Porque los pensamientos de ustedes no son los míos, ni los
caminos de ustedes son mis caminos. Isaías, 55.
El payaso Pennywise asomó su cabeza, mostrando a los niños
su mirada amarillenta, de sonrisa grotesca, respaldada por dos hileras
desgarbadas de afilados dientes. Había extendido los brazos desde el interior
de la alcantarilla... y, en el microsegundo que dura un parpadeo, la recia
rejilla de acero que le separaba de la calle Old Maine, se había doblegado dejándole
pasar hasta la bocacalle, donde aguardaba una panda de chavales petrificados.
Su cuerpo redondo y fofo, ataviado con su traje amarillo de
grandes botones naranjas, se acercaba dando saltitos extraños. Saltos que
desafiaban las más elementales leyes de la física... flotando, flotando,
chicos, flotando... y no es el único principio elemental desafiado, ¡qué
va!, pues el payaso, ante otro parpadeo, se torna lobo salvaje, araña
ponzoñosa, enfermo de lepra o ébola africano... enorme estatua gigante de plástico y
metacrilato... pájaro de mal agüero...
Los niños, aterrados, contienen las válvulas de drenaje en
un esfuerzo titánico, reaccionando justo en el último momento. Montándose, de un brinco, a lomos
de sus bicicletas o patinetes decorados con las pegatinas de los ases del béisbol
o el baloncesto profesional, escapan a su ruina... a su asesinato... a la Negra
Parca clásica, disfrazada hoy de payaso de fiesta de aniversario.
Agarran el miedo, los niños, el pánico, el terror, lo
absurdo de la psique real o ficticia... y lo estrujan con las dos manos, como un puñado de
viejos papeles, dibujos que no salieron bien... basura... lanzándolo lejos, a
las afueras del pensamiento, donde habita el olvido... la Nada... y allí pace,
el Miedo, rodeado de indiferencia, desconsuelo y soledad, desterrado en el jardín
trasero de la casa unifamiliar... mientras los pequeños descansan dentro, ante el tazón
de leche con galletas que les servirá de sustento mientras duermen el sueño de
los inocentes.
El Miedo, cuando se es niño, es menos miedo. Tiene las patas
más cortas, los brazos no son tan largos, los dientes se doblan de blandos... hechos
de goma... y cuando muerden, no son más que meras caricias.
Aterroriza de primeras, sí... pero
cuando la impresión pasa y la parálisis se esfuma, volviendo a responder el
cuerpo a la propia voluntad, la sensación de desasosiego deja lugar a la
curiosidad de la aventura, siempre presente. A malas, si las cosas se volvieran imposibles, siempre nos
quedará el pedalear. Montar sobre las bicicletas y pedalear. Rápido. Colina
abajo, sin frenos, sin señales, sin convoyes de acero cruzando avenidas... sin
miedo...
De nuevo, los niños y el miedo.
Lo irracional, lo invisible, lo curioso... y la risa
nerviosa del infante que, sin saberlo, ha vencido una batalla, que no la
guerra. Ahí, durante la época de su infancia, él juega con las cartas
marcadas... inocencia... pero después, cuando aparezca la barba y los horarios
se vuelvan rígidos, las cosas serán diferentes.
Muy diferentes, Monos.
Llega un momento en el que, a los ojos del maldito Globo
Terráqueo, te conviertes en adulto. Entonces la película varía. La aventura,
delirante hasta ese momento, cambia, mutando a realidad seria, ajena a toda
ficción típica de las mentes infantiles, siempre en proceso de adaptación.
Pennywise... el maldito cuatrero disfrazado de payaso...
aparca sus ropajes cómicos para calzarse la indumentaria de cien terrores
diurnos. Probablemente, aparecerá vestido de director de la sucursal bancaria
en la que firmaste tu hipoteca... triste condena... o con la careta de tu jefe
de empresa, el cual te hizo la cruz el pasado lunes por la mañana... o el
payaso, ahora, no es más que la sombra de esa amante nocturna que conociste el
pasado otoño, mientras celebrabas no recuerdas qué, y cuya presencia fantasmagórica
pone en riesgo los réditos que has ido acaparando desde que diste el salto de
niño a hombre...
... cuando, sobre tu caballo de dos ruedas, todavía podías
vencer al Miedo con una mano, a fuerza de pedal... mirándolo a la cara, con
sorna, repitiéndole una y mil veces que a ti... a mi, tú, araña de cien
palmos, nada puedes hacerme, miserable. Huye. Esfúmate por tu agujero atroz,
pues yo soy yo, y mañana, al despertar, ya no estarás aquí.
¿Dónde quedó ese valor, Monos? ¿Qué fue de tamaña rebeldía...
tan gran determinación?
Esta noche, al acostarte, mirarás bajo la cama presa de un
acto reflejo. Sabes que no cabe esperar nada... ningún muerto viviente en
descomposición esperando que se apaguen las luces, ningún ser venido de más
allá de los confines de la imaginación, aguardando para engullirte entre
terribles sufrimientos... ni bichos, ni entes, ni tan siquiera un amante
tembloroso rezando para que el cornudo esposo no posea licencia de armas...
... pues el Miedo no aguarda en el fantástico mundo que se
abre bajo la alfombra mágica de tu dormitorio, lámpara cuyo genio es capaz de
transformar los sueños en realidades, y las pesadillas en señoras de carne y
hueso, con palo de escoba y arruga nasal incluida.
Hoy, ahora, el Miedo espera en todas partes, y su realidad,
a diferencia de antaño, se te presenta más verdadera, aterradora, capaz de
paralizarte durante mucho más que aquel parpadeo de hace demasiado años ya. Una hoja de
despido, la enfermedad de alguien apreciado, una caja de cerillas en el bolso de
una esposa que jamás fumó...
Hoy, adulto, ya no necesitas que aparezca un payaso de
mirada criminal para que tu cuerpo tiemble como una hoja mecida por la suave
brisa. Todo te dobla, todo te quiebra, y las noches ya no pasan plácidamente,
rodeado de grandes héroes que, a través de tus sueños, ponen coto a los
monstruos que pueblan la psique de los vivos.
¿Dónde quedó el valor de nuestra juventud, Monos?
¿Podremos, como hiciéramos antaño... entre risas heladas,
enzarzadas nuestras manos como si fuésemos uno, decididos tras agotar las
reservas de nuestros inhaladores contra el asma... mirar, de nuevo, a los ojos
de la Negra Parca desafiando sus designios y nuestros temores?
¿Venceremos, como adultos, al Miedo?
Si no hubiera quienes triunfan contra toda probabilidad,
creo que todo el mundo renunciaría. It.
2 comentarios:
EL MIEDO, palabra que refleja el máximo condicionante de las acciones de todo tipo de personas. Y merced a él no existen gobernantes honrados, ni ciudadanos prestos a eliminar a los malvados que nos exprimen.
Muchos dicen que el amor mueve el mundo. No estoy muy convencido de ello, pero lo que sí se es que el miedo es poderoso. Mucho... y quien se sobrepone a él, es capaz de cualquier cosa.
Un saludo, don Javier.
Publicar un comentario