Paseando por el dorado campo de trigo, acompañado por tu
perro Tutú, una mañana soleada de verano, mientras cantas las ruinas de Castamere*,
te sorprende un torbellino huracanado de grado 6.5. Vacas, el tractor del
vecino, el nuevo granero de los Pérez... todo, en una vorágine de aire, vuela a
tu alrededor en una danza macabra que te acerca, más y más, al ojo de este
improvisado huracán.
El negro se retira, vuelve la luz y apareces en el Reino de
Oz, donde todo es de color verde, azul, dorado y rojo. Praderas, riachuelos,
sonrisas y pasión, bailes regionales, pequeños simios dándole a los bastones,
las castañuelas o la pandereta al ritmo de la tonada cantada por el artista
invitado, tú, auténtico maestro de la ceremonia que dejó, por este nuevo paraíso
en el que te aclaman como rey, la tranquilidad de su inquebrantable paseo
dominical.
Cantando y bailando junto al espantapájaros cagón, el león
afeitado y la hojalata de lata, todos los males son candidatos a desaparecer,
superados por el amplio poder de la sonrisa, el claque y la melena de la bruja
buena, antes malvada, pero que nada pudo hacer frente a la poderosa fuerza magnética
del picar de tus zapatos, azules cielo infinito. Un clic con las punteras,
suave, y todos los más graves problemas habidos, con un clic, no serán más que
siniestras pesadillas enfermizas.
Pero como la vida sigue a pesar de los quiebros mágicos que
da el destino, mientras zapateabas y bailabas al corro de la patata junto a tus
nuevos amigos liliputienses, amaneciendo al fondo, donde se pierde el camino de
las doradas baldosas, unas malas hierbas se hacen presentes, duras y
desagradecidas, aferrándose a los pies de los alegres danzarines, que
tropiezan, que amenazan con caer, de bruces, entre sollozos y demás
quebraduras.
Aparecen, los cardos y las ortigas, para joderte la fiesta,
Mariano... a vos, ¡oh, héroe!, que apareciste cuando más negra era la noche,
traído por el huracán de la esperanza tardía, siempre falsaria, pareja de la
desesperanza del reo que sube las escaleras del cadalso. Los danzarines del
fango venidos a más, como a un ídolo totémico, te miran, héroe, aguardando que
hables por esa boquita, hacedora de milagros, y solventes esta anomalía momentánea,
residuo de un pasado que quedó atrás en el mismo momento en el que caíste del
cielo, junto a Tutú, tal y como auguraban las tablas de la ley.
El fiero león, el espantapájaros chulapo, la afilada lata de
hojalata... te miran, aguardan tu arenga, tu ímpetu, el valor que les
contagiaste como un mal resfriado otoñal. El reino espera que rompas el
silencio y, con un clic... sólo un clic... disipes el gris, casi negro, que
vuelve, otra vez, como hiciera hace unos años.
Se abre un claro entre las nubes, y
decides hablar para no decir nada, pasa a la pág. 185
miras al cielo y constatas que llueve, pasa a la pág. 350
subes los impuestos, pasa a la pág. 1012
sueltas a algún etarra, pasa a la pág. 1958
te enciendes un puro
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* Castamere, la ofensa a Lord Tytos, la caída de los Reyne...
Infinita tristeza ver cómo la Ley y el Honor sólo ocupan, relegados, espacio en los libros.
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