- ¡Soldados!... ¡Levantaos! ¡Alejad los fantasmas, las
sombras, las dudas! ¡Haced sonar las fanfarrias y los tambores! ¡Hacedlos
gritar fuerte, que su rugido retumbe en todas y cada una de las montañas de
nuestra Patria! ¡Corred! ¡No temáis! ¡No dudéis! ¡La Muerte, hermanos, no es el
final! ¡Es tiempo de decidir qué tipo de hombres queremos ser!
Con un sonido grave y seco, legiones de hombres valientes se
ponen en pie, en formación cerrada, agarrados sus fusiles con ímpetu... y la
explanada en la que se asienta el grueso del VIII Ejército Nacional, rompe su silencio temblorosa, quejándose por el peso de la obscena máquina de guerra que allí
descansa, nerviosa, hasta que la arenga del Comandante en Jefe pone fin a la duda, la desesperación y el miedo.
¡Sangre!, gritan los veteranos del 3er Regimiento
de Morteros, allá en el flanco derecho. ¡Sangre!, responden las unidades de
vanguardia, adiestradas en las operaciones especiales de combate cuerpo a cuerpo. ¡Sangre!, se balbucea
atrás, en la retaguardia, donde se posicionan las unidades más verdes, recién
llegadas al campo de batalla apenas 48 horas atrás, a lomos de una III Brigada
Acorazada que, mientras se dirigía a sus posiciones al sur de la línea
Alpha-Dog, había trazado un semicírculo para transportar a los últimos pelotones de
voluntarios.
Es tiempo de decidir qué tipo de hombres queremos ser,
repite el eco parido por las montañas que abrazan el valle...
... y las fotos de las prometidas se guardan en el forro
interior del casco tras un fugaz y sentido beso. Quiera Dios que no sea de
despedida, aunque la imagen de esa morena lozana, allá en la casa de la
pradera, tendiendo sábanas blancas a la brisa del viento de otoño, seguirá unos
instantes más tirando del labio superior en forma de sonrisa. Su falda, el
carmín de los labios, sus dedos largos y frágiles, de blancas manos y
contagiosa sonrisa... Gloria se detendrá mientras el viento hace chasquear las
sábanas con el sonido del látigo, perdiéndose su mirada en la profundidad del
horizonte mientras se aparta un mechón de su largo pelo del rostro, pensando en
su soldadito de plomo, aquí en su guerra... perra, la Guerra... dudando del
futuro, del pasado... incluso del presente.
De repente, varios aviones surcan los cielos luciendo el
maquillaje de una bandera igual a la que los soldados llevan cosida al hombro.
Aves de acero que, con rugido de sabana africana, anuncian tormenta de bombas y
balas de 30 milímetros antitanque. Alejad las dudas, exhortan, de nuevo,
las bromistas montañas... y la duda se aleja de la mente del soldado Adrián,
arrastrada por las turbinas de los bombarderos a reacción,
sembradores de muerte, palomas de vientres cargados... y sus ojos se
empequeñecen, deseando que el sueño de la mañana con el que azucaró el café pueda cumplirse al llegar la noche, regresado a casa sano y salvo, con el
deber para con los suyos cumplido, la cabeza alta, el pecho henchido, la
medalla al mérito sobre la repisa de la chimenea familiar, junto a la que ganó su
padre... y el padre de su padre...
Suena una corneta, pero el Sargento Magallanes olvidó qué
significado tiene el timbre del aviso. Vestido de verde, con la guerrera, el
fusil, la bayoneta calada, una 9mm que le regaló su esposa enfundada al
cinto... ha perdido toda aquella serenidad que, día tras día, pasea por el
cuartel del Regimiento de Artillería.... y no por él, ¡qué va!... Sus huevos
están ya negros gracias a cientos de situaciones parecidas que, sus largos años de
servicio, le han ido poniendo ante los ojos. Oriente, occidente, arriba,
abajo... sus pies han pateado el polvo de los cinco continentes habitados. Los
nervios, ahora, nacen de la duda acerca del valor de sus hombres y el comportamiento de
estos cuando el azul del cielo empiece a enturbiarse con humos, grises,
metralla y sangre.
No temáis, dicen los altos montes... y el Sargento, aguantando
hasta la extenuación el aire en sus pulmones, deja de temer.
Mires dónde mires, sólo atisbas a ver soldados igual que tú.
Los hay jóvenes, apenas imberbes, y hombres en edad adulta como la fruta
madura. Antes en formación, el toque de la corneta los ha puesto en movimiento.
Unos avanzan hacia los árboles, otros se atrincheran junto a las posiciones de
las piezas de campaña y, a unos trescientos metros a tu izquierda, pequeños
torbellinos de polvo y ramas indican que los rotores de los helicópteros de la
Aerotransportada se han puesto en marcha.
Los insectos de metal se elevan con un sonido semejante al
que tu corazón, acelerado, emite bajo tu pecho... pero la escena te impide
degustar su ritmo de bombeo, tener un segundo para ti... para tus pensamientos
más íntimos, esos que te hacen viajar siempre a aquella playa en la que pasaste
el mejor verano de tu corta vida, donde descubriste el amor, y el dolor de la soledad, entre
las cañas del chiringuito y las cañas de aquel barril de cerveza que tú y los
tuyos arrastrasteis durante los quince días que pasaste en el paraíso sobre la
tierra.
Y se elevan...
Y te recuerdan aquella famosa película de cuyo nombre no
quieres acordarte, por horrorosa... por triste... por lúgubre...
... hasta que los sonidos, todos, enmudecen. Los rotores de
los helicópteros con sus panzas cargadas de hormigas mimetizadas; los aviones
que, como la aguja con la que las madres remiendan los sietes en las rodillas
de los pantalones de sus hijos, rompen la invisibilidad del aire que todo lo
envuelve; el crujir de las cadenas de los tanques vadeando el pequeño
riachuelo que, ajeno al transcurrir de los siglos, muerde la tierra
circundante...
... todo resta en silencio, en una última oración interna.
La Muerte, hermanos, no es el final... escupe la cordillera rocosa justo cuando el Comandante en Jefe, mesándose su irrisoria barba,
finaliza su arenga postrera. Se ha encendido un puro habano, largo, aromático,
semejante al mayor lujo que cualquiera de aquellos soldados haya disfrutado
jamás... con todo un pecho cargado de medallas ganadas en el campo de batalla
del juego de embustes de la dialéctica política, por mayoría absoluta y abstención
de la oposición, deseosa de encontrarse en su lugar. La gorra no le encaja, el
uniforme le va pequeño, las botas le aprietan los planos pies y las gafas, de
miope empedernido, se le empañan debido al sudor frío que le ataca cuando, la
Providencia, obliga a tomar partido.
Corred, piensa el Comandante en Jefe... pero desecha
la idea, a pesar del familiar hormigueo en las piernas. Tras su cetro de mando,
legión. Legión de acorazados... legión de aviones... legión de buques, si los
precisara también, en las costas, esperando... cientos de miles esperan... legión
de infantes, legión de artilleros, legión de legiones aguardando la orden en
pie, firmes, voluntarios, hechas las paces con Dios.
Legión de valientes.
Cuando de repente, enfrente, tras la línea de un enemigo que
podría contarse con los dedos de las dos manos, un grito humano... sin eco...
repleto de burla, desprecio y humillación inmortal, exclama:
... ¡Fascista!...
... y el Comandante en Jefe, mordido por un misterioso
sentimiento que le envenena hasta el tuétano de la pelvis, tira el estandarte,
aterrado por ese fantasma que le persigue, que le encadena en lo más profundo
de la gruta que se abre en su mente... cobarde... traidora... rindiendo al VIII
Ejército sin mediar tiro alguno... sangre ninguna... nada. Sólo un tintineo,
un repicar sutil de chapas... de medallas que entrechocan las unas con las
otras mientras Mariano... nuestro Mariano... corre bajo las faldas de aquellos
que, con ojos socarrones, tan bien le quieren y engatusan, sabedores de la
fuerza y poder que les da el complejo de tamaño Comandante en Jefe
Atrás, esperando en pie, las legiones.
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En verdad os digo que sé de uno de vosotros que me
traicionará. Jesús de Nazaret.
4 comentarios:
Juajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuaaaaaa
Y
Plasplasplasplasplasplasplasplasplasplasplasplasplasplasplasplasplasplasplasplasplasplasplasplasplasplasplasplasplasplasplasplasplas.
¡Con Semejante JEFE SUPREMO Y SEMEJANTES MANDOS, NO PODÍA ESPERARSE OTRA COSA, QUERIDO HEREP!
¡Me Has ALEGRADO EL DÍA Y AÚN ESTOY RIÉNDOME Con ESE FINAL, GENIO!
Me Pregunto Si Habrá Tirado Las "MULETAS" PARA CORRER MÁS Y ALCANZAR La Suficiente DISTANCIA "DE SEGURIDAD"...
Y Me Pregunto Que Habrán Hecho Sus AGUERRIDAS Y "BIEN PAGADAS TROPAS", ANTE TAN "EJEMPLAR COMPORTAMIENTO Y VALOR FRENTE AL ENEMIGO"
Y Me Pregunto ¿Qué EStará Haciendo "EL ENEMIGO" A La Vista De Su "ÉXITO"...
Espero Que Nos Saques Pronto De Dudas MAESTRO De Los RELATOS Y La IRONÍA FINA.
Un Abrazo Y UN Brindis "POR LA VICTORIA FINAL" Y LA ESCOBA DE FUEGO
Y
¡¡RIAU RIAU!!
Me hago eco de los elogios del Maestro, un texto sorprendente con el regusto amargo del realismo... ¡enhorabuena, autor!
Un abrazo
Asun
Preguntas complicadas las que expones, Old. ¿Qué harán las tropas? ¿Qué el enemigo? ¿Hasta dónde llegará, corriendo, el Jefe Supremo?
Preguntas complicadas, sí... aunque, bien mirado, creo que todos conocemos la respuesta. Y desprende cierto tufo a decadencia.
La época de los valientes pasó a la Historia, amigo. Ahora priman más los relativismos y el "donde dije digo..."
Suerte que Asmodeo, y su escoba de fuego, no tienen complejos.
Un saludo y un brindis con buen ron añejo, que todas las penas cura. ¡Riau!¡Riau!
Gracias, Asun.
Visto el panorama, sólo nos queda el realismo.
Un abrazo, tarraconense.
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