Esta mañana, mientras realizábamos el entrenamiento acuático
diario... piscina arriba, piscina abajo... captamos, vía hilo musical, esa vieja canción de los
Celtas Cortos que habla del tiempo, del brillo perdido de las estrellas, de
esos ecos sordos que traen las voces abstractas... A veces llega un momento en
que te haces viejo de repente, se las oye susurrar al oído... pero, mientras
chapoteamos en el agua, de pensar, poco. La preocupación se centra en comprobar
cuándo, tras qué brazada, estallará el corazón o se desinflará un pulmón, tornándose
acero el aire... llevándonos hacia abajo... hacia la villa de los cangrejos y
demás crustáceos... donde tantos descansan el sueño de los justos.
Pero ahora, sentado aquí, en mi sillón de la Sala X,
pienso en las palabras que se convirtieron en canción bajo los acordes del
grupo de Cifu. Pienso en el mensaje de la tonada del estribillo, en las imágenes que se
suceden al son de la danza de las velas, despejando una niebla existencial perpetua,
dibujándose frente a mis ojos sus formas vagas, banales, fantasmagóricas...
cuánto hemos cambiado, sí
Por aquellos tiempos reía más. Atravesaba las noches
enteras, de cabo a rabo, a paso firme, esquivando las luces de las farolas como
el gato que caza, furtivo, seguro de su sigilo, sin temor a nada, siempre
presto a quemar la noche, arrancar los adoquines de la rúe, salir corriendo del
taxi al llegar al último semáforo en rojo, siempre entre risas, carcajadas, lágrimas arando en las mejillas.
Las juveniles estanterías de mi biblioteca particular
estaban repletas de trovadores del amor. De ellos... de los románticos del
Romanticismo... pretendí averiguar los secretos inconfesables de la pasión. Los
besos de las mujeres, sus palabras, las miradas que condenan al abismo, el lento y
suave vuelo de la falda danzando al son de la orquesta veraniega... el roce de
la piel, el sonido de tu carcajada emanando a través de todas las caracolas del océano...
el amor que jamás pudo ser, aunque aquella noche todos los astros me susurraban
que sí... que adelante, Pere. Hoy nos alinearemos para que jamás olvides esta
lección, hijo...
... no la olvidaré jamás. Acertasteis, malditos.
En aquellos tiempos reía más. Soñaba más, también despierto,
presa de esa imaginación que, estos Años Oscuros, han borrado del ADN de la
juventud actual, más ofuscada en el guión televisado, la pauta marcada o el
trabajo del prójimo. Miro a aquel desgraciado adolescente que fui y me veo
ensayando discursos frente al espejo, practicando besos con el dorso de la
mano... componiendo poemas en los márgenes de las hojas de los libros de texto
del instituto, inventando princesas encantadas y valerosos capitanes de un ejército
fantasmagórico que, prestos, acudían al rescate de la bella doncella amenazada...mientras
miraba de reojo a cualquiera de las mil musas que poblaban mis aventuras noctámbulas
y que, en esos momentos, cabizbajas en el pupitre del aula, disimulaban la
sonrisa que mi esquizofrenia inmadura les arrancaba en mitad del examen de latín...
o de griego... o de historia del arte... o de nada, pues nada importaba que no
fuera esa sonrisa.
Una tarde que, hoy, se me antoja triste, pero que en
aquellos momentos parecía resplandeciente de anhelos por realizar, aparecí con
un petate a la espalda. Lo creí cargado de esperanzas, pero ahora sé
que allí, apelotonados entre prendas color verde militar, sólo viajaban mis
sueños rotos... mis amados sueños rotos, míos de aquí hasta la eternidad,
paridos por esta mente maravillosa que, a pesar de la realidad inyectada en
vena, todavía imagina lo inimaginable... pero con cierto aire a realismo mágico aniñado.
Los románticos del Romanticismo... Lord Byron, Víctor Hugo, Poe...
el inconmensurable Pushkin... mi Bécquer, mi Espronceda... mis besos
perdidos... Todos estaban ahí, atrapados en la red del petate verde... la cual,
pasada aquella tarde, mudó de piel... verde viento, verdes ramas... al
oscuro negro de las bolsas de basura...
cuánto hemos cambiado, sí
... y allí, junto al marrón contenedor de la materia orgánica,
quedó el romántico que vivió en mi, esperando un tren, aferrado a un ramo de
flores, sin que nadie le dijera que las vías, como los tiempos, siempre cambian
al acercarse, las locomotoras de acero, al bullicio de la estación. Marchando de aquella última parada, de haber sido visible por quienes se cruzaron
en mi oscuro sendero de piedra, bien podría haber sido el nuevo inquilino del manicomio
provincial.
Me esfuerzo, pero no sé si fue un 20 de Abril...
cuánto hemos cambiado, sí
... cuando los encargados de la recogida de basuras,
cargando fardos, encontraron mis libros, mis tesoros de antaño, junto al contenedor orgánico. Quiero creer que... quiero imaginar que... al lanzar hacia la prensa hidráulica lo que quedaba de mis sueños rotos, algo
desgarró la oscura jaula y, por un fogonazo de curiosidad, alguno de esos seres
agarró uno de ellos para, acabada la jornada, leer algún párrafo...algún verso...
alguna de aquellas quimeras...
... y cambiar, como cambié yo, nosotros... mis musas, antaño
sonrientes, y hoy frías como carámbanos de hielo. Me embriago de mi innata, y
parasitaria, imaginación alienada, visionando hombres plenos y honorables contagiados por
el virus del conocimiento, la duda, el qué... cuándo... por qué... fuera
temores del zurrón, hombres hechos y derechos... mirada al frente, valientes...
¿Qué fue de aquellas promesas? ¿Cuándo la reacción que provocó la acción? ¿Cómo
de afilado es nuestro puñal? ¿Cómo de grande nuestra venganza? ¿Qué de los
augurios del tele-predicador satánico que, como la oruga envuelta en su
capullo, se tornó mísero político estafador? ¿Qué de la Justicia para con los
caídos? ¿Qué de la memoria para con los asesinados? ¿Dónde para, el Bien, que
no lo encuentro?
cuánto hemos cambiado, sí
Antaño jamás nadé en alcohol como hago ahora. Una brazada,
otra... piscina arriba, piscina abajo... sopesando el pulso, la respiración, el
pinchazo de un hígado que, espontáneo con suerte, bien podría ganarle la apuesta
al corazón o a el pulmón de acero... que pesa...que te arrastra hasta el fondo
del océano... allí donde moran las anémonas, la roca viva... el despojo de los románticos...
Ah... ¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!
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