Los ojos de Laura, de un profundo azul cristalino,
contradicen sobremanera lo oscura y tétrica que ha sido su vida. Siendo una
niña que apenas levantaba cinco palmos del suelo, un rojo teléfono le anunció,
vía canguro, la muerte de sus padres en un accidente de tráfico. De aquellos
años… de la infancia… Laura no recuerda nada. Cuando voltea la vista atrás,
todo gira como un torbellino… las caricias, los primeros pasos,
… las caras… los
buenos momentos…
Todo se difumina entre nieblas y sombras.
Sola, aunque anclada a una figura minúscula y enfermiza,
mentalmente inestable y que respondía al nombre de “abuela”, Laura fue
abriéndose paso a través de la jungla de asfalto a golpe de machete, marca
Voluntad y Sacrificio.
Pero la adolescencia… los años de instituto y bachillerato…
también los primeros universitarios… no se despojaron de las tinieblas del
amanecer diario, filtrado a través de ventanas de extrarradio. Volvieron a
ella, si alguna vez habían abandonado su compañía.
Laura no conoció la magia. Jamás conoció fuegos
artificiales.
Como una flor, una mañana su cuerpo se abrió en mil colores.
La Naturaleza, savia y justa, la obsequió con un Don… un gran Don… dos grandes
Dones…
Y aquello que debería haber devuelto la sonrisa a la
muchacha se convirtió en una gran roca anudada al cuello. Pesado lastre que,
irremediablemente, redecoró el gris con una capa de negro. El Presente pasó a ser igualmente doloroso… y
sus ojos, esos ojos azules, fueron tornándose grises… negros… blancos… neutros.
Como sucediera siendo una mocosa, las gentes la señalaban
por la calle. Antes, fruto de la crueldad de los niños. Ahora, víctima de la
envidia y la maldad de los adultos. Los dedos, acusadores, apuntaban
directamente a Laura, cociendo a fuego lento esa anomalía… ese desprecio…
… ese complejo.
Las ropas anchas y oscuras tomaron protagonismo dentro de su
fondo de armario. Los tacones fueron amputados sin piedad y las piernas… sus
antaño largas piernas… pasaron a convertirse en dos ilusiones a intuir bajo
vaqueros siempre desteñidos. La piel, descuidada, se tornó alérgica al
maquillaje y en el pelo, algunas primaveras, bien podría haberse hospedado alguna
familia de cigüeñas.
Una tarde de Julio, Laura contempló cómo su agria compañera,
tras romper su rutinario silencio para proferir un quejido horrendo, calló para
siempre. La tristeza, la soledad, la pena… nada. Como la risa a los payasos, el
dolor se había convertido en un compañero fiel y sus punzadas, crueles para
todos, eran meras espinillas en su alma.
Así fue como Laura, una noche estrellada que clamaba a los
sueños imposibles de las mentes humanas, firmó un contrato de trabajo en los
muelles de un puerto cualquiera. De noche, escondida entre las sombras,
descargaba fardos venidos de todos los rincones del mundo… rincones que nunca
visitaría, ni a fuerza de imaginación… hasta la llegada de las primeras luces
del alba, cuando cambiaba los viejos guantes de cuero por otros más finos, de
plástico, con los que pasaba cinco horas limpiando pescado en la lonja de los
rudos pescadores.
Un borracho saltándose un stop… unos mocosos burlándose de
su postiza madre octogenaria… unos bachilleres tirándole papeles en clase de
Educación para la Ciudadanía… y unos pescadores de tez arrugada cortejándola con palabras soeces mientras limpiaba atunes y emperadores.
Las caras, todas, seguían girando, atrapadas en el
torbellino.
Un soplo misteriosamente fresco de viento del Este, una
tarde apurando una colilla mojada, acercó a Laura un panfleto en el que se
anunciaba una salida… una puerta por la que escapar… una lejana luz en un mar
de tinieblas. Un concurso, y un premio. Una victoria segura, y un descanso.
Una Esperanza…
Ante ella, la oportunidad de dejar atrás su nada infinita. Ante
ella, la posibilidad de conocer el tacto de la seda, la palangana de agua
fresca que espera al despertar de un largo y profundo sueño… el Sol dorando su
piel mientras contempla un infinito al alcance de la mano… un nuevo inicio tras
una fina banda cruzando su torso.
Un premio indiscutible, pues Laura tiene un Don… un gran Don…
dos grandes Dones…
Laura se conoce ganadora. Algo, muy en su interior, clama
por una oportunidad… una ocasión para mostrarse al Mundo… a la muchedumbre… Ella
es un Ser con un enorme regalo, digno de ser contemplado, alabado y agasajado. Un
premio… ridículo en sí, pero suyo desde el inicio del desfile. Diez puntos en
las tablillas de los jueces, y cientos de aplausos y vítores desde la grada,
paridos por rostros boquiabiertos ante la culminación de la Belleza… divina…
digna de las lágrimas de los fieles.
Laura lo sabe.
Pero, de pronto, la luz se apaga, engullida por las
tinieblas tal y como los peces grandes engullen, sin masticar, a los chicos. A
fuerza de limpiar vísceras, Laura también aprendió esa Ley de los hombres. Y
los fardos de los barcos vienen cargados de los mismos miedos de siempre… y su
oscura noche plagada de peligros parece menos fría imaginando qué puede
acarrearle una nueva pincelada de negro.
Su Don… su salida… es también su condena. Los hombres, sean
pescadores, universitarios o jueces de primera fila, nada quieren saber de él.
Para ellos es un fracaso… una aberración… un obstáculo en su trayecto hacia la
Utopía de sábanas blancas y fresco pescado servido en plato grande.
La envidia… el egoísmo… la crueldad… la prepotencia,
manipulación, escarnio… No. Su Don no es de este mundo. No es nada con lo que
ellos quieran desayunarse por las mañanas, releyendo la sección de Sociedad de
cualquier diario de papel.
Su miedo… el miedo de quienes mueven los hilos… no es más
que la luz que la Providencia dio a los Privilegiados. Su Nada… su Descreación…
libra una eterna lucha con el Libre Albedrío de aquellos a los que llaman
siervos. Y esa lucha deben seguir ganándola. Los gigantes no soportan ni el más
leve tembleque en las piernas. Su vida de luces lujosas depende de lo creíbles
que sean sus salmos televisados… sus eslóganes en página impar… sus concursos
de jueces corrompidos.
Para ello, con finas artes y bonitas palabras, modificarán
las bases del certamen igual que tejen las mentes de sus ovejas. Lo bello, tras
varias puntadas, se convertirá en horroroso… lo Bueno, pasará a entenderse como
Malo… la Esclavitud, al final del ovillo, será la más bella mantilla de
Libertad… y las masas, cobardes, cambiarán las palmas por tomates, insultos y
miradas de amargado pescador.
Su Realidad no sirve en este Mundo raro… confuso… repleto de
elegidos que limpian pescado desde primera hora de la mañana o sufren, vacíos
de lágrimas, contemplando cómo el cartero les entrega las bofetadas que le
envía la vida… agazapados… escondidos… enterrando muy adentro aquello que abre
todas las puertas.
Su Gracia no está bien vista en estos barrios. El Sacrificio
y la Voluntad se consumieron como las blancas velas que alumbraban el velatorio
con el que se inició su calvario. La Salvación, desnuda, se pudre bajo las
gruesas ropas negras que la impiden respirar.
Ropajes en forma de complejo. Complejos en forma de derrota.
Derrota que es Nada.
Laura lo sabe.
Y vestida de negro, todos los amaneceres, pasea por los
tenebrosos muelles buscando algún pescador que no le haga ascos a sus duras
manos curtidas a base de escamas... deambulando… encorvada…
… ocultando su Don… su Gran Don… sus dos grandes Dones.
8 comentarios:
Hay cientos, miles, millones de Lauras -hombres y mujeres- por todo el mundo. ¿Quién no se ha sentido Laura, alguna vez?
Todo un acierto, amigo Herep.
Un cordial abrazo.
Hermoso relato, el mundo esta lleno de Laura, con toda la crudeza que usted lo cuenta...saludos..
Un relato bonito, pero triste. Se deja entrever un algo de predestinación, pero el destino no existe, solo la lucha.
Y hay que elegir...
Siempre me encanta tus realistas y humanos relatos,Este de Laura es melancolico pero me gusta,un saludo mi amigo,
Laura tiene un complejo inducido por una sociedad egoísta y viciada.
Como bien dices, hay muchas Lauras... y casi todas prefieren seguir caminando encorvadas.
Otro abrazo para vos, Tío Chinto.
Gracias, Clave.
La crudeza a la que se refiere no es más que un sinónimo de la realidad.
Un saludo.
¿No existe el Destino, Candela?
Esa podría ser la pregunta del millón.
Reflexionaré cuál es la mejor manera de explicar mi visión sobre la misma.
Un abrazo.
Me alegro mucho, Agustín.
Como le decía a Clave, la realidad es la que es, por mucho que la intenten disfrazar con bonitos ropajes.
Un abrazo allende los mares, neozelandés.
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