Yo tenía un sueño de España… pero ese sueño murió hace tiempo. El que me acunará esta noche, será mejor. Mi guía en los Años Oscuros. Y vivirá por siempre jamás. Ej12Ms

17 sept 2014

Hay risas que resuenan por siempre jamás


Un día una chica me ofreció té y naranjas.

Vino a contraluz, durante un amanecer inolvidable, como tantos, en los que esperas el  día mirando el negro, casi azul, de la mar. Recuerdo el rojo de su pelo, la claridad de la piel, el tono dulce de aquella voz... Apareció, permaneció una eternidad en silencio y, adelantando las manos, me ofreció el tesoro de su don.

- Son de la China. China, ¡mandarina!

Ella estaba loca, pero bajé. Bajé a ciegas, sin freno, a pesar de la voz que me advertía de la futura rotura, incuestionable, que provoca el virus kafkiano que de esa risa... esa alegría... emana. La seguí en silencio, observando a la muchacha solitaria que vivía entre las calas, en una casita minúscula construida entre el acantilado, escondida junto a una telaraña de calles y terrazas desiertas.

Yo corría, aterrorizado, imaginando que la perdía. Ella, sonriendo... ¡oh, cómo reía!... flotaba.

Jamás bebí un té mejor.

Y ella se esfumó, también a contraluz...

... quedando yo quebrado.

Nada a vuelto a ser lo mismo. La magia desaparece. Quedan una sucesión de maestros ilusionistas, nada más. Los amaneceres no son puertas a otros mundos y los escenarios virtuales de los sueños cayeron al agua salada. Ahí siguen, golpeándose contra las rocas una y otra vez, compartiendo condena junto a Prometeo.

Un día una chica me ofreció té y naranjas, y hablamos del sexo de los ángeles bajo un porche de madera, haciendo chirriar las mecedoras viejas, rodeados de una multitud que subía y bajaba por el paseo, buscando camarones fritos y fría cerveza de barril, ajenos a esos dos locos que comían naranjas y bebían té entre risas ofensivas para el devenir imperturbable de la masa, que sube y que baja, por las calles, buscando una luna que tal vez no exista, pero que alguien, en un oscuro despacho, les inyectó en vena.

Me ofreció té y naranjas... y su sabor sonó como el coro de una novela trágica, convirtiendo utopías en puñados de harina de hueso, pasto de una realidad sarcástica, irónica, de las que ríen rompiendo la solemnidad del entierro del maestro del Carnaval que se celebra en las ciudades modernas. Realidad con toques mágicos, pero no más que el ilusionista y su conejo en la chistera.

Su rojo pelo me desgarró... aunque podría no haber sido ella, quizá fue otra, en el asiento de un coche o en el aparcamiento de un supermercado, mientras escogía el primer plato en el restaurante del día D. Son imágenes de un bofetón solitario y una traición juvenil mezcladas con enormes titulares en la prensa local de los días pasados donde se anuncia náusea, ultraje a los muertos, deshonra a los héroes... Otra, no ella... pero era su rostro el que recuerdo grabado a fuego, sonriendo, alienado para un rebaño que pasa, pastando, frente al porche aquel donde descubrí el truco mágico por el que mi amigo, tu hermano... la cordura... habla de forma irreconocible, presa de la ideología y la propaganda de la Viuda tejedora de las telarañas que rodean el todo.


Ella estaba loca, me ofreció té y naranjas... y quebró toda posibilidad de escapar de esta locura tan nuestra... tan diferente... tan especial y única en un mundo gobernado por cerdos que se creen cuerdos.


Fue ella, seguro. Recuerdo su rostro, su té... las naranjas... y su sonrisa.

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No sabes nada, Comandante Herep, me dijo Ygritte. Asentí, pero ella ya dormía.

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