Voy
tarde… ¡maldito refriado!... pero quería traer a reflexión el tema…
Hace
unos años, en plena vorágine esquizofrénica por el cine manga japonés, quien
esto escribe, devoraba día y noche todo tipo de películas y series de animación
provenientes del país asiático. Cómicas, terroríficas, ciencia-ficción…
apocalípticas en grado sumo… donde se mostraba una sociedad deshumanizada,
cibernética, abducida por el código binario y la piel de sílice, donde los cyborg campan a sus anchas y en las
esquinas, las lumis, guardan tesoros de frío metal entre las piernas. Replicantes de dibujos animados, en una
palabra… aunque no todas eran así, ni mucho menos. Abundaban las románticas y
melodramáticas donde, como en las siamesas de carne y hueso, se alaban los
sentimientos, el amor y la lágrima fácil con moraleja reflexiva.
Hace
unos días vino a mi mente una de esas películas… triste… realista… obra de
arte.
La tumba de las luciérnagas, de Isao Takahata. No diré cuál es el argumento de la cinta, pero sí puedo
desvelaros, sin que me tildéis de aguafiestas, que versa sobre el tema de esta
entrada. Porque, recordando, recordando, caí en la cuenta que, hace unos días…
el pasado 9 de Marzo… se cumplieron 68 años del bombardeo de Tokio.
El
bueno… el salvaje… el Infierno sobre la Tierra… una burla del destino, de rojo
amanecer, sobre el país del Sol Naciente.
Por
aquellas fechas, Monos, la II Guerra Mundial, en su escenario del Pacífico,
estaba más que finiquitada. Mucho antes, tras la Batalla de Midway, la suerte
de Japón quedó vista para sentencia. El poderío de los USA, con sus millones de
brazos dedicados por completo, en fábricas abiertas las 24 horas al día, a la
causa de la victoria, no dejaba lugar a dudas. Tras Pearl Harbor, los yanquis
se pusieron manos a la obra y, en el momento álgido de la campaña naval,
alrededor de 100 portaaviones decorados con la bandera de las barras y las
estrellas… amén de cruceros, destructores, acorazados y demás buques de escolta
de la Flota, o Flotas… surcaban los anchos mares del Globo.
La
Marina Imperial, tras batallas como la del Mar del Coral o el “Shogo” del Golfo de Leyte, quedó
reducida a la más burda de las nadas.
En
1944, con la joya del Emperador Hirohito descansando en el fondo del océano,
Japón asimiló que la lucha estaba perdida. Un mal cálculo de las opciones
bélicas, y un peor análisis de las técnicas y tácticas navales, abocó al país
de los ojos rasgados a su cruel destino, amparado éste por el código del bushido, por el cual el samurái jamás
puede rendirse o capitular, so pena de perder lo más sagrado: el honor.
Prepotentes,
racistas hasta la médula, salvajes y carniceros hasta un punto que dejaría asombrado
al mismísimo Dr. Mengele, los japos basaron todo su poderío naval en
gigantescos acorazados como el Yamamoto
o el Mushashi… cuando la guerra
moderna había saltado ya al escalón de los portaaviones, amén de olvidar, en su
esquizofrénica pasión por los elementos de superficie, el arma submarina. Los
useños, sabedores de los envites de la Batalla del Atlántico, sembraron las
aguas asiáticas con cientos de esos zorros escurridizos.
¿El
resultado? Para finales de 1944 los japos habían perdido más de seiscientas
naves, unas 2,7 millones de toneladas, reduciéndose sus importaciones por
encima de un 40%. Japón, sin apenas flota mercante, estaba aislado, exhausto,
sin capacidad para alimentar el músculo de la industria armamentística. Las
fábricas, paradas la mayor parte del tiempo.
Las
Marianas, Midway, Peleliu, Guadalcanal, Iwo Jima, Luzón… escenarios famosos en
los que se libró la gran batalla del Pacífico. Aunque, si uno escarba un poco
dejando supurar la propaganda y la publicidad hollywoodiense, se dará cuenta
que, en la mayoría de los casos, fueron batallas enormemente sangrientas que
bien podrían haberse evitado.
Pero
Monos, el cine vende mucho… y los héroes, en estos tiempos nuestros, tienen
mucho de actores de celuloide.
Cuando
desvestimos la estatuilla del Oscar a la Mejor Película, nos queda que la II
Guerra Mundial, en el teatro del Pacífico, tuvo mucho de lucha de intereses
entre los tres brazos del Ejército de los Estados Unidos. La Navy, con su Nimitz deseoso por codearse
con los buques de superficie de la Armada Imperial, al tiempo que se enfrascaba
en sangrientos desembarcos anfibios en busca de bases aéreas perdidas en
remotas islas; la Army, con su MacArthur
egocéntrico y empeñado en la reconquista de unas Filipinas perdidas
vergonzantemente unos años antes, y cuya recuperación poco tenía de estratégico
y mucho de personal… la Air Force,
con su LeMay dispuesto a mostrar al mundo, y al Alto Mando Estadounidense, la
capacidad y necesidad de una fuerza aérea estratégica ajena a la Armada…
… y
asistiremos y comprenderemos, bajo esta concepción de la guerra, a las
sangrientas batallas de Peleliu o Iwo Jima, donde una muchedumbre de marines
dejaron la vida por conquistar una serie de islitas perdidas a lo largo y ancho
del Pacífico, sin mayor interés que el de hacerse con unos aeródromos apenas
usados posteriormente… o la mencionada batalla por las Filipinas, donde se erigía
un MacArthur encumbrado por la idealizada visión de los mass media useños, para los que el general, con su pipa de madera a
lo Popeye, representaba lo más sagrado de la fuerza y obstinación
norteamericana.
O
LeMay… el incendiario LeMay, el general de división que, al mando del XXI
Comando de Bombardeo, prendió, como hoy recordamos, fuego a Tokio y a todas las
demás ciudades japonesas. Ambicioso, unos años antes había demostrado su
pericia en Europa, dirigiendo la 8ª Fuerza Aérea con inusitado éxito. Ahora, al
mando de la nueva flota de bombarderos estratégicos, los B-29 Superfortress, LeMay vio el arma
definitiva no sólo para dar el golpe de gracia a una guerra que agonizaba, sino
para dar un puñetazo en la mesa del Estado Mayor de los Estados Unidos,
demostrando el poderío de la US Air Force.
Para
ello, la noche del 9 al 10 de Marzo de 1945, el general envió a la capital
nipona alrededor de 330 aparatos, cargados con unos 5.000 kilos de bombas
incendiarias. El plan era sencillo… aproximarse a baja altura, soltar la carga
y salir por patas. Las bombas, compuestas por napalm de combustión lenta,
explosionarían antes de llegar al suelo, vaciando su mortal carga en extensas y
aceitosas cortinas de fuego.
Aquella
noche, en Tokio, murieron alrededor de 100.000 personas. Alrededor de 1.000.000
de tokiotas se quedaron sin sus rudimentarias casas, construidas de madera y
papel, pasto fácil para las llamas. 4.000 hectáreas de edificios quedaron
asoladas. 40 kilómetros cuadrados de una ciudad de 160. Desaparecieron casi la
mitad de los parques de bomberos e instalaciones médicas. Los civiles, al
amanecer, parecían ascuas de cualquier fuego de invierno.
La
tierra del Sol Naciente vio como la noche se rompía bajo el amanecer del
napalm.
La
Guerra, Monos, es muy perra.
Demasiado.
¿Era
necesario el bombardeo de Tokio? ¿Respondía al análisis estratégico de la
contienda? ¿Podía Japón, cuyas fuentes de suministro estaban agotadas y
destruidas desde hacía un año largo, seguir con la contienda? ¿Respondía la
acción, y las acciones posteriores, a una muestra del poderío useño?
Cierto
es que Japón, una vez asimilado el predecible resultado de la contienda, ordenó
a sus soldados, desde el mismo año 1944, “aguantar
hasta la muerte”, tal y como refleja la filosofía del bushido. Así se hizo en la pedregosa Iwo Jima, causando bajas
preocupantes a las fuerzas aliadas… o en las Filipinas… o en Mandalay… o en
Okinawa… y, posiblemente, así habría sucedido tras asaltarse, vía anfibia, las
islas principales del archipiélago nipón.
Hasta
la fecha, los USA habían pontificado en contra del bombardeo de posiciones
civiles. Contrarios al bombardeo de zona, ya en Europa, abrazados al mando de
la RAF, participaron en acciones de este tipo, como la masacre de Dresde, siempre
con la boca pequeña… pero en Japón, aunque de cara a la galería mantuvieron una
oposición cerrada a este uso de la guerra, sucumbieron a la devastación y la
destrucción del que suelta las bombas y gira la vista a otro lado.
Unos meses
más tarde, en Nagasaki e Hiroshima, se repetiría la misma historia.
Japón,
derrotado desde hacía meses, sino años, padeció la ira de los norteamericanos.
Los bombardeos, inútiles a la hora de acabar con unas infraestructuras que
habían desaparecido con anterioridad… inútiles a la hora de eliminar unas vías
de suministro que estaban cerradas de antemano mediante el bloqueo naval,
submarino y toneladas y toneladas de minas sembradas en el Mar de Japón…
inútiles a la hora de olvidar las salvajadas con las que los soldados del
imperio de Hirohito sembraron toda la tierra que ocuparon.
Tan
sólo sirvieron para que la población, aterrada, acabara por derrumbar la moral
del bushido… del samurái… de la bandera del Sol Naciente.
No
pretendo condenar a unos o a otros. Sólo recordar eso… la efeméride… el
bombardeo de Tokio y lo que esto supuso, o no, para la historia de la II Guerra
Mundial.
Pero…
indirectamente, me gustaría que la duda, el escalofrío… la reflexión… germinara
en vosotros ante aquello que los soldados, los ejércitos, deben o no deben
hacer en caso de una guerra… una gran guerra… una Guerra de Supervivencia.
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El estado natural del hombre no es la paz, sino la guerra. Immanuel Kant, filósofo alemán (1724-1804)
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Datos extraídos de Némesis, de Max Hastings.
6 comentarios:
Muchas de las acciones emprendidas por los Estados Unidos, en las que deberíamos incluir las Bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, no son más que elementos propagandísticos encaminados a avisar a terceros de las consecuencias de enfrentarlos en campo abierto. No obstante, los Estados Unidos son un enorme elefante artillado que se mueve mal en terrenos cerrados o resbaladizos, cómo quedó claro en Vietnam o Afganistán. Sin desmerece que son la garantía de que Occidente siga siendo lo que es, su momento algido ya pasó y, en los años venideros, veremos unos Estados Unidos no tan hegemónicos y una Europa decadente que, siguiéndoles el paso caerá en desgracia a su misma velocidad.
Un saludazo.
Cico Herep...¡eres la Wikipedia pero en lenguaje literario! Gracias por ilustrarme.
Un beso admirativo
Asun
Cico Herep...¡eres la Wikipedia pero en lenguaje literario! Gracias por ilustrarme.
Un beso admirativo
Asun
¡Piropos por duplicado, no sé qué he hecho, lo siento!
A
Comparto tus palabras sobre la "propaganda" velada que supuso el final de la II Guerra Mundial, sobretodo en el escenario del Pacífico. La alianza con la URSS hacía aguas por todos lados, y los americanos quisieron mostrar sus cartas ante los años que se avecinaban.
En cambio no tengo tan claro que los USA pierdan su hegemonía durante los próximos años. Es cierto que Vietnam fue un resbalón en la "immaculada" hoja de servicios yanki, pero tengo la impresión que los errores fueron más bien internos (presión pacifista interior) que no externos.
No se puede ganar una guerra cuando parte del pueblo no está por la labor.
De todas maneras, veremos qué nos depara el futuro... a no mucho tardar, eso sí.
Un abrazo, campeón.
No creas, Asun.
Las pocas nociones que tengo se las debo a los libros, nada más.
Me sacas de ellso y soy un cero a la izquierda.
Un abrazo.
(Por duplicado)
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