Desde el mismo instante en el que entré en la sala, supe que se iba a quedar pequeña. Una mesa de robusto roble pulidamente embarnizada, varios cuadros colgados en las paredes, estanterías repletas con la última edición del Código Civil, una mesita baja para degustar el café tras largas horas de trabajo... y cuatro sillas. ¿Cuatro sillas? Pero, ¡dónde va con cuatro sillas! ¡Con eso no tenemos ni para empezar, hombre! ¡Sólo la familia supera ya los cuarenta!... y, aunque no vengan todos, cuatro sillas van a ser claramente insuficientes.
Dicho y hecho. Las 19:25h. Apenas faltan cinco minutos para
la hora señalada y aquí, en el despacho del muy honorable don Luigi, notario de
confianza de la familia, bien parecemos sardinas peleando a codazos por el
mejor rincón de la lata. Suerte que dejé a los críos en casa, la verdad. Berto,
mi primo hermano de sangre, sí ha traído a sus tres mocosas... y por lo que veo
desde aquí, está sudando la gota gorda. Bueno, él suda poco. Nancy, su mujer,
es la que suda y suda persiguiendo a las pequeñas, dos diablillos mellizos.
Átate ahí abajo, le dije... pero el tío no me hace ni caso.
Tres tazas... y Sofía, a la que, religiosamente, mantiene en secreto pasándole
pensión a la pilingui que la parió creyéndose que de esta guisa mi primo abandonaría a
su esposa. A pesar del timo, puede darse por satisfecha. Hay otras que, al
intentar el chantaje, fueron a parar al fondo del río.
No habían dejado de repicar las campanas de la Iglesia de
Guadalupe cuando, con un sonido tosco, se abrió la puerta del despacho para que
realizara su entrada triunfal don Luigi, precedido por su inmensa barriga,
testimonio inequívoco del buen comer del notario. Tres segundos más tarde, si
el color pimentón de la nariz no te ha resuelto el misterio, la voz
rasposa del señor te confirmará el mejor beber del
sujeto.
- Ejem, ejem... señores, señoras... Se me hace difícil tener
que trataros con tanta majestuosidad dada la confianza que tenemo....
- ¡Háblanos de tú, Luigi! ¡No te hagas ahora el estirado,
puto borracho!
Ese es Antonello, mi hermano mayor. Ahora que ha muerto mi
padre, él asciende a "padrino". El jefe, vamos. Quien corta el
bacalao, pero sin mancharse las manos. Siempre despuntó entre nosotros cinco:
el mayor, el más fuerte, licenciado en las mejores universidades del planeta,
con contactos entre los parlamentarios y los jueces del distrito... Una copia
compulsada de mi padre, aunque si los comparas el uno y el otro, no se parecen
físicamente en nada. Papá era bajito, delgado, poca cosa, mientras que Antonello...
Antonello siempre fue Antonello... guapo, triunfador, con una labia exquisita
que le proporciona todo aquello que desea entre los hombres y las
mujeres... Nunca me planteé cuántos hijos debe tener desparramados por ahí,
pero si un sujeto como Berto no puede contarlos con los dedos de las manos...
- ... Está bien, está bien... Me dejaré de formalismos y
demás gilipolleces. Estamos aquí para leer el testamento de Don Vittorio...
Dios lo tenga en su gloria... quien recientemente nos ha dejado para reunirse
con los ángeles y los arcángeles allá en la campiña verde que...
- ¡Abuelo, coño! ¡Déjese de tanta poesía chorra y vaya al grano!
Todos sabíamos cómo era papá: un auténtico cabrón redomado capaz de vender a
una hija para poderse merendar a la familia rival. Míreme. Yo soy el ejemplo:
obligada a casarme con el heredero de los Franetti, no bien había tirado el
ramillete al aire en beneficio de mis damas de honor que ya estaba todo el suelo de mármol
del Hotel Majestic regado con la sangre de la que, durante... ¿dos horas?...
había sido mi nueva familia.
Presentada queda Veronica, hermana mía, y su historia es cierta. Papá
la casó con la familia que controlaba el negocio en la ribera sur del río, montó
una enorme boda de negocios y, mientras el champán les bajaba a los Franetti por el gaznate, los acribilló a todos a tiros.
Así era Don Vittorio. Te miraba a los ojos, le mirabas a los
ojos... sonreía... y, ¡zas!... estabas criando malvas. La vida, para él, importaba menos
que nada. De niño, en alguna de las pocas ocasiones en las que me subió a su
regazo, me dijo una frase que se grabaría a fuego en mi cerebro:
La vida, Fabio, es una burla. Una burla cruel.
- Veamos. No quiero entreteneros, así que aquí está el
testamento del joputa de Don Vittorio....
- ¡Eh, viejo, no se pase o verá qué bonito es el piso que le
alquilo en el fondo del río!
- Perdón, perdón, Carlo... Yo no...
- Es broma, viejo... Y el pequeño despacho estalla en una
carcajada general mientras los niños juegan con las figuritas que descansan en
las estanterías, las doñas se enzarzan en discusiones de la prensa rosa y los
hombres de la familia, coordinados, se encienden largos puros habanos, prestos
a escuchar la sentencia... el reparto del legado... la última voluntad del rey
del hampa bonaerense...
Yo, el más joven de todos y, por lo tanto, el menos
consumido por las drogas, el alcohol y las parrilladas de carne fresca que
sirven en los puticlubs que controla la familia, me adelanto a coger la carta
firmada por mi padre, testimonio de sus deseos póstumos. Carraspeo, doy una
fuerte calada al puro, vuelvo a carraspear y, mirando si mi hermano me da la
aprobación o no, empiezo a leer.
Queridos hijos, hijas, nueras, nietos y demás hienas que aguardáis
la carroña,
Don Vittorio se fue para no volver. ¡Menos mal!, pues el
amargo olor a podrido estaba empezando a hacerme olvidar aquello que fui... y
empezaba a gustarme esto que soy, lo que somos, parásitos en este ancho mundo.
No me hago ilusiones. No debo andar equivocado al pensar que ahora mismo,
mientras los gusanos degustan lo poco saludable que queda de mi armazón, muchos
son quienes se alegran y brindan. Vosotros los primeros, no bajéis la vista,
ratas. Ahora ya podréis meterle mano a la hacienda y gastaros el fruto del
sudor de mi frente engalanando a vuestras esposas como quien adorna un árbol
de Navidad... bonito, brillante, musical... pero apartado en un rincón de la
casa... que no se vea mucho.
¡Vaya panda...!
Pero no penséis que me marcharé sin daros una última patada
en el trasero, no. Voy a haceros partícipes de una revelación. Un secreto. Un
pasado del que nunca os hablé a ninguno... porque yo, antes, de joven, no era
así. No vestía el negro, no me acompañaba una Parabellum, no me pasaban la
cartilla todos los chorizos de la ciudad... Ni fumaba, siendo joven, todo lo
contrario... Nunca os hablé del abuelo y la abuela, pero ellos, de haberos
conocido hoy, se habrían colgado del pino del patio trasero. De haberme
conocido a mi, se habrían acuchillado hasta desangrarse. Suerte tuvieron de
morir siendo yo un niño de apenas cinco años. Humildes, trabajaban haciendo pan
en una aldea cercana a Rosario, donde vivíamos sin pena ni gloria... pero con
dignidad, como solía decir el viejo. No... Ese no era mi padre. No le llego ni a la altura
de los zapatos.
Me avergüenzo tan sólo de nombrarme hijo suyo.
Matrimonio religioso, al fenecer fui enviado al orfanato de
la parroquia, donde me crié, estudiando la palabra de Dios y la obra de la Ciencia
hasta los veinte años, no más. A pesar de haber decidido encaminar mi vida
hacia la labor religiosa, una tarde, tras convencerme un compañero de estudios
para que nos acercáramos al centro de la ciudad a degustar la primera y última
hembra de nuestras vidas, todo cambió dando un giro copernicano...
... porque allí, ante nuestros ojos, ataviado con sus botas
de cuero negro, sus pantalones pitillo negros, su chupa de cuero negra
tachonada con cientos de hebillas y chapas punkarras y del Ché, gafas negras a pesar de
ser de noche, gorrito de lana con las siglas "NYPD" y pitillo de liar
soldado al labio inferior, encontramos al Santo Padre de Roma... que por la
puerta asoma... cacheando a la parroquia.
Tú entras. Tú, no. Con zapatillas ni pensarlo. ¿Carnet?
¿Dieciocho? Mmmm... sí, a ver, a ver... ¡Gírate! Sí. Puede que sí que los
tengas...
Pedro y yo nos miramos, dimos media vuelta y salimos a la
carrera. Pedro tomó la dirección del seminario, presa del pánico, pero yo... Yo no. Yo, abiertos los ojos al misterio de la vida, agarré la
carretera del burdel, de los fardos porteados por las playas durante la madrugada, del mulo que transporta
cinco kilos en el estómago o la puta que necesita un chute para olvidar un cliente que la abofeteó...
porque si el mismísimo Papa trabaja en una discoteca chuleando a la peña, ¿qué puta
mierda de invento es ese que me querían meter en la mollera aquellos soseras de
la parroquia? ¿Qué Bien y qué Mal me predicará un segurata que posturea
chocolate en los baños de la Disco Estudio2000? ¿Haríais caso vosotros de la
palabra de Santi, el heroinómano que trafica en el callejón del matadero? No,
¿verdad? ¿Creeríais a un fumeta que os hablara del viaje astro-sideral de la
pasada madrugada? ¿A un portero que, sobándoos una teta, os predicara la
resurrección de los muertos y la vida eterna? ¿No morir jamás? ¿El perdón de
los pecados? ¿El Cielo y el Infierno?
Pues eso.
Ahí quedó mi vida de antes... aunque jamás he podido olvidarla.
Era un sueño. Un ilusión de un "más allá" lejano, pero
cierto... donde estarían mis padres amasando pan, sin accidentes de coche ni llamadas
a altas horas de la madrugada. Un espejismo roto por un hombre real, de carne y
hueso, mirando culos en la entrada de una discoteca de barriada. Allí quedó,
si... y vino esta vorágine de fama, dinero, poder que ahora os queréis repartir
como buitres ante hígado de reo encadenado. ¡Qué os aproveche, bastardos!
Yo me quedo con los gusanos...
... que son más agradecidos.
4 comentarios:
Eres un maestro en el relato corto. Es una gozada leerte estos cuentos semi-realistas.
Felicitaciones, Don Herep.
JUAJUAJUAJUAJUAJUAJUAJUAJUAJUAJUAJUAJUAJUAJUAJUAJUAJUAJUAJUAJUAJUAJUAJUAJUAJUAJUAJUAJUAJUAJUAJUAJUAJUAJUAJUAJUAJUAJUAJUAJUA
y
PLASPLASPLASPLASPLASPLASPLASPLASPLASPLASPLASPLASPLAS
Querido HEREP, Me Has Hecho REIR DE VERAS, Sólo Imaginándome La Escena De LECTURA Del TESTAMENTO DEL CAPO...
y Todo Lo Que seguía, Tampoco Tiene Desperdicio-
Un Abrazo GENIO.
Un Brindis Por La DIVINA VENGANZA-
Y
¡¡RIAU RIAU!!
Me alegra que disfrutara de la revelación, don Javier... pero tenga cuidado en no caer cerca de la familia.
Un saludo. Feliz fin de semana.
Si yo hubiese estado en aquella habitación y no me hubiese enterado del asunto por boca de otros, estoy seguro de que también me habría reído a carcajadas, querido Old.
Un abrazo y un brindis por la "vendetta" de Asmodeo.
¡Riau!¡Riau!
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