Yo tenía un sueño de España… pero ese sueño murió hace tiempo. El que me acunará esta noche, será mejor. Mi guía en los Años Oscuros. Y vivirá por siempre jamás. Ej12Ms

31 ago 2011

Fiesta Nacional


Las cinco de la tarde. Tarde abrasadora bajo un mediterráneo Sol de Agosto. Las gradas de rugoso hormigón, llenas. La imagen, magnífica. Los espectadores, todo hombres, expectantes… inquietos… esperan ver arte en grado sumo. A lo lejos se escuchan jilgueros cantando, interrumpidos, cada cierto tiempo, por canticos lejanos.

Por los pasillos que separan las graderías, subiendo y bajando por empinados escalones, hombres con túnicas grises ofrecen, sin gritar, botellas de agua fresca, cigarrillos de liar o tabaco picado, amén de pipas y otros frutos secos. Son los únicos que no miran al tendido… y los únicos que no visten de escrupuloso blanco.

Pasados varios segundos, todo el público presente levanta las posaderas y dirige su mirada al palco, al tiempo que todo el recinto enmudece. Acaba de entrar el Presidente. Con su séquito formado por hermanos, hijos y demás familia, toma asiento y, alzando la mano, saluda a sus allí presentes que, enloquecidos, irrumpen en aplausos y vítores.

La fiesta puede empezar.

Y hoy… esta tarde de sofocante calor… el espectáculo va a ser inolvidable. En la plaza van a lidiarse 6 toros… ¡seis!... de la inmortal ganadería rifeña… criada en los abundantes pastos de la cuenca del Éufrates… traídos expresamente para la ocasión. Pues ésta lo merece. Pura sangre seleccionada y protegida durante siglos… descendientes de aquellas bestias de las que ya hablaban los griegos en sus tragedias.

De repente, por los altavoces de la plaza, resuena un cántico triste… como un lamento… y, abriéndose el portón, aparecen, en paseíllo, los guerreros de la tarde. Todos visten el tradicional traje de sombras aunque los de esta tarde, debido a la importancia del evento y de los protagonistas, han sido confeccionados por los mejores sastres de Persia: una túnica negra de fina seda, un turbante igualmente negro en la cabeza y un cordón dorado en la cintura a modo de cinturón. Este cinturón, junto a las sandalias también doradas, son las dos únicas motas de color que rompen la negrura del traje tradicional para estos festejos.

El primero de ellos, Alí, el Niño de la Madraza… genio y figura de la lidia… que recibe multitud de aplausos al aparecer cual héroe victorioso en cien batallas. Hombre de excelente planta y mentón cuadrado, pasea por el tendido, levanta su mano derecha en saludo a la plaza, agarra su turbante con la mano alzada y, arrancándoselo de la cabeza, lo lanza al graderío en señal de ofrenda.

Tras el rugido entusiasta del público, el Presidente susurra unas palabras al secretario que se encuentra a sus espaldas… y empieza la fiesta.

Se abre la puerta de toriles. Silencio.

Aparece el primero de los morlacos… perlino, delgado… desarrapado… con forma tal que recuerda la figura de un ladrón común… despistado… asustado… alzando el rostro al tendido, impresionado por la situación… desconcertado ante los millares de ojos que le observan desde las gradas, sobreexcitados.

El maestro de ceremonias saca de debajo de la negra túnica un pañuelo rojo con el que intenta golpear al toro bravo… como si espantara las moscas que revolotean por su huesudo rabo.

Pero el toro ha salido débil… con suaves embestidas intenta defender su inocencia ante el delito… y al poco, derrotado, se derrumba sobre sus cuartos traseros. No será este primero el hacedor de tu tarde de gloria, Alí… se dice nuestro as mentalmente y, agarrando la cimitarra que le presta su mozo de cuadrilla desde el callejón, se acerca al animal y, de certera cuchillada, le corta una de las manos.

¡Bien! ¡Torero! ¡Torero!

Las gradas explotan en alegría y gozo mientras los subalternos de la plaza entran a toda velocidad a retirar al toro herido.

El presidente agarra un racimo de uvas, levanta otra vez su brazo y el silencio sobrevuela de nuevo la plaza. Es la señal. Abdul, el Yemení, salta el burladero y posa sus pies sobre la arena. Es su momento.

Se abre de nuevo la puerta de toriles.

El segundo de los toros es un bello ejemplar bronceado, de cuernos equilibrados y movimientos ágiles y graciosos… diríase de él que es una mujer orgullosa de su feminidad. Danza entre los abucheos del público sin percatarse del lazo que Abdul ha sacado de la túnica y que agita, con técnica aprendida del lejano Oeste, sobre su cabeza, esperando el momento adecuado.

Un segundo en el que el toro se detuvo para sentir la caricia del viento en su pelo fue más que suficiente para el maestro. Lanzó la cuerda y ésta se enredó en el fino cuello del animal, quedando atrapado… desvalido… triste. Mala bestia comparable a una mujer impura, pervertida, se dijo Abdul… no hallaré la gloria con tu deshonra. Y, girándose, dejó atrás el tendido… sin castigar al toro… sin brindarlo a la muchedumbre. Y ésta, conocedora de las tradiciones, tomó buena nota. Al instante, de todas las manos habidas en la plaza, brotaron cientos de piedras dirigidas hacia la aterrorizada bestia, que permanecía inmóvil en el centro del ruedo, sin opción a la defensa… hasta que la sangre producida por las heridas acabó con su vida.

Entre risas, el Presidente de la cosa dio indicaciones para que se diera entrada al nuevo coloso… pero la risa iba a durar poco pues, el tercero de la tarde, de coloso tenía más bien poco. Un animal gris, cenizo… como pocos ven los ojos de los aficionados… Un animal diferente… un cuerpo de toro sin alma de toro… ¡Una equivocación de Alá!, susurraban muchos en la grada… ¡Una vaca encerrada en un cuerpo de toro!

Al instante, Hasan… Hassanete… supo qué iba a suceder. Su primer toro estaba sentenciado.

El Presidente, al ver los saltitos con los que se desplazaba el animal y su falta de bravura, conocedor de la maldición religiosa que acompaña a tal criatura, encolerizado, ordenó a la guardia prender al animal… ¡Agarren esa aberración y cuélguenla de una soga en la primera grúa que se halle en los alrededores!

Calmados ya los ánimos, se abre por cuarta vez la puerta de toriles y aparece, negro, un toro playero… de enorme cornamenta… pero manso como un cristiano. Es el segundo del Niño de la Madraza… y es éste o nada. El maestro agarra el látigo que le acerca el mozo de su cuadrilla y empieza a flagelar al animal. Éste permanece quieto… sin moverse ni oponer resistencia alguna… pero eso no parece importar al Niño de la Madraza… ni al público, que se desgañita en insultos y maldiciones. ¡Infiel! ¡Infiel!

Al poco, cuando el maestro es presa del resuello y el agotamiento, marcado el lomo del infeliz animal, se acerca al burladero, saca el mandoble de filo reluciente… y degolla a la bestia que permanece arrodillada en el centro del tendido.

Los vítores vuelven a ser aterradores y la expresión del Presidente, de nuevo, vuelve a mostrar felicidad y satisfacción. Simétrica expresión encontramos en la cara de Alí, el Niño de la Madraza, conocedor del mérito y el honor que ha alcanzado con su obra.

Quinto toro de la tarde. Un ejemplar precioso, negro azabache, de cornamenta bien armada y fuertes cuartos traseros. ¡Éste sí! ¡Con éste me gano el harén!, susurra, sin querer, Abdul, el Yemení, ante la mirada asombrada de su mozo… ¡Este es un toro de raza española!

Y lo es. Un toro bravo que corre como el viento alrededor del tendido, embistiendo como si pretendiera dar muerte a fantasmas de aire… de mirada feroz y fuerte resoplido. Al instante, fija los ojos en el traje oscuro que porta Abdul y embiste con rabia inusitada. El maestro, veloz, esquiva las primeras acometidas con movimientos bruscos de cadera… que pronto se hacen insuficientes… y Abdul, ante las exclamaciones del graderío, saca de su túnica un pañuelo blanco… una señal de paz y de perdón… y el toro español lo cree… se ve pastando en la deesa del maestro de lidias… y se relaja. En centésimas de segundo, Abdul ha lanzado el pañuelo a los pies del morlaco y, despistado el animal, le ha hundido en su lomo un estoque de nombre Alianza.

Los presentes en la plaza nunca podrían haber imaginado ver una cosa como la que sucedió al caer derrotado, entre sangre y saliva, tan bravo animal: el Presidente, loco de alegría, está subido a la baranda del palco, agarrado a una columna, agitando en una de sus manos el turbante que antes resguardaba su cabeza, al tiempo que sus familiares riegan con té espumoso a toda persona que esté a menos de diez metros del palco presidencial. Té, monedas, uvas, gafas de Sol… todo cae desde el palco a una masa que se ha contagiado de tal euforia.

Pero la puerta de toriles vuelve a abrirse… para el sexto de la tarde… el último toro… al que pocos prestan ya atención.

Pero sale… poco a poco… de la oscuridad… Y es un toro feo, insulso… miedoso. Ni el mayor de los expertos podría definir su color ni su hechura… así es este toro. Pero su cobardía es apreciada por todos. Es el toro que se cree bravo, pero al que le tiemblan las piernas tan sólo oler la muerte. Es el morlaco que cree ser único… mejor que los demás… diferente… de una raza aparte… traidor… a la vez que creador de una nueva e imaginaria estirpe y deseoso de una dehesa propia… su Dehesa. Un toro nacionalista.

Y Hassanete, el maestro al que le tocó en suertes lidiarlo, no está demasiado por la labor. Emocionado y con lágrimas en los ojos ante la faena de su antecesor, en un arranque de profesionalidad, se acerca al toro sabedor de su victoria… pues esta le será regalada, ofrecida en bandeja de plata. Así es esta última pieza que, ante el primero de los pasos del matador, echa a correr con todas sus fuerzas… intentando entrar en el burladero… esperando que vuelva a abrirse la puerta por la que entró… intentando escapar a su suerte. Asqueado ante la imagen de esa vil criatura, Hassanete, que no quiere retardar la fiesta grande que se huele en el ambiente, se quita el turbante y lo lanza en dirección al Presidente.

Mensaje recibido. ¡Que entre el maestro descabellador! ¡Denle el mortal golpe de gracia! ¡Descuartizadlo en el matadero de la plaza y sirva, como alimento, su carne a las ratas! ¡No quiero gloria para él en esta tarde de honor! ¡Sea borrado su recuerdo! *


Mientras el animal ve acercarse al verdugo, creyendo una falsa esperanza, todos los asistentes a la corrida se abalanzan hacia la arena, saltando cualquier barrera o muro. Arden en deseos de tocar a sus héroes… alzarlos a los tres… sentarlos sobre sus hombros y salir, de la Monumental, por la puerta grande. La Puerta del Este. La que mira a la Meca.



* Roma no paga a traidores.

14 comentarios:

Unknown dijo...

Amén Herep, amén. Que cerca que estamos del desastre y que inconscientes somos que no lo preveemos ni lo evitamos.

Jesús dijo...

Hola Herep, ya se puede votar los relatos del concurso de verano. Hay que hacerlo en la pestaña que pone "votos concurso verano"

Herep dijo...

CS,

El otro día murió Heribert Barrera... un dirigente de ERC que fue presidente del Parlamento catalán justo tras Franco... y este hombre dijo que "la imigración acabaría con Cataluña"... más o menos pues no tengo ganas de molestarme en buscar cuáles fueron sus palabras exactas...
Pues bien, no creas que atacaba la imigración foranea...no... lo que atacaba este sujeto eran los movimientos migratorios internos, de españoles hacia Cataluña, vamos...
Y así nos va.
Cataluñistán a la vuelta de la esquina.

Un saludo.

Herep dijo...

El Periódico,

Ok. Le doy una ojeada.

Anónimo dijo...

Bueno, bueno... qué manera tan inteligente de llamar asesinos a los toreros e ignorante a la muchedumbre.

La fiesta nacional, cultura de borregos.

Herep dijo...

Smiles, antes que nada, gracias por acercarte...

... pero no era mi intención llamar asesino a ningún torero.
Lo que intento ridiculizar es a una sociedad (la nuestra) que vende sus tradiciones en favor de otras que no le son comunes.

Algo enrevesado, eso sí...

Un saludo.

Natalia Pastor dijo...

Es lo realmente patético,que digerimos costumbres foraneas sin cuestionar ningún aspecto, y por mor de complejos absurdos,agravios e intereses sectarios, rehusamos y abandonamos las autóctonas.
Pero España es así.
Triste, pero inevitable.

Coda:

Smile no se ha enterado de nada...

Herep dijo...

Natalia,

En El Arte de la Guerra se dice que, la mejor manera de ganar una guerra es ganarla sin luchar.
Para eso es necesaria la carcoma, que corroe los cimientos desde dentro.
Eso nos pasa desde hace mucho tiempo, cuando las ratas comprendieron que no podían ganar de frente... no son suficientemente fuertes sus creencias (en caso que existan)... y ahí estamos... a la espera de restaurar lo derruido por estos insectos.

Un saludo fuerte.

Anónimo dijo...

Pues si, viva la alianza de incivilaciones. Saluditos Herep

Herep dijo...

Zorrete,

Viva, viva... pero que viva lejos.

Un saludo, bloguero.

candela dijo...

¿Donde quedó el orgullo de la brava piel de toro? Cuando mucha gente se vaya a dar cuenta del problema, será demasiado tarde.

En Cataluña ya pueden ir tirando las barretinas y cambiandolas por turbantes.

José Antonio del Pozo dijo...

Un cada día mayor dominio de la narración Herep, y como a ti te gusta, con trasfondo, con subtexto, con la boba aculturización que de fondo denuncias.
Saludos blogueros

Herep dijo...

Candela,

Supongo que ese orgullo descansa sobre toneladas de Dinero y Bienestar... que, dicen, el cementerio está lleno de valientes.

Desde El Ejército de los 12 Monos les decimos a quien eso piensan que, en el cementerio, todos tenemos parcela reservada.

Un abrazo.

Herep dijo...

José Antonio,

Me halagan tus palabras, más de una pluma como la tuya.
Así, escribiendo con cierta ironía, he encontrado una válvula de escape.
Por ahora, es lo que se nos pide.

Un abrazo fuerte y que pases un buen Fin de Semana.

Todos.