento, descalza, durmiendo el séptimo sueño.
Los AC/DC suenan en la radio. Subo el volumen, acelerando, venciendo a la
recién llegada monotonía al volante, cosa peligrosa, y más con niños inocentes
que ven películas de princesas que transforman ranas a besos. Berta sigue durmiendo, quizá soñándose en algún viejo
festival de fin de semana.
Pasan las costas del Garraf. Pasa Sant Adriá del Besós,
adiós. Llega el riff de guitarra. Pie en chapa. El monovolumen al máximo... no más de 100km/h...
pero vibra tanto que parece que pilote un kart, curva contracurva.
Me tocan el hombro.
- Papá -. Es Paula. Aflojo.
- Dime, cariño.
- Te ha adelantado el Rey.
- ¿Qué Rey?
- El de España.
- Amor, los reyes no conducen... y menos por la autopista.
- Este conduce, y de copiloto iba el hombre malo. Ese al que no dejas salir en TV.
Arturo Mas. El coco, Paula lo sabe bien.
- No puede ser, corazón.
- Bueno -dice la niña, y se vuele a desenchufar viendo la
princesa de fresa.
Subo el volumen y le doy de nuevo a la canción. Acelero.
¿Será verdad? La pequeña conoce a Felipe, sí. Está en esa edad inocente en la
que se cree en cuentos de hadas y finales felices, y un rey, aunque sea de
carne y hueso, siempre es un rey. Si dice que era él...
115 km/h. Lo estoy dando todo, va.
Paso una Nissan con un rótulo de pinturas; dejo atrás varios
camiones y un cisterna de nitrógeno líquido. Me viene a la cabeza la escena de
Terminator2 y me digo que voy sólo en la Picasso, ahora convertida en un bólido
con misiles y camuflaje digital. ¡Hágase la batería, cabrones!, y voy dejando
atrás varios coches más hasta que delante aparece un Seat con una matrícula
poco habitual, indefinida, falsaria. Debe ser él, pongo la mano en el fuego.
Veremos.
Un empujoncito más. Ya llego... va, va, va, coño.... Sí, sí,
¿sí? ¿Son, son? No veo bien...
Bocinazo al canto, he estado ágil.
Tres rostros se giran al unísono, mecánicos, muescas de un
mismo engranaje que ahora se muestra en toda su magnitud, a plena luz del día,
en la autopista hacia... hacia... Me miran y sus ojos se clavan en mi persona.
Soria, el Menchevique y su Majestad Pipiolo, ay que me duele la cabeza. Siguen
mirándome, pero yo aparto los sables láser que son mis ojos, derrotado en tan
desigual, y singular, envite.
La princesa le canta a los niños, Berta sigue dando botes en
algún escenario de mediodía, y yo, ahora sí, acelero y acelero y acelero.
Malditos hideputas, me digo. Maldito Teatro de los Sueños, grito. ¿Cuándo se
hará la Tormenta?
4 comentarios:
Qué se le va a hacer, es rey incluso del Mastuerzo y noblesse obliga o como se diga, pero qué penita que no abrieran la portezuela al pasar por el punto limpio...
Saludos.
YA QUE LOS TENÍA USTED A MANO, AMIGO HEREP, BIEN PODRÍA HABERLOS ECHADO DE LA CARRETERA. EL FAVOR HABRÍA SIDO ENORME.
UN CORDIAL SALUDO.
M...
Abriera la puerta y le diera un empujón justo coger la curva siete de la carretera de la Costa de Garraf, esa tan cerrada y que da tanto miedito...
Habría sido un final épico, sí. Mejor que el de real servidumbre.
Un abrazo, Maribeluca.
Bienvenido, Olímpico.
No volverá a pasar. Si tengo la (mala) suerte de volverme a cruzar con ellos, le aseguro que no me reprimiré y daré la embestida que la situación requería.
Un saludol
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