Yo tenía un sueño de España… pero ese sueño murió hace tiempo. El que me acunará esta noche, será mejor. Mi guía en los Años Oscuros. Y vivirá por siempre jamás. Ej12Ms

3 mar 2013

Servicio de limpieza


La calle estaba desierta a la hora de la sobremesa. No soplaba el viento, el Sol parecía haberse tomado un ratejo de descanso, el sonido, ausente.

Las vallas anunciando la llegada del escuadrón secreto habían hecho bien su trabajo. Apostadas desde hacía unos días, anunciaban que hoy, viernes, la calle tenía que estar libre de coches y motocicletas, so pena de servicio de grúa y multón municipal. No sé cómo irá el tema en sus poblaciones, pero aquí, la broma, sale por un ojo de la cara. 250€, mínimo. Como de la Peste Negra, todos huyeron ante el anuncio del bando. Los comercios, los portales de los edificios comunitarios, las escuelas y los ambulatorios… todo… todo estaba cerrado a cal y canto, aguardando tras las cortinas, víctimas del morbo del que quiere ver sin ver.

A la hora señalada más veinticinco minutos… puntualidad hispana… apareció al fondo, tras la línea del horizonte dibujada por una calzada llena de agujeros en el pavimento, el primer furgón de un blanco impoluto. Las sirenas, encendidas, emitían destellos. Las bocinas, escandalosas durante la madrugada, permanecían mudas, inquietas. Nada más lejos de su intención el alertar a la población, la cual debía quedar al margen de la operación quirúrgica, entretenida en sus quehaceres diarios de reposo, café con pastas y ración en cápsulas de telebasura y cotillón.

Tras el primer furgón, otro. Luego otro… y otro… y otro… hasta alcanzar la nada despreciable suma de quince  vehículos. 85.000 toneladas en total, ahora vacías sus cajas, pero luego, tras el trabajo, rebosantes, rozando el peso máximo autorizado sobre una interminable hilera de ruedas de caucho negro. De sus bocas, intercalándose con las densas bocanadas de humo negro, surgían fuertes ronquidos de motor a máximo rendimiento.

Rooommmm… Rooommm…

… y la calle temblaba. Vibraban los adoquines, los cristales de las ventanas, las hojas caducas de los árboles de la avenida. Los corazones de aquellos que, resguardados tras la cortina observaban el espectáculo, también retumbaban tras la caja del tórax en una marcha digna de cualquier ofensiva militar en el frente, a paso ligero, bombeando sangre a unas extremidades en tensión, prestas a deslizarse bajo la mesa… bajo el marco de la puerta… cuando arreciase el terremoto provocado por los tropecientos caballos a vapor que, en estampida, se aproximaban por la desierta rúe.

Hace años, cuando Julián el panadero inauguró su establecimiento en el bajo del edificio contiguo, aquella calle había sido la envidia del callejero de la Villa. La envidia de todas las calles del país… del continente… del Universo conocido y por conocer. En aquellos tiempos los árboles crecían con brillantes flores perennes, todo atiborrado de lindos ruiseñores que cantaban las alabanzas de esos desconocidos que, paso a paso, vivían sus vidas mientras cruzaban de una acera a la otra, comprando el pan nuestro de cada día, bebiendo la fresca agua que brotaba de los manantiales virginales que se agolpaban ante los parquímetros. Todo era piar y piar una melódica tonada gratuita digna de las engalanadas calles del navideño tiempo. No habían malas palabras, no sonaban los cláxones de los trolebuses, la gente no se lanzaba males de ojo al saltarse el semáforo en rojo… las limusinas, pintadas por artistas parisinos, eran de cientos de colores, cuales lienzos impresionistas… las mujeres, flamencas, derretían el hielo con una simple mirada…

Ah… tiempos…

El bueno de Julián desapareció una tarde de Abril. La panadería se esfumó, llevándose tras de sí el dulce aroma del pan recién hecho, la tarta de manzana recién horneada, el calor del cortado a media tarde… En su lugar quedó un vacío local en el que de una marquesina descolorida colgaban dos letras y un acento, sin luz, sin brillo… como una caverna prehistórica siempre presta a tragarse todo brillo cual agujero negro espacial.

Las fábulas de los niños dejaron de estar protagonizadas por casas encantadas para hablar de aquel abandono… aquella ruina… aquel roto que resaltaba más aún la presencia de la alambrada.

Brooommm.

El estruendo de los motores rompe la pausa en el tiempo provocada por los pensamientos y el recuerdo. Los frenos chirrían y la comitiva, fúnebre, se detiene ante el número 1 de la avenida. La Casa del Pueblo. La sede de la soberanía municipal. El palacete donde se cuecen todos los asuntos que embargan la vida cotidiana de los contribuyentes, donde siempre brilla la luz del Sol… sea natural o artificial… señalando, inequívocamente, el infinito trabajo de los servidores públicos, siempre entregados en cuerpo y alma a  tales labores desinteresadas.

A través de las cortinas, los escasos valientes que osan espiar los acontecimientos, observan cómo una legión de soldados vestidos de verde esperanza, con gorra a juego y mascarilla de gas de esas simples que se venden en cualquier droguería… de papel… En fila de a uno, van entrando en el palacete de la Villa, algunos armados con escobas, fregonas, un mocho con alargadera… pero la mayoría lo hace con las manos vacías, entremezclados con los otros en un intento inútil por despistar a una parroquia que no existe.

Al poco en la avenida tan sólo quedan los rugidos de los vehículos, las leves cortinas de humo expedidas por motores al ralentí y un puñado de conductores que, reunidos en corrillo, saborean cigarros de liar mientras conversan sobre los avatares del clásico de ayer tarde. Se intuyen risas a través de los visillos, pero el sonido de las palabras queda lejos, ininteligible para los que, dentro de sus casas, asisten al espectáculo.

A la misma velocidad que despacha la información el telediario… antes de las noticias que aluden al ganador del semanal concurso de tortilla de patatas… la brigada de limpieza empieza a abandonar el edificio. Trabajo cumplido. Salen los mismos mochos, las mismas escobas, idénticas fregonas… sin rastro de suciedad, limpias y relucientes como pacían horas antes, en las estanterías del supermercado donde el comando aprovisionó sus existencias. Los botes de líquidos, precintados. Las bayetas, en sus fundas de plástico.

Pero entre ellos, aquellos que antes entraron con las manos vacías, salen ahora portando enormes sacas negras repletas de documentos, de dineros, de ordenadores. A saber. Los espectadores de incógnito se agolpan contra sus ventanas, intentando averiguar qué se esconde dentro de esas rígidas bolsas de basura, todas ellas acumuladas en las cajas de los vehículos, una tras otra… un soldado tras otro… Toneladas de informes y demás material de desecho se extraen del palacete, a escondidas del ojo público, el cual sería incapaz de comprender estos entresijos de la cosa pública… de todos…

… Cosa Nostra.

En apenas diez minutos, la hilera de orugas de acero abandonará la avenida principal de la Villa, volviéndose esta a llenar de los mismos vehículos de siempre, las mismas disputas vecinales de cada día y las mismas hojas caducas, caídas, amontonándose en las esquinas y las aceras… ante la atenta mirada de esos locales que, como la panadería de Julián, se han tornado hoy sufridos protagonistas de los cuentos de terror de los infantes.

En apenas diez minutos, la basura… la escoria resultante del proceso administrativo… corroída de corrupción, de tráfico de influencias, de chantajes y extorsiones… todos los detritos del Poder… toda la bazofia de los poderosos… todo quedó limpio, impoluto, reluciente…


… todo escondido, otra vez, bajo las alfombras.


4 comentarios:

Unknown dijo...

No es bueno remover según que cosas... Nos pueden deparar desastrosas sorpresas que a posteriori no sólo nos quitarán el sueño sino que, además, nos harán partícipes de su existencia...

Un saludazo.

Doramas dijo...

Pues ahora con la guerra interna del psoe, empezaremos a ver la realidad escondida bajo las alfombras, aunque no creo que nos sorprendan mucho, a la vista de la realidad actual, pero ya veremos.

Herep dijo...

Demasiado acostumbrados estamos ya a esas desastrosas sorpresas, CS. Hoy, en España, todo nos parece inverosimil y digno de cualquier obra de Valle-Inclán... pero no debemos caer en la desidia ni la apatía.
Eso es lo que quiere la #Casta... que el sopor y la resignación campen a sus anchas por el país.
La información es depresiva en la mayoría de los casos, pero sin una buena limpieza en seco poco podremos esperar.
Si vale la pena esperar algo.

Un abrazo, campeón.

Herep dijo...

Yo no estoy muy convencido de ello, Doramas. Más bien creo que tanto los unos como los otros, enfangados hasta el cuello como están, se guardarán mucho de desempolvar sus vergüenzas, no sea que mañana, cuando "salga yo para ponerte tú", la venganza no sea terrible.

Partitocracia española en estado puro.

Un saludo, canario.