La calle estaba desierta a la hora de la sobremesa. No
soplaba el viento, el Sol parecía haberse tomado un ratejo de descanso, el
sonido, ausente.
Las vallas anunciando la llegada del escuadrón secreto
habían hecho bien su trabajo. Apostadas desde hacía unos días, anunciaban que
hoy, viernes, la calle tenía que estar libre de coches y motocicletas, so pena
de servicio de grúa y multón municipal. No sé cómo irá el tema en sus
poblaciones, pero aquí, la broma, sale por un ojo de la cara. 250€, mínimo. Como
de la Peste Negra, todos huyeron ante el anuncio del bando. Los comercios, los
portales de los edificios comunitarios, las escuelas y los ambulatorios… todo…
todo estaba cerrado a cal y canto, aguardando tras las cortinas, víctimas del
morbo del que quiere ver sin ver.
A la hora señalada más veinticinco minutos… puntualidad
hispana… apareció al fondo, tras la línea del horizonte dibujada por una
calzada llena de agujeros en el pavimento, el primer furgón de un blanco
impoluto. Las sirenas, encendidas, emitían destellos. Las bocinas, escandalosas
durante la madrugada, permanecían mudas, inquietas. Nada más lejos de su
intención el alertar a la población, la cual debía quedar al margen de la
operación quirúrgica, entretenida en sus quehaceres diarios de reposo, café con
pastas y ración en cápsulas de telebasura y cotillón.
Tras el primer furgón, otro. Luego otro… y otro… y otro…
hasta alcanzar la nada despreciable suma de quince vehículos. 85.000 toneladas en total, ahora
vacías sus cajas, pero luego, tras el trabajo, rebosantes, rozando el peso
máximo autorizado sobre una interminable hilera de ruedas de caucho negro. De
sus bocas, intercalándose con las densas bocanadas de humo negro, surgían
fuertes ronquidos de motor a máximo rendimiento.
Rooommmm… Rooommm…
… y la calle temblaba. Vibraban los adoquines, los cristales
de las ventanas, las hojas caducas de los árboles de la avenida. Los corazones
de aquellos que, resguardados tras la cortina observaban el espectáculo,
también retumbaban tras la caja del tórax en una marcha digna de cualquier
ofensiva militar en el frente, a paso ligero, bombeando sangre a unas
extremidades en tensión, prestas a deslizarse bajo la mesa… bajo el marco de la
puerta… cuando arreciase el terremoto provocado por los tropecientos caballos a
vapor que, en estampida, se aproximaban por la desierta rúe.
Hace años, cuando Julián el panadero inauguró su
establecimiento en el bajo del edificio contiguo, aquella calle había sido la
envidia del callejero de la Villa. La envidia de todas las calles del país… del
continente… del Universo conocido y por conocer. En aquellos tiempos los
árboles crecían con brillantes flores perennes, todo atiborrado de lindos
ruiseñores que cantaban las alabanzas de esos desconocidos que, paso a paso,
vivían sus vidas mientras cruzaban de una acera a la otra, comprando el pan
nuestro de cada día, bebiendo la fresca agua que brotaba de los manantiales
virginales que se agolpaban ante los parquímetros. Todo era piar y piar una
melódica tonada gratuita digna de las engalanadas calles del navideño tiempo.
No habían malas palabras, no sonaban los cláxones de los trolebuses, la gente
no se lanzaba males de ojo al saltarse el semáforo en rojo… las limusinas,
pintadas por artistas parisinos, eran de cientos de colores, cuales lienzos
impresionistas… las mujeres, flamencas, derretían el hielo con una simple
mirada…
Ah… tiempos…
El bueno de Julián desapareció una tarde de Abril. La
panadería se esfumó, llevándose tras de sí el dulce aroma del pan recién hecho,
la tarta de manzana recién horneada, el calor del cortado a media tarde… En su
lugar quedó un vacío local en el que de una marquesina descolorida colgaban dos
letras y un acento, sin luz, sin brillo… como una caverna prehistórica siempre
presta a tragarse todo brillo cual agujero negro espacial.
Las fábulas de los niños dejaron de estar protagonizadas por
casas encantadas para hablar de aquel abandono… aquella ruina… aquel roto que
resaltaba más aún la presencia de la alambrada.
Brooommm.
El estruendo de los motores rompe la pausa en el tiempo
provocada por los pensamientos y el recuerdo. Los frenos chirrían y la
comitiva, fúnebre, se detiene ante el número 1 de la avenida. La Casa del
Pueblo. La sede de la soberanía municipal. El palacete donde se cuecen todos
los asuntos que embargan la vida cotidiana de los contribuyentes, donde siempre
brilla la luz del Sol… sea natural o artificial… señalando, inequívocamente, el
infinito trabajo de los servidores públicos, siempre entregados en cuerpo y
alma a tales labores desinteresadas.
A través de las cortinas, los escasos valientes que osan
espiar los acontecimientos, observan cómo una legión de soldados vestidos de
verde esperanza, con gorra a juego y mascarilla de gas de esas simples que se
venden en cualquier droguería… de papel… En fila de a uno, van entrando en el
palacete de la Villa, algunos armados con escobas, fregonas, un mocho con
alargadera… pero la mayoría lo hace con las manos vacías, entremezclados con
los otros en un intento inútil por despistar a una parroquia que no existe.
Al poco en la avenida tan sólo quedan los rugidos de los
vehículos, las leves cortinas de humo expedidas por motores al ralentí y un
puñado de conductores que, reunidos en corrillo, saborean cigarros de liar
mientras conversan sobre los avatares del clásico de ayer tarde. Se intuyen
risas a través de los visillos, pero el sonido de las palabras queda lejos,
ininteligible para los que, dentro de sus casas, asisten al espectáculo.
A la misma velocidad que despacha la información el telediario… antes de las noticias que aluden al ganador del semanal
concurso de tortilla de patatas… la brigada de limpieza empieza a abandonar el
edificio. Trabajo cumplido. Salen los mismos mochos, las mismas escobas, idénticas fregonas… sin
rastro de suciedad, limpias y relucientes como pacían horas antes, en las
estanterías del supermercado donde el comando aprovisionó sus existencias. Los
botes de líquidos, precintados. Las bayetas, en sus fundas de plástico.
Pero entre ellos, aquellos que antes entraron con las manos
vacías, salen ahora portando enormes sacas negras repletas de documentos, de
dineros, de ordenadores. A saber. Los espectadores de incógnito se agolpan
contra sus ventanas, intentando averiguar qué se esconde dentro de esas rígidas
bolsas de basura, todas ellas acumuladas en las cajas de los vehículos, una
tras otra… un soldado tras otro… Toneladas de informes y demás material de
desecho se extraen del palacete, a escondidas del ojo público, el cual sería
incapaz de comprender estos entresijos de la cosa pública… de todos…
… Cosa Nostra.
En apenas diez minutos, la hilera de orugas de acero
abandonará la avenida principal de la Villa, volviéndose esta a llenar de los
mismos vehículos de siempre, las mismas disputas vecinales de cada día y las
mismas hojas caducas, caídas, amontonándose en las esquinas y las aceras… ante
la atenta mirada de esos locales que, como la panadería de Julián, se han
tornado hoy sufridos protagonistas de los cuentos de terror de los infantes.
En apenas diez minutos, la basura… la escoria resultante del
proceso administrativo… corroída de corrupción, de tráfico de influencias, de
chantajes y extorsiones… todos los detritos del Poder… toda la bazofia de los
poderosos… todo quedó limpio, impoluto, reluciente…
… todo escondido, otra vez, bajo las alfombras.
4 comentarios:
No es bueno remover según que cosas... Nos pueden deparar desastrosas sorpresas que a posteriori no sólo nos quitarán el sueño sino que, además, nos harán partícipes de su existencia...
Un saludazo.
Pues ahora con la guerra interna del psoe, empezaremos a ver la realidad escondida bajo las alfombras, aunque no creo que nos sorprendan mucho, a la vista de la realidad actual, pero ya veremos.
Demasiado acostumbrados estamos ya a esas desastrosas sorpresas, CS. Hoy, en España, todo nos parece inverosimil y digno de cualquier obra de Valle-Inclán... pero no debemos caer en la desidia ni la apatía.
Eso es lo que quiere la #Casta... que el sopor y la resignación campen a sus anchas por el país.
La información es depresiva en la mayoría de los casos, pero sin una buena limpieza en seco poco podremos esperar.
Si vale la pena esperar algo.
Un abrazo, campeón.
Yo no estoy muy convencido de ello, Doramas. Más bien creo que tanto los unos como los otros, enfangados hasta el cuello como están, se guardarán mucho de desempolvar sus vergüenzas, no sea que mañana, cuando "salga yo para ponerte tú", la venganza no sea terrible.
Partitocracia española en estado puro.
Un saludo, canario.
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