Petronila ama mucho a su país. Muchísimo. Más que nadie, es la
primera en las reivindicaciones, la primera llamando al 906 siempre que hay algún
certamen solidario televisado, ondeando la bandera en su balcón siempre que se
pisa fecha señalada, orgullosa, decidida, fiel.
Lo sé porque Petonila vive delante del Cuartel General, y la
veo todas las mañanas, al poco de amanecer, izando su estandarte mientras mira
al horizonte, a las antiquísimas montañas del Norte, por donde cae la cuna del
misticismo que la embriaga. Desde detrás de nuestra ventana, hemos ido
observando el proceso que, con el paso de los años, ha experimentado la vecina,
antaño joven y presumida, hoy desarrapada y fofa.
Se casó apenas acabada la licenciatura con un chaval que bajó
del monte perdido, basto como un arado y que, al hablar, tiene esa costumbre
pastoril de intercalar gritos con silbidos... "Yeuuu, las cabras"...
y según de qué hables, tomando un sol y sombra en la fonda, te mirará con
esa cara ruda, contorsionada en mueca defensiva, que denota la desconfianza del
analfabeto, siempre en guardia, siempre dispuesto a responder a la
imaginaria ofensa con un sopapo de sus manos de pan de kilo.
Él, Quimet, agarró la inocencia y dulzura de Petronila y,
con el beso del "sí, quiero", la hizo desaparecer por el sumidero del
retrete. Aquella timidez, el leve gesto con la mirada al cruzarnos en la cola
de la pescadería, "Buenos días, Petronila", "Buenos días,
Herep"... aquello se esfumó, dejando el camino abierto a un incipiente
bigote, el pecho flácido y el vestir antiguo, rural, embriagado por el aroma de
la naftalina y el fuego a tierra.
A pesar de no haber mostrado jamás interés alguno en la política
y sus siete cabezas surgidas del Averno, Petronila, encorajada por su recién
estrenado marido, se sacó todos los carnés patrióticos, como buena hija pródiga
de la tierra que, para toda la ralea que por aquí pastorea, fue prometida por
el Altísimo en conferencia internacional, a cobro revertido, después de haber
descansado el séptimo día.
La cosa, como veis, viene de antiguo. Cientos de años...
miles... eones, si hacéis caso a las pláticas de Quimet, el pastor de cabras,
aunque dudo que tenga la más remota idea de qué es un eón... o cuánto dedos hay
que contar hasta llegar a cien, no digamos a mil.
Hará cuatro años, Quimet, el pastor de cabras bajado de la
montaña, tropezó en la fonda con un pájaro de mal agüero, disfrazado de traje y
corbata. Fíjense que digo disfrazado, y no lo hago en balde, no. Para ir de
traje y corbata se requiere clase, y aquel pelanas, de clase, nada. Un tiburón
vestido de seda que tiburón se queda... pero Quimet, ¡oh, pastor de cabras! ¡Te
nombran la patria, mentan la tierra y esa llama que quema allá, en el Canigó!...
y el escaso entendimiento rueda por el suelo, como las plantas estepicursoras
que cruzan de parte a parte el Far West, mecidas por la brisa de las palabras
del tiburón y su corbata...
... que te vende los "bonos patrióticos",
¡a vos, el más patriota entre los patriotas! ¡A Petronila, la sacerdotisa de la
llama incesante!... y por la cabeza de la pareja de soldados cruzan mil imágenes
coloreadas por el dorado del vil metal, presentándose ante vuestros ojos la
ilusión de un cortijo en la sierra, otro en la costa y un tercero a mitad de
camino hacia ninguna parte, herencia para vuestro hijo, Wilfredo, nacido hará
una década y bautizado en la pila bautismal en la que bañaron al padre del
padre del padre del padre de vuestro padre. ¡Oh, Yahvé, si el agua fuese la misma! ¡Que fiesta completa!
¡Que lágrimas brotarían de nuestros ojos, patriotas, si el caldo tuviese el
regusto de los antepasados!
Tras rebuscar en los colchones y escarbar junto a las raíces
de los avellaneros, juntasteis vuestras cuatro perras y, tras encender una vela
a la Providencia, comprasteis siete u ocho fajos de aquellos papeles con
membrete de la Casa Nostra, seguros de la garantía que ofrecía aquella
letra pequeña, pasando a ser, desde aquel momento, promotores del futuro... de
la patria del mañana, hogar de promesas, vino y rosas. Recuerdo que aquella noche, las velas
del dormitorio, se apagaron más pronto de lo habitual. Seguro que embriagados
de sueños, hubo acercamiento en forma de achuchón rápido, vuelta y vuelta, lo
justo para celebrar el 5'5% de interés anual, porcentaje impensable por aquella
época en la que el dinero no valía ni su peso. Pero la patria, benefactora, daría
eso y más a todos sus fieles vástagos igual que un árbol frutal da manzanas a
quien lo riega.
Aquí, en el Cuartel General, no tenemos por costumbre regar
más que nuestros geranios y jazmines, razón por la que no esperamos que estos
nos den melocotones o alguna sandía de kilo y medio... y, por costumbre,
desconfiamos de los elegantes tiburones y sus corbatas a juego, roja o azul según el gusto del cliente. Las palabras son muy bonitas, pero se las lleva el
viento, hoy en día fuerte, capaz, incluso, de arrancar también la palabra escrita, firmada negro sobre blanco con membrete de la Autoridad pertinente.
Todo esto, Monos, lo he visto yo con mis propios ojos, desde
esta ventana mía, justo enfrente de la casa de esos "patriotas"
que, llegado el día del vencimiento, cobraron sus verdes billetes según lo
estipulado, uno encima del otro, verde color del dinero, verde que te quiero verde.
Petronila y Quimet, ahora, ya no viven en la casa de
enfrente. Supongo que se habrán trasladado a su torre en mitad de la Costa
Brava, rodeados por tantos y tantos como ellos, bajados del monte aquella tarde
de verano. Estarán contando dineros y dibujando paraísos con las acuarelas de su
imaginación, fieles a la mística y la palabra dada, promesa de tiempos mejores
en los que la patria... su patria... se desprenderá del último yugo, directa
hacia el nirvana...
... mientras tú... yo... aquí sentados, asimilamos que
fuimos nosotros quienes pagamos aquellos "bonos patrióticos",
asumiendo el riesgo y la devaluación a fondo perdido, sabiéndonos garantes de
la triquiñuela del tiburón y su corbata, auténtico pirata cojo que, llegado el
momento de devolver las cuatro perras de plata, estando sus arcas carcomidas
por las telarañas y la mugre, tuvo que acudir a "los otros"...
la verdadera Patria... para que sufragase la fiesta, el jolgorio, el
aquelarre, los sueños de los "patriotas" bajados del Canigó,
con llama incluida... al tiempo que los tuyos, poco a poco, van marchitándose
envueltos en una mezcolanza de incredulidad, rabia y resignación estoica.
Los "patriotas" han cobrado... y yo sé cómo ha
sido.
4 comentarios:
Más menos debió de ser así lo de la eina Petronila de Aragón y el pastor conde El Velloso de Barcelona. Y desde entonces algunos no han parado de poner la cuestión al revés.
Claro que hay que recordarles que el Velloso y sus compas eran todos francos que si no llega a ser por los Aragón hubieran estado bajo la bota de los Muzas.
Yo también creo saber cómo ha sido el cobro y quién ha soltado el parné o güita para que los “patriotas” bajados del Canigó enarbolen ahora sus banderas de guerra.
El “cómo”, ha surgido de la permisividad que les otorga una Constitución engendrada y parida por un grupo de cenutrios farfollas, avalada y afianzada hoy en día por el juramento de un ciudadano que en su primer discurso como rey, no ha mencionado siquiera la palabra PATRIA.
El “quien”, está muy claro: "los otros"... la verdadera Patria”, nosotros, los paganos, el Pueblo, entre los que se encuentran algunos (muy pocos) patriotas.
Ellos, esta historia de la Marca Hispánica, no la conocen, ni ganas. Como mucho, alguna versión cómica vespertina donde se le de la vuelta a la tortilla, pero la realidad...
Nada. Esta hace mucho que abandonó estas tierras, don Javier.
Un abrazo.
Esos fondos que vienen directos de Madrid, conocidos como FLA, están sirviendo para pagar todas estas milongas y demás operaciones de sedición, José Luis, con el total beneplácito de Mariano, el amante de las Autonosuyas, a las que no dejará caer jamás... aunque desaparezca la madre del cordero, o sea, España.
Así quedó claro cuando metió aquello de "juro por las Comunidades Autónomas", que válgame qué gilipollez.
Madriz ens roba, amigo, ya ve usted.
Un abrazo.
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