Abrir los ojos... y encontrar el estudio embadurnado de luz.
Tras la larga noche, vuelve a brillar el Sol. Como ayer, como aquel día... como
siempre. A su alrededor sábanas, mantas, una bandeja con los restos de una
rápida cena, y papeles. Papeles en revistas, en libros, en viejos cuadernos
repletos de garabatos y dibujos a carbón lápiz. Cubren el sofá cama, los
estantes del escritorio, la mesa de café que decora, solitaria, la habitación
multiusos, ahora dormitorio... dentro de unos segundos comedor, cocina,
despacho y, si no fuera por un triste tabique, aseo con ducha.
Los ojos de Indalecio se acostumbran pronto al brillo
intenso del despertar. Sus pupilas, entrenadas para el caos del claroscuro
mediante litros de colirio y todo tipo de cafeína, se dilatan y se contraen al
ritmo del latir de su corazón... rápido... alimentado a base de anfetas y demás
comprimidos excitantes, pilar del caos en el que Inda, el erudito Inda, está
envuelto desde que regresó de aquella isla perdida allá en las costas
ecuatorianas.
Han pasado cinco meses. Cinco meses de estudios fervorosos,
de comprobaciones, de miedo... ¿Evolución de las especies? ¿Un lagarto con
alas? ¿Tortugas de ocho patas? ¿Evolución de las...? De repente, con un leve guiño, el terror se había apoderado de su ser. Fue poner pie en la isla y,
asombrado, escuchar la voz del gallo en las gallinas, tropezar con mantis
religiosas vestidas de blanco nupcial, focas tocando las castañuelas... El
Paraíso, la Utopía, el Nirvana soñado durante tantos años de su juventud, de un
graznido de mariposa, se venía abajo.
Había aceptado el viaje abordo del Santa
Catalina como método de entretenimiento para, una vez acabada la fase de
preparación intelectual, coger fuerzas ante lo que estaba por llegar: la acción en la rúe, a pie de barricada revolucionaria. Los
estudios en la Universidad de Políticas, los seminarios en el Ateneo, las
eternas reuniones clandestinas con los miembros del Comité... Fue, la suya, una
juventud comprometida con el tiempo que le tocó vivir, al amparo de los insólitos
cambios sociales de su época, esperanzadora en forma de nuevo resurgir del
Hombre, vencidas las imperfecciones históricas.
Inda conocía toda la obra filosófica de los ilustrados en lo
social. Alemanes, rusos, franceses, italianos... Podía recitarte a cualquiera
de ellos imitando incluso los gestos, los tics, las neuras, pero durante aquel paseo a lo largo de la isla... todo su archivo mental dio un respingo, un giro,
un mortal hacia adelante sin red. Paso a paso, Inda se adentró en la inmensidad
de la selva que se habría ante sus ojos... los de antaño, antes de que le
dolieran debido al abuso de fármacos, cuando aún eran ajenos a estos cinco meses de bondades de la
química moderna... contemplando, en silencio, aquella fauna mitológica,
extraterrestre, inhumana... "maldita de satánica", se
atrevería a decir Inda si creyera en el Diablo... No. Él es un liberado, un
ateo, un ex-politoxicómano de ese "opio del pueblo", que descubriera
aquel.
Pero cuando asistió al cortejo de aquella negra araña,
frágil bailarina en su tela de filigrana, en la que, a modo de poeta, le
recitaba suaves versos al negro macho que la observaba con sus ocho ojos...
Cuando vio aquello... Cuando giró, aterrado, la mirada y tropezó con aquella
ave de mil colores y pico de pato silvestre... Mirara donde mirara, aquel mundo
le parecía nuevo, inventado, ajeno a los voluminosos tomos que, con hambre
cainita, había devorado en las Universidades más prestigiosas del Viejo
Continente.
¿Y la igualdad de clases? ¿Y la lucha por la conquista de la
dictadura del proletariado? ¿Y la bienaventuranza de los débiles? ¿Dónde
quedaba aquello ahora, ante ese espectáculo que se presentaba frente a sus
ojos? ¿Son todos los sapos iguales? ¿Lo son los caimanes? ¿Evolución natural?
¿Tan cruel era, la Naturaleza, para con sus hijos?
Cinco meses pasó Indalecio encerrado, tras su vuelta, en el
estudio del extrarradio. Ajeno al mecer de las horas y los días. Alienado del
mundo... raro... que se había descubierto más salvaje que nunca. Pensaba.
Discurría. Mil veces rasgó sábanas y cortinas mientras se debatía en esa lucha
interna que, a modo de veneno, le había inyectado la araña en las sienes. Perdió
peso, se descuidó en el vestir, desatendió las tareas y los compromisos...
desconectó el teléfono e, incluso, olvidó abonar varias cuotas mensuales del
sindicato.
¿Evolución? ¿Adaptación? ¿Debilidad frente a fortaleza?
¿Igualdad? Pero... pero... ¡pero si ni la propia Naturaleza era justa! Bueno,
justa... Justa sí, pero a su manera... Algo totalmente ajeno a las leyes de los
hombres. Esas que promueven la igualdad, la fraternidad, la labor para con el
necesitado, el tullido, el desamparado... Las garantías, la inmensa red social que estaban
diseñando para el mundo del mañana, ¿en qué quedaba, si iba contra la propia
Naturaleza, en la que se imponía la ley de la selva, el sálvese quien pueda, la
mutación y la supervivencia biológica?
Todos aquellos planes discutidos por el Comité hasta altas
horas de la madrugada, toda aquella imagen idílica de la Nueva Sociedad
Progresista, con sus mil organismos asistenciales, sus legiones de entregados
voluntarios para con la causa... abogados, pedagogos, médicos, intelectuales,
curas, políticos, estanqueros, loteros, auxiliares de administrativo... El inmenso tinglado de derechos humanos universales e inalienables,
las Constituciones abiertas, las leyes de igualdad... la Paz entre los
hombres... el "otro Mundo es Posible"...
Cinco meses. Cientos de botellas y cigarrillos. Mil horas
muertas mirando al techo del maloliente estudio, tiritando de horror y pánico. Calor, frío, sudor, náuseas,
televisión por cable, ruido de tacones en el piso de arriba...
Cinco meses de furibundo esfuerzo mental, el de Inda, para
acabar, tras 153 días, atisbando la respuesta y la solución al entuerto que, de
no ser por su hercúleo sacrificio, podría haber dado al traste con toda la visión
del sabio alemán de la barba canosa. De un salto, Indalecio lanza a la
estratosfera de su hábitat personal los restos de la última cena, enquistados
en su camiseta imperio con forma de grandes lamparones, mientras apoya sus desnudos
pies sobre un suelo plagado de cenizas, colillas y algún que otro escupitajo accidental, ajenos al asco, henchidos de alegría, voluntariosos por alzar a
aquel tipo que allí, durante aquellos cinco meses, se había devanado la mollera
para descifrar el enigma, encontrar la "x", soliviantar la derrota.
¡El Estado! ¡Hete aquí la solución, Baldomero! Un ente...
una organización revestida con mucha fanfarria de vivos colores... con poder,
persuasión y legitimación pública que, amparándose en las leyes de los hombres,
deshaga aquellas que la Naturaleza dictó allá por el principio de los tiempos,
desterrando esa crueldad y esa Justicia extraña a la voluntad. Un Estado, sí,
que borre el gracioso cortejo de la araña, que garantice el banquete de la
mantis a cuenta del esposo bobalicón... que enmudezca el futuro canto de las
gallinas...
Un Estado que legitime nuestro Paraíso de progreso común,
igualitario... garantizando nuestra existencia...
... nuestra supervivencia...
... nuestra aportación a la evolución de la especie humana
tal y como dicta el Partido.
2 comentarios:
Buena ironía sobre los prohombres mantis mangantis de la izquierda española.
Hay que saberse adaptar a los tiempos, don Javier... pero las izquierdas, rizando el rizo (para desgracia de España), son expertos en adaptar los tiempos a sus monsergas.
Un saludo.
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