- ¿Qué dices, Charles Xavier? ¿Qué ha podido pasar?
- Mmmmm... deja que piense... as confluencias, la sobre
exposición mediática, el referéndum inglés, los malditos testimonios de la red...
- Los de la banda del pipiolo apuestan por un boicot a
traición de los poumistas. Van por libre, dicen.
- Puede ser, puede ser, pero eso nos lleva a...
Atraviesa con la mirada el cuerpo de su joven discípula. Su
ojos vivarachos andan cegados, su cuerpo inerte en la silla biónica, las
visiones son producto de su poderosa mente nivel cátedra emérita.
- Sí se puede*.
- ¿Cómo dice, profesor Xavier?
- Lo tengo. He visto qué fue lo ocurrido. Ha sido el amor,
querida Jane.
- ¿Amor? ¿Pero no eran sonrisas y abrazos y besos las armas
que debíamos emplear en esta lucha, Charles? El corazón sobre fondo morado, el
destierro del odio, la campaña de y para la gente oprimida por la bota de las
clases pudientes, los niños pobres, los niños ahogados, la ilusión...
- Lo eran, querida, pero muchos han acabado pegándose un
tiro en el pie. Tantos abrazos y sonrisas han ablandado a muchos jefes de sección,
Jean, convirtiéndolos en comparsas aburguesadas.
- ¡Pero son miembros de la patrulla zurulla! Somos oficiales
de nivel profesor adjunto adiestrados en la prestigiosa Complutense Charles
Xavier para elites de evolución superior. ¿Es posible lo que está diciendo, profesor
Xavier?
- No hay que subestimar la fuerza del amor, querida Jane. A
nuestros chicos les ha hecho olvidar dónde reside el poder que da fuerza a
nuestra idea.
Hay un silencio; ella permanece muda, el profesor Charles
Xavier lee su mente.
- El terror, Jane. Es en él donde nos sentimos fuertes.
Predicando amor no se doblega la voluntad de los hombres, no se siembra el
descontento, no se construye el paraíso en la tierra. El poder que no transmite
terror es pronto tomado a la ligera. El amor en los tiempos del cólera que
nuestros soldados han venido a corregir debe morir víctima de la propia
epidemia, y nosotros debemos desatar el contagio en la ciudad. Hay que arrancar
las malas hierbas, sulfatar lo que el amor echó a perder, arrancar de raíz los campos
de olivos viejos para levantar un muro, correr el cerrojo de la habitación 101,
encender la bombilla de la lubianka... construir un nuevo gulag...
- Entonces seremos grandes, profesor Xavier.
Él la observa, tuerce el gesto en una mueca y ella,
siguiendo un pensamiento extraño aparecido en su mente, empuja la silla en
dirección a la enorme sala desde la que el mutante psíquico busca establecer
contacto con los rescoldos de un primitivo subgénero humano que corre, todavía libre,
por verdes praderas más allá de los dominios de la patrulla zurulla.
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*Nota del Traductor. Eureka, en lengua de la pampa profunda..
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