Yo tenía un sueño de España… pero ese sueño murió hace tiempo. El que me acunará esta noche, será mejor. Mi guía en los Años Oscuros. Y vivirá por siempre jamás. Ej12Ms

20 sept 2014

Caso abierto


No puedo evitar un sentimiento entremezclado de frustración y lástima, pero no hay vuelta atrás: la Unidad de Análisis de Conducta hace las maletas. Nos vamos. El Gulfstream G550 nos espera en el aeropuerto para llevarnos de vuelta a la base. Nos ha sido imposible resolver el caso. Es la primera vez, sí... pero, aunque a este equipo de profesionales no nos sirve como excusa, he de reconocer que no lo hemos tenido fácil.

Recibimos el aviso hace un par de semanas: un pederasta estaba haciendo de las suyas en España. ¿España?, preguntó Penélope, ¿no tienen policía, en España? Nada de preguntas. Parece que sí, pero el caso se les escapa de las manos. El sujeto, según los informes, parece muy escurridizo: experto en el camaleónico arte del disfraz, una paciencia rondando el ámbito de la paranoia, instrucción en el uso de alta tecnología y grandes conocimientos en el campo de la medicina y los analgésicos, con los que droga a sus víctimas... siempre niñas... para llevarlas a donde quiera que realice sus nauseabundos crímenes.

Tras aterrizar en Torrejón, nos pusimos en marcha. Leímos el expediente durante el vuelo y, tras unas pinceladas acerca de los puntos negros, me dispuse a hablar con los jefes reunidos en la comisaría que las autoridades nos habían asignado. Eran varios policías: uno local, otro federal (creo) y otro que parecía un militar. Hablamos durante unas tres horas. Tres horas, entre uno y otro, escuchando relatos sobre declaraciones de testigos, ordenes de vigilancia, protección de menores, jueces para no sé qué y un sinfín de palabras y más palabras que los tres jefes repetían y repetían como autómatas. En sus ojos se entreveía cierta resignación estoica, amén de una tremenda desesperación provocada por la soledad.

Eran buena gente, esos policías... pero a veces con eso no basta. Templé la gravedad de mi voz e intenté que se calmaran, decirles que su labor había sido excelente y si los resultados no habían llegado aún, pronto lo harían. Nosotros habíamos venido para ayudar, buscar ese otro enfoque que, con la tensión y la vorágine de acontecimientos, podía haber pasado desapercibido.

- Lo resolveremos chi....

... empecé, pero ahí quedó todo. La noticia, rauda, voló por el edificio, cortando en seco mi oratoria: Spencer, había sido confundido con el "sudes" mientras investigaba las cercanías de uno de los parques del perímetro de actuación que habíamos marcado en la reunión previa. Vestido con gabardina gris, camisa de finas rayas, pantalones de pinza y cámara fotográfica convencional al cuello, mi agente había sido rodeado por una turba de personas que, atendiendo a su imagen de "hippie pelos largos", creyeron haber resuelto el misterio.

Armados con palos, piedras y candados de motocicleta, salieron a la carrera en busca del más superdotado de los agentes de campo que ha tenido la UAC. Las mujeres, las peores, soltaban improperios tan graves que, ahora que tengo a Spencer a mi lado y atiendo a su mirada, estoy seguro que tardará mucho tiempo en olvidar. Él no está acostumbrado a estas muestras salvajes de cólera, tan alejadas de la calma racionalista con la que gobierna su vida. Me parece que el Dr. no ha corrido tanto en toda su vida. Ni habla. Estaba blanco cuando ha llegado hasta aquí acompañado por una patrulla que lo ha rescatado del árbol al que había subido. Desde entonces, ni una palabra, aunque parece que va recuperando algo de color en los labios.

Ha sido difícil, pero no podía hacer otra cosa. Tras las ocho horas de vuelo, la media horita del café y las tres horas de conversación con los agentes, nos volvemos para casa, a la tranquilidad de nuestra oficina, amparados por un sistema judicial en el que, a pesar de todo, todavía confía la ciudadanía.

¡Madre mía, el Spencer, que tembleque!

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