- Dicen que han vendido la empresa, Manuel.
- ¡No fastidies! ¿A quién? Al final ha tenido que pasar,
eh.
- Pues sí. José me dijo que estaban perdiendo muchos millones. En su planta no se habla de otra cosa y cuando acaba el turno, al llegar a casa, se le nota preocupado. Lleva tiempo así, ya sabes... tu Josefa está en
la misma cuadrilla. Por lo que he escuchado, unos italianos quieren hacerse con ella.
- ¿Italianos? No me fastidies, ¡si son la competencia! Si
Doña Marta levantara la cabeza y viera las tierras de su abuela pasar a manos
de los italianos... Se moriría, créetelo. Un infarto. Italianos. Con lo que
costó mantener esto después de la guerra.
- ¿Por qué crees que estaban los ánimos así la otra tarde,
en la Fonda, jugando al siete y medio? Esa discusión con Marcial no fue casual,
amigo. Quien más quien menos está nervioso por el futuro. Corren rumores muy
malos, Manuel. Dicen que los italianos querían la empresa para que se echara a
perder... Para abandonarla, en una palabra, y hacerse los dueños del mercado.
Cerrar las plantas, descuidar los árboles, despachar a los jornaleros... La
ruina, viejo.
- Joputas.
Por la carretera secundaria, solitaria en lo más profundo de
la España rural, un coche cruza a toda velocidad. Los abuelos intentan seguirlo
con la mirada, a destiempo, pensando cómo coño funciona esa cosa hecha de hierros y cables.
- Nos están quitando lo nuestro, Segismundo. Ahora no es
como antes, en nuestros tiempos mozos, cuando el pueblo jamás se quedaba
pequeño. Ahora la gente joven tiene el cine en casa, van en aviones, todo lo
guardan en fotos... Y las empresas ya no son lo que eran. La cooperativa...
¿recuerdas? Todos allí, pesando los sacos, la mañana entera...
- En época de cosecha aquello era insoportable. Gritos, Julián
con su cornetín, los precios... El otro día leí que los italianos estos, allá
en Italia, tienen muchas tierras también, pero que las cultivan de ese modo...
algo así como intensivo... y tienen máquinas y molinos automatizados por
todos lados.
- ¡Pues míralos, tanto molino y tanta leche! Siempre han sido
los segundones, Segismundo. Tendrán mucha máquina, pero aquí está la materia
prima. Esta tierra, este Sol... este clima, maldito abuelo, es la fuente de
nuestro oro... y ellos lo saben, y quieren arrebatárnoslo, Segismundo. Hay que
hacer algo. Si lo compran y lo desmantelan, la comarca estará en la ruina.
- Creo que el Gobierno va a hacer algo. El de la barba, ese
que es de Agricultura, decían en la TV, esta mañana mientras tomaba el
coñac, que estaba presionando a los catalanes para que compraran acciones. Algo
así... o puede que fuese el propio Gobierno el que se metiera con dinero contante
y sonante. Uno de los dos, vamos.
- Algo bueno, menos mal. Este sector no se puede dejar caer.
Es estratégico.
Con un rugido estrepitoso, un coche de la Guardia Civil pasa
a toda velocidad rumbo Norte. Las luces relampaguean y la bocina, estela al
viento, anuncia persecución. Los abuelos murmuran barbaridades acerca de los
forasteros.
- Manuel.
- Dime, Segismundo.
- ¿Tú crees que esto tiene futuro?
- ¿El qué? ¿Nosotros? ¿Tú y yo?
- ¡No, viejo estropeado, no! Nosotros, no. Esto... la
comarca... los chavales...
- Negro, ya lo sabes. ¿A qué viene ahora eso?
- No... nada... estaba pensando... Estaba pensando que quizá
eso de los italianos no es tan malo. No sé. Yo no tengo más que dos reales,
pero se me hace difícil creer que alguien va a comprar algo para dejar que se
eche a perder. Cuando el carnicero, Benancio, compra una vaca no la deja morirse de hambre en el corral. Quizá esa gente quiere ayudar a la comarca...
invertir... no sé, Manuel, pero se me hace raro. Nosotros somos viejos y todo
esto se nos escapa. Ochenta años, amigo. ¿Qué podemos hacer nosotros?
- Nosotros, nada. Pero se pueden hacer muchas cosas. La
principal, salvar el campo.
- Manuel, mírate. Ochenta años. ¿Ha cambiado algo? ¿Ha
mejorado algo? ¿Vives mejor que tus padres? ¿Vives, o sobrevives? Aquí hay
olivares que tienen mil años más que tú, cascarrabias. La industria ha
sobrevivido... y eso costó un agujero de 500 millones.
- ¿Entonces?
- Entonces nada, amigo. ¡Qué sé yo! Sólo decía eso... que llevamos
media eternidad así, tostándonos al Sol, y esto no ha mejorado nada. Pero con
los italianos... con quien sea, siempre que sea nuevo y sepa qué conviene al
sector. Imagínate todos estos campos como allá en California, con los árboles
uno pegado al otro... y molinos... y centros logísticos para distribuir nuestro
líquido a todos los rincones del Mundo... ¿Sabes que hay un lugar llamado Zihuatanejo?.
- ¡Válgame el Señor, el abuelo chocho! Y eso que dices, bien podemos hacerlo nosotros... los de aquí.
- ¿Nosotros? ¿Tú? ¡Calla, animal! ¿El Gobierno, va a hacer
eso? ¡Ni loco! Ellos a lo suyo, a tener el campo muerto y enterrado. Pagan
cuatro o cinco reales para que los jornaleros y las familias estén
tranquilos... sobrevivan, ¿te suena?, igualito que nosotros hemos
sobrevivido... montan una semana de fiestas y a vivir, que para eso son los
señoritos. Ah, y la cartera bien llena, claro. Ríos de subvenciones para que
esto esté hecho un erial.
- He soñado muchas veces ver la comarca así como dices,
Segismundo. Rica. Viva. Libre.
2 comentarios:
Amigo HEREP, ¿Es cierto eso de que los campos de olivas en Andalucia se están echando a perder y que el aceite ya no es rentable?
El relato es buenísimo pero me preocupa el fondo del tema, si es ficción o realidad.
Tranquilo, Íñigo. Es una reflexión en voz alta... aunque no tiene por qué estar desprovista de ciertos aspectos reales.
Los campos de olivares de Andalucía no están echándose a perder, pero creo que tampoco se está sacando el rendimiento que podría extraerse a tantas hectáreas y hectáreas de olivar.
Aunque también me gustaría dejar clara mi postura: el proteccionismo y el intervencionismo es una lacra para el desarrollo de los habitantes de una región.
También sucede esto con la industria de la oliva.
Un saludo, y que tengas una buena Semana Santa.
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