Escopeta nacional

El frío arrecia en Madrid mientras Andrés se frota las manos con violencia. Unos días atrás empezaron a descender las temperaturas en la Villa, acompañadas por el suave viento de la Sierra, helado y afilado como un puñal. El invierno llegaba al fin tras el remolón otoño de este dos mil trece... año X+Y de la Era del Calentamiento Global Antropomórfico.

Pero el frío no aqueja las manos de Andrés. Él no tiene frío ninguno.

Acaba de salir del concesionario oficial de Ferrari… y por su mente sólo circulan imágenes de serpenteantes carreteras en las costas griegas cruzadas a lomos de su caballo rampante, capota abierta, pelo al viento… gafas, sol, olor a sal marina… todo acompañado por ese vino fino en el puerto deportivo, el palco vip en la discoteca del chico aquel que tanto acostumbra a salir en la TV, los sábados por la noche…

¡Qué cambio va a experimentar tu vida, Andrés! ¡Frota, frota, cabrón! ¡Empieza la buena vida!... y con esfuerzo, nada que ver con esos saqueadores que aguardan en las esquinas o en los edificios de postín, con sus buenas maneras, sus lindas palabras… sus negocios, sus inversiones, sus proyectos… Todo miseria. Todo en este país es miserable miseria… Solidaridad, dicen los ladrones…

Sabe bien de qué está hablando. A pesar de su juventud el próximo será el tercer negocio en el que vuelque todo su empeño y patrimonio. Los anteriores fueron un fiasco rotundo. Buenas ideas… pero poco acorde con los tiempos que estaba viviendo el país. Adentrarse en la ciénaga albergando buenas intenciones es un suicidio, y así resultó ser cuando, inocente, Andrés se dejó embaucar por las redes de una burocracia que ahogó su voluntad en lo más profundo de la fosa de las Marianas.

Créditos, intereses, tasas municipales, sociedades, valor añadido, Seguridad Social… más tasas… más inspecciones… más, más, más… Una piedra al cuello y al agua.

A pesar de ello… la ruina, la quiebra, la ruptura familiar, la soledad primera… Andrés no se dejó arrastrar al pozo de la depresión. Pronto, en apenas unos días, se recuperaba tras dos o tres botellas de tequila y, haciendo caso omiso a las miradas burlonas de los vecinos, se lanzaba a la calle en busca de ese yate amarrado en el muelle del chalet… esas piernas interminables… ese sol visto a través del negro de las RayBan…

Perdedor, me llaman, piensa mientras las manos le arden por la fricción, ¡me río yo de los perdedores!

Llevaba tiempo dándole vueltas a la cabeza tras mucho leer e informarse sobre el tema. ¿Qué se llevaría en un futuro próximo? ¿Qué era tendencia? Veamos… observemos… y así pasó días enteros analizando los telediarios, las opiniones de los columnistas en la prensa escrita o digital, las tertulias radiofónicas, las televisadas, las de la cafetería… incluso cambió de peluquero para asistir a otro tipo de tertulias, más socarronas y picantes… hasta que dio con la clave, el mínimo común múltiplo, el trébol de cuatro hojas…

Las armas.

Sí, señor. Las armas, literales o figuradas. Montaría una armería donde vendería escopetas, pistolas, fusiles semiautomáticos, de repetición, con balas de fogueo, de puro plomo, todos los calibres permitidos… pesos, materiales, colores, formas… Cualquier tipo de arma que pudiera ser disparada hasta por la más artrítica de las viejas del asilo. Armas vacunadas contra el Parkinson, podría poner en la marquesina… no, no, mejor y“tiros para todos”, “el tiro seguro”… “Tiro fijo”… así, en grande, con letras brillantes que se enciendan y se apaguen…

Porque, ¿qué mejor negocio que este, ahora que todos los españoles se han puesto a pegar “tiros”? ¿Hoy, cuando todos buscan en el fondo de los armarios empotrados el viejo revolver del abuelo, la zeta que se llevó de la Policía Militar, cuando despreciaba esa “mili” en el cuartel de las Baleares… esa sucia y polvorienta escopeta, escopeta nacional?

Andrés lo piensa. Aleja la imagen de la suite de lujo del más caro hotel de Las Vegas en el que piensa pasar un mes entero. Aparta las bellas caras de las putas para sustituirlas por los rostros de esos españolazos que ahora, desde hace apenas unos minutos, han aparcado su mísera desidia para, asqueados, salir a la calle a la caza del ladrón, pajarraco que les ha robado el futuro… Ese futuro soñado entre fritos y cerveza a lo largo del sofá del salón... mientras se ríen de la vida gracias a unos buenos guionistas cachondos.

Esos querrán armas con las que tirotear al chorizo, piensa Andrés. Pasivos asistieron al saqueo de sus carteras esperando que el telón del “otro Mundo es Posible” acabara de caer, mostrándoles el Paraíso en la Tierra. Lo único que cayó fue la cúpula de Barceló, pero eso…  no, eso no toca… aunque, ¡ojito esta tarde! ¡Cuidado, atención!... El faisán dejó de volar y eso que viaja suspendido en el cielo… eso… ¡es una gaviota!

Tiro. Caza al pichón… que no es de los nuestros.

Plomo en el desayuno, mojando magdalenas mientras periodistas que habían estado abducidos hasta la fecha mutan a useños gargantas profundas, inquisidores en sus preguntas, especuladores, inventores de teorías… recordando hipótesis, olvidando supuestos… en primera línea del frente informativo interesado, de parte, a sueldo. Más plomo a mediodía, en las tertulias del bar, degustando el carajillo del menú diario a 5 euros, café incluido… disparando a quemarropa el currante despechado, el jefe defraudador, el camarero noctámbulo, con un único objetivo... "el enemigo"... anunciado a todas horas por los perros guardianes del régimen vía rayos catódicos. Y plomo por la noche, en casa, con la parienta y los niños en edad de merecer, dando rienda suelta a los odios y las frustraciones de esta perra vida que os ha tocado vivir, tan llena de injustas derrotas incomprensibles… a vosotros, con lo que sois vosotros, hijos míos… mis tesoros, ¡que nada les falte!... y sobrados van de idiocia en esta nueva era…

… Era del Calentamiento Global Antropomórfico.

¡Qué mejor negocio que la venta de armas, físicas o abstractas, en estos tiempos en los que todos sacamos el cazador que llevábamos dentro!, se dijo Andrés. Se frota las manos mientras echa a andar avenida abajo fijándose en el rostro de quienes se cruzan con él. Mira esos ojos sedientos de sangre enemiga… ¡perros corruptos!... que, hasta hace unas fechas, habían pacido bajo la alfalfa de la TV, y lo ve claro. Ve el negocio. Las masas arremolinándose ansiosas ante la posibilidad de participar en la caza interesada, dispuestos a empeñar un riñón en la compra de ese fusil con el que, siempre sacrificada en la defensa de la Utopía, vuelva a dejarse el pellejo en la infinita partida de los dioses.

¡Qué pastón, Andrés, qué pastón!… y Andrés, con facilidad, desecha esos pensamientos volviéndose a centrar en las imponentes divas del Black Jack de Nevada.