Sofía pela un plátano cuando tiene lugar el suceso.
Ha salido puntual del trabajo, fue un día productivo, luce
el Sol y apetece almorzar sobre el césped del parque del centro. Ha encontrado un rincón tranquilo y se disponía a dar un primer bocadito a la fruta cuando una sombra
se ha precipitado a escasos centímetros de sus pies.
Sofía observa, suspicaz, en guardia... parece ser, ese bulto
de ahí, cinco dedos... ¡Un humano!
Demonios innombrables la empujan a lanzarse contra él para
despedazarlo, pero el ímpetu titubea en sus pies el tiempo suficiente para que
otros vengan alertados por los gritos de ella y los sollozos desconsolados de
eso... ¿qué es? ¡Un humano!
Un tumulto rodea al extraño. Parece joven, llora y mira
asustado a quienes lo presionan en un opresivo y tenso círculo. Siente algún golpe suave bajo
las costillas: los hay que se envalentonan, no logran contener la ira ciega,
pero poco a poco se impone la serenidad y el extraño impertinente empieza a sentirse cómodo. Ha dejado de llorar.
Aparecen primeras sonrisas, tímidas, pero la situación termina de suavizarse a ojos de los presentes cuando llegan las autoridades. Visten toga, y birrete,
y son guapos hasta decir basta. Apuestos, todos se apartan a su ir y venir por
la nación, adulándoles, sirviendo la buena, y merecida, vida del oráculo que se preocupa por
el bien pasado, presente y futuro de la civilización simia.
«Oíd al consejo: Debéis contener la bestia que os quema
las entrañas. Soseguémonos», y toda la especie se amansa hasta alcanzar el
nirvana de la despreocupación colectiva. «Él es la profecía, aquél de quien os
hablamos desde nuestros pedestales; debe ser bien recibido, apreciado, tratado
mejor que a un igual. De nuestra misericordia, honrémonos».
Y todos se sosiegan y todos se honran y el humano extraño
que ha caído del cielo pronto pasará a mono acabando el vertiginoso
descenso identitario en la categoría de simio. Las alertas del pasado son humo al viento,
nuevo y de cambio, que sopla en el planeta primate. Ante él, la fastuosidad del
paraíso hecho realidad, la fiesta constante en la tribu que vive en las ramas del alcornoque, la tierra prometida
ante sus ojos dibujando un paralelismo cuanto menos curioso: en la ciudad,
absorbiendo el seso de los más estudiados de los científicos, los fósiles encontrados entre las raíces cobrarán sentido ante «el nuevo mal ciudadano, el eslabón perdido huido de la urbe
para adentrarse en la selva».
Caprichos de la evolución.
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