Paso a paso, mientras duraba el paseo, había caído el atardecer. Absortos en la mística de la otoñal tarde y la vacuidad de los
pensamientos que conlleva la jornada de esfuerzo finada, alcanzaron el
final del camino, al borde del precipicio de la peña. Las mariposas, compañeras
juguetonas durante el tránsito a través de los prados, hacía rato que habían
quedado atrás, pero Felipe las había sustituido por las majestuosas aves de
pluma, pesadas y fatigosas, flotando junto a los paseantes, observándoles con,
imaginaba el chico, cierta pizca de curiosidad.
Él deseó volar, unos días atrás, e imaginarse cómo debía ser
el valle desde arriba, en calma, mecido por la brisa ligera... pero ellos son
hombres, y los hombres, dicen sus pies, están hechos para caminar por el mundo
real.
- Mira, Felipe. Toda la tierra que baña la luz es nuestro Reino.
Felipe miró, despertado por la gruesa voz de su padre. A sus
pies, mecida por el árido calor, se dibujaba una estampa de postal de tenderete veraniego... enorme,
dorada, basta... con la vieja casa en la que la familia había vivido desde el
principio de los tiempos, allá por la época de Tía Giralda... de recia madera
de roble pintada de puro blanco, ventanas azules, porche incluido. No estaba
seguro, pero parecía intuirse la figura de su madre, atareada colgando sábanas
en el tendedero de la parte de atrás, donde más fresco sopla el cierzo.
Seguro que está cantando, pensó el zagal. Siempre
canta cuando tiende la ropa.
- El tiempo que dura el reinado de un Rey, asciende y
desciende como el Sol. Algún día, Felipe, el Sol se pondrá en mi reinado y
ascenderá siendo tú el nuevo Rey.
Mariposas. Iba a ser el Rey de la mariposas... ¡y las águilas
calvorotas! Él, tan pequeño como se veía al lado de su padre, se convertiría en
Rey... y heredará el palacio de las paredes blancas y las azules ventanas... y la
harina del molino donde trabajan cien... ¡qué digo cien! ¡Mil personas trabajan
ahí!... y... y... y esa harina será suya, y los martes de cada semana será él
quien cargue los carros rumbo al mercado de la parroquia, a vender aquello que
no vayan a disfrutar los suyos... en su Reino.
- ¿Todo será mío?
- Todo, hijo.
- Todo lo que baña la luz...
Las mariposas se esfumaron. Las águilas calvas, después...
ahogándosele la mente con decenas de imágenes diferentes, protagonizadas todas
por su regio padre: el Rey debilitado por interminables noches de penurias y
quebraderos de cabeza, contando partidas, sufragando gastos, interiorizando
balances... madrugones en busca del veterinario sito a varias millas... impartiendo
justicia entre los suyos, obreros y hermanos... saboreando la bilis de la cara oculta del mando...
Aquel hombre que tenía ante sí había sufrido mucho, por
aquel Reino. Cada tarea se había cobrado su precio, en forma de cicatriz en el
rostro. La pérdida, le surcó tres en el entrecejo... El abandono, tres más
junto al labio, justo ahí donde la boca se tuerce al sonreír. Y lo que no cosían
las zanjas de la piel, lo cubría la coraza en que se había convertido su piel,
antaño suave... ahora dura como el guante de un mandoble, para nada útil al
caminar junto a un niño.
Ambos lo sabían. Ambos dejaron de andar de la mano.
Podré con ello. Lo juro. En silencio, Felipe se pincha la yema de un dedo como había visto hacer en las películas... con el filo de
una daga bastarda... y, con las primeras gotas de sangre, riega aquellas
tierras... sus tierras... prometiéndose poner rúbrica a su juramento... ser
digno de su Reino... de sus antepasados... de sus ancestros todos, allí arriba donde pacen, observándole con una sonrisa de empatía mal disimulada. Lo haré.
Administraré el molino, alimentaré los campos, agasajaré mis ganados y la fauna
de mis posesiones, salvaguardaré la paz y la prosperidad de los míos... heredaré
un Reino, y legaré un Imperio.
Un rugido desgarra el Edén.
Al Este, a lo lejos, se levanta una humareda de polvo y un
mugir leve, como un susurro, va tomando cuerpo, amplificando decibelios de
forma escalonada... geométrica... exponencial... hasta adquirir proporciones
apocalípticas. El suelo, incluso en lo alto del risco, tiembla nervioso,
preocupado por la marabunta. Los árboles y la Naturaleza toda, se esconden bajo
las inmortales piedras, hastiadas ante la perspectiva de asistir, por enésima
vez, a la misma función...
... idéntica... soporífera... inexpresiva, de resignación henchida...
... pues ahí vienen, a la desbandada, las hordas en
estampida. Nús, cebras, búfalos con o sin cornamenta... elefantes,
rinocerontes, hipopótamos a la carrera... Son seres encorbatados, con buenos zapatos
y elegantes corbatas para los días pares, o vistosos Manolos para los días
impar, los de la falda corta. Cargan maletines de piel de cocodrilo y en los pañuelos con los que
secan sus lágrimas... de cocodrilo... puedes leer, antecediendo al nombre y demás,
la sigla "D" bordada con hilo dorado.
"D", de "diputado".
Como Atila, a su paso no crece ni la más rastrera de las
hierbas... y ahí vienen, a la estampida, entrando por la frontera derecha y
saliendo por la izquierda, rodeando todo el arco. Las flores, las mariposas,
las ruedas del molino... los derechos y deberes de los súbditos del Reino...
los carros preparados para ir mañana, Martes, al mercado, cargados como estaban
de especias con las que bien podrías haber iniciado la construcción de un nuevo
dique para conseguir agua del río...
Todo el día de mañana se ha echado a perder, ahora, con el
paso de la marabunta de "diputados".
Felipe y el Rey, su padre, contemplan la escena sin mediar
palabra, asistiendo impávidos al acto, mientras suben idénticos gritos, rezos y
lamentos... Él tuvo la culpa... no, él... no, él... Maldito... en los
que los unos culpan a los otros, los otros embisten a los unos, unos y otros se
dan la mano y todos, antes de cerrarse el telón, salen corriendo por patas,
arrasando con toda forma de vida, entre risas, sin el rubor de tener que mantener las formas... Todos mienten... y el Reino se desangra
bajo los pies de los "diputados" electos que viven tras
aquella montaña, en su parcelita alejada de la Realidad que, hasta hace unos
instantes, existía ante nuestros ojos.
De ella no queda ni rastro.
Tan sólo muerte.
El polvo levantado por las huestes flota en el ambiente,
agarrándose a sus ojos y provocándoles dos o tres lágrimas de respuesta. Mejor.
Así se evitarán molestas preguntas acerca del motivo de las mismas.
Mañana será un nuevo día... día de nuevo comienzo... de
despertar.
Hasta la próxima estampida.
4 comentarios:
Has hecho un ejercicio literario de altura por unos personajes que no se lo merecen.
Juajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuaaaaa
¡EXCELENTE ENTRADA!¡Hacía Tiempo Que No Me REÍA TANTO, De UNA "VERSIÓN", DEL "REY LEÓN Y SU PUTO CACHORRO", HERMANO HEREP!
Aunque Yo Personalmente Preferiría Dada La PASTUEÑA SABANA,"Una De Búfalo Bill, Con Su SHARP MATABÚFALOS Y SU PACIENCIA DE CAZADOR"...
Te Aseguro Que Los "D"ÚFALOS, TENDRÏAN MÁS DE UNA ESTAMPIDA , PERO DIRIGIDA HÁBILMENTE "HACIA UN BONITO BARRANCO" "ThE DEVILS CREECK", Donde Todos Acabarían CAYENDO...
¡MENUDA JUERGA CAMARADA, ANTES DE PASAR A "PIEZAS MAYORES Y MÁS PELIGROSAS"!
Un Aplauso GENIO. Un Abrazo Un Brindis Con RON AÑEJO.
Y
¡¡RIAU RIAU!!
Gracias, Javier.
Si me hubiese rebajado a la altura que se merecen, me cierran el blog por injurias y calumnias.
Una revisión del tema Búfalo Bill en versión española es tarea que me marco para el futuro.
No hay que abandonar los clásicos, Old, pues de ellos se puede aprender mucho... aunque sean cosas penosas y miserables como la que hoy nos ocupa.
También me apunto el tanto de la "caza de piezas mayores", también.
Un abrazo, camarada, y venga esa copa de ron.
¡Riau!¡Riau!
Publicar un comentario