La emoción me supura por todos los poros de la piel mientras
el señor me devuelve los billetes de la entrada. Me sonríe mostrando unos
dientes amarillentos, propios del aficionado al tabaco, idénticos a los de mi
padre... aunque papá no tiene ese bigote, extraño bigote... fino, trenzado, acabado
en punta. Él no me recuerda, pero yo sí. Año tras año, siempre aparece por el
pueblo justo cuando los almendros empiezan a florecer, al poco de retirarse el
frío del invierno. Bajito, mofletudo, embutido en esa casaca roja de dorados
cordeles tres tallas más pequeña de lo que su rechoncho cuerpo necesitaría.
Pantalón negro, botas altas, trompetín en la mano diestra... Todos los años
igual, idéntico... La opacidad de sus ojos, pero, varía, tornándose más gris
ese azul que, a mí... soñadora... se me antoja infinito, al igual que los mil
lugares que, armado con su trompetín, habrá visitado junto a los demás héroes
de mi infancia.
Estiro con saña.
Voy, voy, pequeña... Ten piedad de un pobre anciano, hija
mía, murmura mi abuelo mientras tiro de su mano, nerviosa. Mamá me ha dicho que
tenga cuidado, que el abuelo está pachucho, medio cojo y tembloroso... pero el
nudo que se me ha ido dibujando en el estómago a lo largo de toda la mañana
hace que me olvide de las advertencias. ¡Hace tanto tiempo que no hacíamos
algo, el abuelo y yo! Cuando empecé a ir a la guardería, era él quien venía a
recogerme todas las tardes. Mis padres trabajaban durante todo el día en la
tienda, así que me pasaba todas las horas del día a su lado... junto a la abuela.
De eso hace... mmm... ¿un mes? ¿Un año?... No, no, ¡dos semanas!
¡Dos semanas, seguro! ¿Eso es mucho tiempo, no? Bueno... para una niña de cinco
años, dos semanas es media vida, al fin y al cabo. Es una lástima que la abuela
se marchara a hacer ese viaje y todavía no haya vuelto. El abuelo está muy
triste desde aquel día... siempre mirando una vieja foto en la que salen los
dos, sonrientes, tocando un instrumento raro que se apoyan en el hombro. Me da
lástima, el abuelo, tan parado... tan ausente... tan diferente de aquellos días
en los que me llevaba a hombros camino a casa, tras recogerme en la guardería y
comprarme una tira de regaliz rojo.
¡Ni una palabra a mamá, eh!
Por eso ayer noche, cuando papá me dio las dos entradas, el
corazón me hizo dos tirabuzones en el pecho. ¡Bien! ¿Para el abuelo y yo? ¡Yujuuu!
Inmediatamente después, mil imágenes atravesaron mis pensamientos,
protagonizadas por risas, sorpresas, abrazos, felicidad... El abuelo riendo; el
abuelo mirando el espectáculo así, con los ojos abiertos como platos; el abuelo
apretándome con fuerza la mano... incluso me vi, otra vez, disfrutando del
mundo sobre los hombros del abuelo, más alta que ninguna... pero ese sueño duró
poco, desechado. Ahora peso más que antes, y el abuelo... no tengo muy claro
que pudiera soportar mi peso.
Pero eso fue ayer. Ahora estamos aquí, dirigiéndonos hacia
la carpa, roja y blanca, de lona gruesa y vieja, sucia por los años y las inclemencias
de toda una existencia a la intemperie. El abuelo ha acelerado el paso, temeroso
de perderme entre la multitud de chiquillos que revolotean por doquier,
presas de la locura típica de estos saraos primaverales. Niños gritando y lanzándose
puntapiés a la espinilla, padres que compran palomitas o bolsas de arroz
inflado, personal que recoloca a los espectadores tal y como indica el número mágico
que aparece en el billete de entrada... Bullicio, el olor dulzón de decenas de
nubes de algodón de azúcar, algún que otro llanto de ese típico mocoso perdido tras
las últimas filas de la tribuna principal...
Fiesta, Paula... Espectáculo, abuelo... Circo, circo, circo
para las señoras, los caballeros, los niños y las niñas...
Miro a mi abuelo, y le veo asombrado, cargadas de ilusión
las bolsas que descansan bajo sus ojos vidriosos, algo menos turbios que los días
pasados. Se ha descubierto la cabeza quitándose esa boina que a todos lados lo
acompaña, tan vieja y roída como su propia piel, dejando a la vista su espesa
mata de pelo blanco, último vestigio de algo que, antaño, fue digno del mismísimo
Sansón. Siempre dice que es de mala educación llevar la cabeza tapada bajo
techo... Dios no debe encontrarse tantos impedimentos cuando nos regala su
palabra, preciosa... aunque yo no acabo de entender muy bien qué quiere decir
con eso. ¿Quién es ese Dios? ¿Estará enfadado con el maestro de ceremonias y por eso no le habla? Seguro, pues por ahí pasea, por la pista central, bien cubierta la mollera por su sombrero de
copa. No sé. Cosas de adultos, como dice papá cuando ve el partido por la TV y no quiere que le molesten.
El hombre con el micrófono acaba de hablar y, con un fuerte
petardazo, las tres pistas empiezan a llenarse de gentes... hombres y
mujeres... disfrazados con elegantes vestidos negros, zapatos lustrosos con
brillos quiméricos... ellos... y elegantes ropajes de tul y seda, aderezados
con medias provocativas y zapatos con tacón de aguja, ellas. Todos engalanados con joyas, fumando largos puros, con las cabezas erguidas, en gesto altanero... endiosado...
Las risas, descontroladas, rompen el espectral silencio que
surgió tras las palabras del presentador del espectáculo. Los infantes están
todos sentados y los padres, cargados de golosinas y chaquetas, pelean por
enfocar, con sus cámaras digitales, esa instantánea ideal que, horas después,
lucirá orgullosa en el muro de la red social de moda. Grandes sonrisas, ojos
repletos de ilusión, caprichos todos... ¡yo, por mi bastardo, mato! ... y mi
abuelo mira a la derecha y a la izquierda, hipnotizado por el aquelarre de despropósitos
que se conjura a su alrededor...
¡Oh, qué alegría volver a ver ese brillo en sus ojos,
chicos! ¡Cuánto añoré esa...
... pero, ¿es posible? No. No puede ser. ¿Y si esa mirada no
es de felicidad? ¿Y si esa boca semiabierta no indica fascinación, sino
desconcierto? ¿Es posible que esté asustado? ¿Aterrado, él, que luchó en la guerra?
- Abuelo... -pregunto, dudando de toda la psicología que, tras
mis cinco años escasos, he podido aprender.
- Preciosa... ¿y los animales? ¿Y las fieras?
Las fieras... ¡uy, las fieras!... Aquella época ya pasó,
abuelo. Ahora los circos no pululan con animales en los vientres de sus
convoyes. Eso es cosa del pasado, abuelo. Reminiscencia de los años bárbaros,
que diría la profesora Bacterio. Los años de la guerra, cuando los hombres eran
salvajes, comían carne de cerdo y pescaban truchas en los ríos. Tiempos en los
que se estudiaban tonterías acerca de cadenas y pirámides alimentarias, existían
los mataderos y los simios, allá en su planeta, no tenían derechos ni
constituciones promulgadas por sufragio universal de todo chimpancé viviente.
El abuelo es viejo, si. Viene de otra época. Él no
comprende... no entiende... no disfruta viendo en lo que se ha convertido el
circo hoy en día. Por mucho que se frote los ojos y limpie el cristal de sus
gafas, no distingue la plasticidad de este nuevo espectáculo...ajeno a las bestias, pero plegado a los payasos aristocráticos de la clase política... con sus señorías
perfectamente engalanadas, perfumes caros, ropa interior de postín... ahí,
sobre las tres pistas del fabuloso Circo Mundial de las Cortes... conocido en
el mundo entero... lanzándose puñales, haciendo malabares con naranjas y
limones, acrobacias a lomos de Audi's blindados como los T-90 rusos... comiendo
caros manjares en escasos segundos... tiempo récord... hasta reventar...
... hasta que el público reviente, pero de risa.
El abuelo no entiende, me dirá más tarde mi padre. Es demasiado viejo para comprender el
espectáculo más grande jamás contado... imponente... fabuloso circo de payasos.
5 comentarios:
SIMPLEMENTE GENIAL Y CONMOVEDOR QUERIDO HEREP-
Sobran Más Palabras GENIO.
Un Abrazo
Un Brindis Por LA VIDA REAL Y Que La VIRTUAL Se La Meta ASMODEO Con USB A Los PAYASOS MALDITOS!
Ah
Y
¡¡RIAU RIAU!!
Desde luego al que le guste el circo que se dé un voltio por aquí y verá como hasta los enanos crecen.
Me alegra que te guste, Old, ya lo sabes... aunque sea un intento burdo de reflejar este esperpento de tiempo en el que vivimos.
Un circo de los horrores, camarada.
Un brindis por Asmodeo.
¡Riau!¡Riau!
Gracias, Mamuma.
Bienvenido a este, tu Cuartel General.
Tienes razón, Maribeluca... pero que no espere ver animales. Aquí, sólo payasos...
... y sin gracia alguna.
Un abrazo.
Publicar un comentario