Estaba siendo un placer sublime escuchar cómo danzaban sus
dedos interpretando la partitura al piano. La música fluía en la sala forrada
de mármoles fríos y lienzos que retrataban la buena posición de los Saropov.
Rodeados por amistades de toda la provincia y sus familiares más allegados, asistían
al concierto de mi amigo, el maestro Gurolov, deleitándose... ¡oh, vaya si
se deleitaban!... cerrando los ojos y dejándose llevar, mediante graciosos
movimientos con la cabeza, a los recónditos jardines prohibidos de la imaginación.
Solamente yo, contando notas y silencios, observaba preocupado
la diminuta gota que, pausadamente, brotaba en la sien de Gurolov, aferrada a
la piel a pesar de los antinaturales espasmos que mi amigo sufría al piano,
nada fluidos, escasamente armónicos tratándose de una actuación del gran Gurolov,
antaño aprendiz de Fedor von Dietrich, fundador del Conservatorio de Vrenua.
Mi amigo, haciendo gala de la altivez de los genios, escogió
a su bestia negra, el 3º de Rachmaninoff, dispuesto a alimentar la soberbia de
los Saropov frente a sus colegas aristócratas. Esta velada será inolvidable,
repetía Dimitri, horas antes, mientras desayunábamos. Pero su mirada tenía una
sombra de duda, un temor, una escala maldita con una semicorchea inversa
rebelde... un don inalcanzable... capaz de convertir la gloria en cenizas
arrastradas por el viento.
Un riesgo, sí... que me hizo pensar en los hechos de unos
años atrás, cuando los imperios se las tuvieron durante la Gran Guerra, a la
vez que me he visto comparándolos con los días presentes, tensos, preocupantes,
imprevisibles a pesar de la alta tecnología, los pianos eléctricos, los
organillos con melodías pregrabadas y el mp4 que, doy fe de ello, habría
arrastrado al bueno de Gurolov a la más angustiosa de las locuras.
Creo que fue Moltke quien aplaudió con las orejas la
movilización de las tropas del Zar, o quizá fue Joffre quien pretendió hacer
realidad sus sueños húmedos con Alsacia y Lorena, pero lo cierto es que ahí atrás,
a la vuelta de la esquina, cientos de miles se dejaron la piel en los campos de
batalla. Mons, Marne, Tannenberg, la impertérrita Galitzia de nuestro amigo
Estanislaw Lem... escenarios que vieron en acción la trituradora humana en su
versión más moderna, capaz de empaquetar vísceras con una fiabilidad inaudita
hasta la fecha, sorprendiendo incluso a los distinguidos príncipes de la
Caballería, arrasados bajo el plomo y la metralla de una guerra que había
dejado atrás la caballerosidad y el honor para transformarse en ramera vieja,
insensible, cruda... humana, al fin.
El piano de Gurolov dejó de sonar en el palacio del káiser.
También los vítores, las risas, las muestras de valor de retaguardia. Aquellos
"caballeros" enviaron a la muerte a millones, jugando a ser
dioses en sus Olimpos de cancillerías, camaretas, despachos y cuartos oscuros. Decisiones
estúpidas en un mundo, también aquel, raro... como el de hoy, el que se nos
presenta si echamos un vistazo por la ventana y atendemos a la nueva remesa de
generales, príncipes e idiotas con pretensiones mesiánicas, siempre prestos a
prometerle la luna a una inocente joven enamoradiza.
También hoy tenemos a nuestros aristócratas reunidos en el
salón, entre fastuosidad de trajes y brillos de joyas, humos habanos y secretos
en los cajones. En sus pizarras disponen, hacen planes, trazan frentes y
fronteras, azuzando las pasiones de las plebes, llamándolas a grandes gestas,
acontecimientos "históricos", momentos mágicos que retumbarán como un piano en un eco perpetuo, pero que no son más que los famosos 15 minutos de fama que las élites regalan a los agradecidos perdedores. Pastores, ovejas y, esta vez, matadero 2.0.
El concierto avanzaba y la semicorchea maldita se acercaba
impasible. Los gestos de mi amigo pianista se tornaban más robóticos y esa
gota, en su sien, parecía brillar con más insolencia, gorda y redonda, sabedora
del abstracto poder que atesoraba. El error, la asonancia, el resbalón... y
ella se dejará caer, sonriente, hasta un suelo que nada podrá hacer por
sostener la reputación del bueno de Gurolov. Quizá nadie entre el público
aprecie el error... Julienka sí, Julienka es tan virtuosa como hermosa... pero
eso no será consuelo para Dimitri Gurolov.
A diferencia de los inanes y los bastardos, que se tornan
poderosos allá donde reina la nada, la miseria y la náusea, Dimitri Gurolov es
un maestro, un genio... y los genios sucumben bajo el remordimiento de los
errores propios.
4 comentarios:
No se donde leí, que algunos de esos bastardos, si alguna vez se tragaron un mosquito, hoy tendrían mas cerebro en el estomago que en sus cabezas.
Querido HEREP, Cuando Se Pierde EL AFÁN POR "LA PERFECCIÓN" Empieza La Verdadera DECADENCIA.
Lo Importante, No Es Hacer MUCHAS COSAS,-La Mayoría A Medias O MAL-,Basta Con UNAS POCAS BIEN Y A SER POSIBLE PERFECTAS, QUE SON "LAS QUE PERDURAN Y SE CONVIERTEN EN CLÁSICAS".
Te LEO "ALGO DECAÍDO" ÚLTIMAMENTE, HERMANO DE ESTACAZOS LITERARIOS Y GENIALES.
No Te Preocupes. Las ETAPAS "HISTÓRICAS", SIEMPRE DEJAN EN SU LUGAR A CADA HIJO DE VECINO O DE PUTONA Y A ESTOS, PRONTO LES LLEGARÁ LA HORA DE QUE ALGUIEN "TIRE DE LA CADENA Y LES PASE POR LA LEJÍA Y EL ESCOBÓN"...
Y TÚ, YO Y UNOS POCOS "PERFECCIONISTAS" MÁS,SBEMOS QUIÉN LO HARÁ...
Un Abrazo.
Un Brindis Por Lo SUBLIME
Y
¡¡RIAU RIAU!!
Eso dalo por cierto, Doramasw. Para muchos, la cabeza, sólo sirve para llevar gorra y aferrar las gafas de sol.
Un abrazo.
No te preocupes, camarada Old. No estoy más angustiado de lo que estaba hará cinco o seis años, o sea, nada. Estamos preparados para lo que tenga que venir y aceptaremos nuestro lugar en la historia. Sin miedos, pues el miedo hace mucho que quedó atrás... sólo queda cierta sensación de irónica tragedia, donde la Providencia sigue su curso riéndose de la futilidad de los actos de los pobres españoles.
Un abrazo, maestro, y un brindis por lo sublime, sí. ¡Riau!¡Riau!
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