Al fin, después de doscientos quilómetros, trece paradas
para hacer pi-pi, dos riñones menos tras empeñarlos para poder repostar en las
gasolineras que indica el GPS, cientos de canciones, lloros, preguntas banales
de la abuela enferma de Alzheimer y un número incontable de reproches de la
señora… que si te has equivocado de carretera, que si el aire acondicionado no
funciona, que si ya te dije yo que teníamos que haber avisado a Paquita…
después de este calvario, este suplicio anual de mes de Agosto… después de
todo, llegamos al camping.
Mi sitio de recreo… el reposo del guerrero… mi lugar de
descanso...
Todos los años, tras los once meses de rigor al pie del
cañón regentando la vieja carnicería familiar, mi mujer y yo agarramos a la
prole, recogemos a la suegra del geriátrico, cargamos la caravana hasta los
topes y emprendemos el mismo camino rumbo a la costa, a ver la mar… vieja amiga
de la infancia que, debido a las vicisitudes de la vida, tuve que despedir para
aventurarme en la Meseta, tierra adentro, donde el recuerdo del aroma a sal es más
mortífero que su ausencia.
Tras el apoteósico descubrimiento de las puertas del
camping, con unos zagales afónicos de tanto gritar y con la nuca encendida de
golpes, collejas y tirones de pelo, consigo aparcar la caravana en el espacio
reservado para la familia… el de todos los años… nuestra “segunda residencia” a
pie de playa. ¡Quién dijo que la carnicería no nos daría para un pisito en la
costa!, me digo irónicamente para mis adentros. Míralo ahí, con sus malas hierbas,
sus cuatro chopos a modo de paredes maestras invisibles, su aire acondicionado,
su toma de corriente… ¡Qué nivel, Maribel!
Una furtiva mirada me sirve para darme cuenta que los
vecinos de la urbanización campestre no han llegado todavía. Es extraño. A la
derecha, a la izquierda, enfrente, atrás… no sé… no ha llegado nadie, y me
preocupa. Ellos pasan aquí todo el verano, no sólo un mes como nosotros… pero…
Los Durán trabajan en la Administración, sin problemas en lo referente a las
vacaciones, vamos… y los Feliu, si no me falla la memoria, son propietarios de
toda una industria téxtil, bien grande y poderosa, más o menos como la caravana que se
gastan, siempre a la última y con todos los extras posibles. Al principio de
conocerlos me preguntaba por qué unos señoritos como ellos veraneaban en un
camping, pero tras ver el interior de la caravana toda duda quedó difuminada.
Ni la suite del Palace, oye.
Gerard, el dueño del camping, levanta la vista de los
papeles en cuanto me ve entrar en la oficina.
Acompañado de Pedro, el peque
pegajoso como un chicle, vengo a arreglar los papeles. Unas firmas, la paga y
señal, comentar la jugada con el dueño por si hay alguna nueva norma… y a la
piscina a toda prisa, que aprieta el calor y me gustaría charlar un rato con
Josep, el del bar, periquito como yo.
- Paco, hombre… ¿cómo va todo?
- Bien, Gerard. Deseando que la familia se instale y se
pierda por ahí. Escucha, ¿cómo es que todavía no han llegado los de la capital?
¿Se han buscado otro camping los señoritos de Pedralbes? ¿Uno con jacuzzi?
- Pues… verás, Paco… de eso mismo quería hablarte…
Y me habla, ¡vaya si me habla! Me cuenta historieta extraña,
un relato para no dormir, una fábula de ciencia ficción en la que nosotros, los
que acudimos prestos, como cada año, a la llamada de las vacaciones campestres,
no tenemos lugar. Entre balbuceos y miradas esquivas me explica que los
señoritos, los adinerados de caravana bien, no quieren que esté a su lado…
bueno, mejor, no quieren que esté en ningún lado… ya que les molesto a la
vista.
Desnortado e insensible a los tirones del pantalón que me da
el mocoso, no acabo de comprender qué sucede, por qué hoy, este verano, molesto a los que hasta ayer fueron mis
vecinos de veraneo. ¿Malos olores? ¿Ruidos por las noches? ¿Algún altercado que
me hubiese pasado inadvertido? Contraataco con una batería de preguntas que
Gerard, experimentado embaucador, esquiva con arte y salero. No… no… es que…
dicen que si tú vienes ellos se darán definitivamente de baja… convencerán a
otros… no… yo, entiéndeme…el negocio, los clientes, la mayoría silenciosa...
Según entiendo de sus palabras y sus silencios, los vecinos
le dijeron que debía denegárseme el acceso porque la bandera que ondea sobre mi
caravana les molesta. La bandera española no es bien recibida aquí, me vino a
decir con vagas palabras, cosa que me extrañó en demasía porque,
reconozcámoslo, en un camping lo más normal es encontrar todo tipo de banderas
y demás parafernalia. Portuguesas, italianas, francesas, canadienses, alguna de
la antigua URSS… catalanas, por supuesto, con y sin estrella… pero la española,
la rojigualda, no… esa no, que molesta a los sufridos veraneantes.
- Además, Paco, recuerda que tenemos reservado el derecho de
admisión. Podemos echarte cuando queramos. Esto es nuestro patio de recreo y,
si no te amoldas a nuestras exigencias,
ahí tienes la carretera. No serías el primero. ¿Recuerdas a Josep? Pues también, carretera y manta.
Esto que os narro ha sucedido hace un par de horas. Con un “Vete
a la mierda” y un “No vas a oler ni un euro de mi pasta, perro”, abandonamos la
oficina del camping. Discusión, enfado y éxodo bajo la inmisericorde compañía
del llanto histriónico de mi zagal, que no entendía qué sucedía y por qué no íbamos
a darnos ese chapuzón a la playa tal y como le había prometido.
Los fascistas esos nos han largado y ahora, en un nuevo
amanecer, debemos buscar otro lugar en el que nos sea permitida la estancia. A nosotros,
a nuestra caravana y a la bandera que la corona, testigo fiel de nuestra
procedencia, nuestra cultura y nuestro orgullo.
Seguimos la carretera de la costa. Según el mapa los
campings florecen por doquier… a patadas… más limpios y mejor equipados que el
antiguo… con vecinos menos totalitarios y encargados que, al despedirse, no me
vengan con ese rollo de “la pela es la pela”.
Porque campistas, no os engañéis, aquí lo que manda es eso… “la
pela”.
6 comentarios:
Muy bien llevada la narración, amigo Herep, de unos hechos que, por desgracia, y para vergüenza nuestra, se dan hoy en España. ¡Somos únicos! Unos españoles que se sienten ofendidos por la bandera española...
Un cordial abrazo.
¿Cuantos cambiaron y cambiarán de camping por ese "pequeño y feo detalle? En Vascongadas fueron unos 200.000, en Cataluña, a punta de marginación pueden alcanzar la misma cifra.
De lo que no se dan cuenta es que, dentro de poco, en los campings onderá, tan campante, la media luna.
Y esa media luna tal vez los prohiba, pues con tanta caravana y tienda no tendrán espacio para poner el culo en pompa.
Curioso, sacar a la abuela del geriátrico para llevarla de vacances. Espero que no sea por el riñón que cuesta la gasolina.
Saludos
La Democracia, Tío Chinto, debe ser defendida... y aquí, en este país, parece que nos hemos olvidado de ello.
En nombre de la gran puta se puede hacer y decir cualquier cosa.. porque sino, ya sabes, te tildan de "fascista" y "antidemócrata".
Un saludo.
A muchos ya les estaría bien, Candela, mientras fuera una media luna sobre campo cuatribarrado.
Te diré, eso sí, que la cifra de 200.000, en caso de que se diera la circunstancia terrible, se quedaría muuuuy corta.
Un abrazo.
Jajaja... el riñon para la gasolina es una buena idea, aunque yo pensaba más en, a las primeras de cambio, dejarla olvidada en cualquier semáforo. :P
Un saludo, Xad Mar.
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