Diario de Rorschichez. Día I.
Hoy salía de la oficina cansado cuando dos tipas me han
asaltado en el ascensor. Dos bombonazos, o así las he visto yo. Rubia y morena,
iban muy bien vestidas, uniforme de ejecutivas en cena de empresa, y, en el tiempo que se tarda en bajar del
quinto al vestíbulo, ya sabía sus nombres, edades y a qué dedicaban el tiempo
libre: repartir felicidad y planes de
inversión. Hemos tomado un par de medianas en el Denver. El rollo de los
números y los intereses y los futuribles me ha dado mala espina, pero un par de
fuerzas poderosas me empujaban a firmar... firma, firma... y he firmado. Tendré
que meter parte de mi sueldo en un fondo y, pasados no sé cuántos años, con las aportaciones que los nuevos inversores
habrán ido endiñándole a la hucha durante este tiempo, pegarme la vida padre.
He sido algo inconsciente, lo sé... pero las muchachas han sido muy
convincentes.
Apunte para el futuro: no perder el norte por las faldas.
Diario de Rorschichez. Día XXVIII.
En la oficina han prescindido de mí. La desaceleración
económica, japuta. He bajado al Denver y he cogido una buena turca maldiciendo
a todo bicho viviente. Estaba en el paro, pero era el rey del mundo, el último
contable del departamento... el último de Oficinas, decía a los borrachos
risueños, y cogía la cerveza así como si llevara un fusil. Con el tercer
cargador ha sonado el celular. La vieja. Ha detectado mi aliento a través del
aparato, vía satélite, y me soltó una de sus peroratas. Repetía y repetía, una
y otra vez, ese "ya te lo advertí, cabezón; ya te dije que estudiaras para
el funcionariado", y ha conseguido que se me cortara el buen rollo y me
entrara el coraje y la rabia y la furia y .... da igual... pero me ha hecho
pensar en que no conozco a nadie de mi promoción que no esté en la cosa
pública.
Ah, se me olvidaba. Sigo pagando la puta mierda esa de
las tías aquellas. Ahora, sin curro y con resaca, también... y más pasta, los
chupacabra del demonio. He de mirar cuánto queda de condena.
Diario de Rorschichez. Día XL.
La máscara que cubre mi rostro se cae a pedazos. Las
manchas me acechan, veo sus fantasmas por entre las fibras de tela roída, de
acá para allá, revoloteando alrededor. El viejo seboso dice que mañana quiere
sus cuatro perras o que vaya buscándome otra buena persona como él que me
alquile un piso. Buena persona, dice el proxeneta de mierda. Me dan ganas de
revelarme y darle con la mano vuelta, pegarle fuego a este edificio sarnoso,
agarrar un martillo neumático y darle caña a este mundo raro hasta rajarlo,
tocar alguna falla y quebrarlo en medio de la materia negra del universo...
pero no, José Miguel Rorschichez, no. He de contenerme, respirar hondo y
concentrarme en la vida que me espera, todo paz y amor. He de soñar un día más.
Mañana todo habrá pasado, acabarán estas últimas penurias y empezará la vida
padre prometida por aquellos dos ángeles.
La carpeta con los papeles está encima de la mesa. Y el
traje.
No me hace falta nada más.
Diario de Rorschichez. Dia XLI.
Me pudro bajo el puente de la interestatal. En mi cabeza
resuenan, como ecos de una mala resaca, las risas del crío que atendía detrás
del mostrador. Le hablé de las chicas, de los papeles firmados, enseñé los
recibos de todos y cada uno de los bocados que, mensualmente, le daban a mi
hacienda... mencioné a Mariano, un tal Toledo, recité un sinfín de leyes centrales, comunales, provinciales, municipales, de la asociación de vecinos y
hasta esgrimí la carta infalible el todopoderoso derecho constitucional, pero
el puto consentido no dejaba de reír, y reír, y reír... y para cuando se ha
cansado, dos funcionarios de uniforme ya me habían echado del palacete a
patadas.
Entre risas me decía, el malnacido, que toda esa gentuza
que mencionaba hacía tiempo que andaba criando malvas, pero que no debía
sufrir: pronto estaría con ellos, en su presencia, y podría ajustarles las
cuentas.
A eso voy, aquí bajo el puente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario