Sue tiene un pequeño puesto de miscelánea playera frente a
la cala de levante, en la costa mediterránea. Apenas son veinte metros
cuadrados contando el almacén, viejo como el primer día que levantó la persiana
del negocio; el descuido de la pintura rancia camuflado por un estucado de
camisetas de los equipazos del deporte rey, falsas, y demás cantidad ingente de
"Estuve en el infierno y me acordé de ti", "Recuerdo
del paraíso", y, pórtico de pilares dóricos, las colchonetas verde
cocodrilo chillón y flamenco maricuchili.
Alrededor de su industria, los años han ido moldeando el
vecindario, jubilando penosamente a doña Virtudes o al nervioso Ginés
-compañeros de años mozos- y trayendo, de remotas montañas, a morenitos
pakistaníes pródigos en el acoso y derribo de los clientes. Con técnicas
propias de las riberas del putrefacto Ganges, esquilman todo rastro de monedas en
veinte metros a la redonda, por no hablar de los horarios comerciales,
infinitos. Sea de día, sea de noche, el jovial dominguero que pasea por la
acera no podrá zafarse del ataque del mercader del zoco, que saldrá de su
guarida de rebabs, cachimbas y humo como un resorte ante la visión del incauto
comprador.
Sue no puede. Ocho horas, poco más de nueve, a lo sumo. En
casa reclaman las pocas obligaciones que ha ido acaudalando durante su vida de
vendedor sacrificado de cacharros de playa. Ni qué decir tiene que tampoco
puede abrir durante los penosos meses de invierno, cuando el pueblucho está
muerto y amortajado, como hacen, también, los pakis... al acecho... la
negra araña nunca duerme, pequeños...
A ella, a la hormiguita Sue, lo que saque hoy le servirá
para la carestía de mañana.
Por eso, cuando esta mañana se desayunaba leyendo en el
diario de la provincia las noticias de los ataques al turismo, ha esbozado una
siniestra sonrisa. Según los críos de hoy... los conozco tan bien como a sus
padres... y a los padres de sus padres, y a los abuelos de los abuelos, créeme:
todos venían a comprarme las cremas protectoras, las putas postales de cinco
culazos en tanga, los juegos de petanca de plástico, ¿sabes? Gente de aquí,
gente bien, de diario y misa el domingo, con trabajos de jornada intensiva en
los que apenas doblar el lomo... según esa morralla mocosa, la generación
mejor preparada de la historia, ajenos a toda carestía pasada y a rebosar de la
hipocresía y la contradicción del discurso marxistoide de escasas lecturas y
demasiadas películas, el modo con el que Sue ha venido sobreviviendo durante
toda su vida en la ciénaga que es la vida para todo aquel que está alienado,
perdido en su islote desierto y rodeado de tiburones... su eterno subir a la
montaña donde mora la cueva de la libertad... es el causante de los males que azotan
el bonito y solidario e imagineallthepeople planeta azul.
Él, los turistas, el dinero...
Palos en las ruedas, Sue. Siempre que no tintinee al ser
contado por las manos usureras que la herencia legó generación tras generación
a los salvadores del vicio mortal de ganarse la vida, el enriquecimiento, el
trabajo duro, las leyes y derechos de los trabajadores... todo será papel
mojado, pobre diablo.
Palos en las ruedas, y miseria para dar, recibir y
redistribuir.
Después, sollozar por las migajas que caen de las barbas de
tantos buenos samaritanos.
Diferente es si eres paki; un regufee.
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